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Perros de Paja de Sam Peckinpah.


“La violencia es siempre un acto de debilidad y generalmente la operan quienes se sienten perdidos”
 Paul Valéry.



Entrados en los años 70, Sam Peckinpah ya era todo un paladín cinematográfico, pese a ello la Warner no dudo en romper con él tras el caótico rodaje de La Balada de Cable Hogue (The Ballad of Cable Hogue, 1970), y su posterior descalabradura en taquilla.
Sin embargo, Sam removió tierra, mar y aire hasta llegar a las islas británicas, para gestar la que para muchos su obra más celebrada, Perros de Paja (Straw Dogs, 1971), reescribiendo así la obra de Gordon Williams, “The Siege at Trencher´s Farm”, a partir de la necesidad congénita de dominación y defensa del territorio que aguarda en el hombre, y que, subconscientemente, provoca la violencia; un alboroto homicida por el cual David Sumner llega a su verdadero ser.

La particular exploración de la violencia nace de la obsesión de un hombre racional (papel absorbido con maestría por Dustin Hoffman) en su imposibilidad de comunicarse (en ocasiones ni siquiera con su mujer) en un entorno hostil y degradado, germen de la ideología individualista que caracterizó siempre a Peckinpah. Indaga en las diferencias entre lo rural y lo urbano, lo cuerdo y lo visceral, lo salvaje y lo racional. Pero sobre todo salen a relucir los comportamientos del ser humano y el enfrentamiento entre individuo y convenciones sociales, muy visible en el cine de los 70, donde Perros de Paja es una referencia, dejando a su vez la puerta abierta al debate sobre conceptos como justicia, orden o defensa que sustentan la ambigüedad del film en determinadas situaciones.

La película no se recrea en la violencia, pero tampoco la censura, y es inenarrable ver como el director domina situaciones extremas, como la controvertida violación. La escena inequívocamente horrorizaba por su ambigüedad, pero creo que el trauma y el derrotismo de Amy se retratan con sinceridad, sin caer en la degradación de la mujer.

Habiendo asistido a esta peculiar manera de describir el ambiente campesino y sobre todo una relación de pareja con sus más y sus menos, Peckinpah da rienda suelta a su cine. La película posee una intensidad narrativa que se va acentuando ya desde la calma intranquila de los primeros planos, hasta alcanzar la espiral de violencia final, donde “El Coyote” filma desde el ojo del huracán con soltura y pulso. Planos aberrantes, niebla, cámara lenta y un montaje enérgico y expeditivo, salvan lo que finalmente es una algarabía de gran provecho cinéfilo.

Perros de Paja está considerada como una película muy influyente dentro de lo que se llamó en su momento "El Nuevo Hollywood", formando parte de una generación de películas entre las que se incluyen, por ejemplo, ese mismo año Contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971) de William Friedkin, La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971) de Stanley Kubrick, y Harry el Sucio (Dirty Harry, 1971) de Don Siegel, o al año siguiente Defensa (Deliverance, 1972) de John Boorman. Todas ellas destacaron por llevar las escalas de violencia y sexualidad a nuevos niveles, alimentando la psicología individualista y visceral en personajes resentidos con la incoherencia social latente.

Antonio Cristóbal para el Ciclo "Violencia y condición humana"  del 2º año de la Filmoteca (2008).


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SAM PECKINPAH, el renegado de Hollywood.

Conocido también como Bloody Sam o El Coyote se hizo uno de los cineastas principales de los años 70 con su representación innovadora y explícita de la acción y la violencia, así como de su reestructuración del Western, ejemplificadas en Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969), obra capital de El Nuevo Hollywood. Otras grandes películas definidoras de su talento serían Duelo en Alta Sierra (Ride the High Country, 1962), Junnior Bonner (íd, 1972), La Huida (The Gateaway, 1972), Pat Garret y Billy El Niño (Pat Garret & Billy The Kid, 1973) o Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo Garcia, 1974).

Marcado como a una res por el cine de raíces americanas como el de John Ford, Howard Hawks, John Huston, Arthur Penn o del que fue su mentor Don Siegel, y siendo un adulador absoluto del cine de Akira Kurosawa. Las películas de Peckinpah generalmente tratan el conflicto entre valores e ideales, y la corrupción de la violencia en la sociedad humana. Sus personajes son a menudo solitarios o perdedores que desean ser honorables, pero se fuerzan a comprometerse para sobrevivir en un mundo de nihilismo y brutalidad. Esta singular ideología perseguiría incluso a su persona, marcándole como un rebelde e individualista resentido con su entorno, ligado al nefasto mundo del alcohol y las drogas, convirtiéndose en uno de los antihéroes que él mismo habría creado para una de sus películas, y perjudicando el transcurso de su carrera propiciado por continuos rifirrafes con productoras.
Cuando se habla de violencia en el cine, de algún modo se habla de Peckinpah, pero sus películas no sólo atienden a su necesidad visceral de plasmarla, su cine único también destacó por la profundidad psicológica, el lirismo y la intensidad narrativa; planos cortos de marcada tensión, un montaje atrevido y la plasticidad de sus planos a cámara lenta siempre fueron su mejor carta de presentación. Directores como Walter Hill, John Woo, Kathryn Bigelow, Clint Eastwood, Paul Schrader, Martin Scorsese, Quentin Tarantino o John Millius han reconocido la influencia de Peckinpah en parte de sus obras.

Antonio Cristóbal para el Ciclo "Violencia y condición humana"  del 2º año de la Filmoteca (2008).


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Bonus 1.

Entrevista a Sam Peckinpah.

Eduardo Jáudenes de Salazar: ¿Qué condiciones le pusieron para rodar Perros de Paja?

Sam Peckinpah: Fue un encargo, y como siempre ocurre en mis películas, con imposiciones. Me hicieron firmar que tendría un final feliz. Yo elegí a Susan George para que interpretara a la esposa de Hoffman, y no le veía una salida posible al final feliz. Me había hundido yo mismo. Un día Dustin se acercó a mi preocupado y me dijo que no podía terminar así la película. Yo le propuse otro final y es el que tiene. Susan George era muy carnal, muy coqueta. El final era absolutamente desolador. David Warner, el loco del pueblo, dice: “No sé dónde está mi casa”. Hoffman le contesta: “No se preocupe, yo tampoco”.

E.J.S.: En todas sus películas ha contado con menos libertad de la que hubiera deseado.

S.P.: Todas mis películas son hijos mutilados, ninguna de ellas la he rodado con entera libertad. Cosa que hace que las quiera más, es como el padre que siente más afecto por los hijos enfermos que por los sanos. Cuando me hablan por ejemplo de Mayor Dundee, siento ganas de asesinar... destrozaron esa película. Cuatro años más tarde me llamaron para volver a hacer las mezclas y el doblaje. Me negué en rotundo. Lo que allí me hicieron fue una canallada, una faena personal.

E.J.S.: ¿Nunca tomó represalias contra los productores?

S.P.: En Pat Garret demandé al productor por quitarme 16 minutos que destrozaron la película. Perdí tiempo y dinero. Pero cualquier cosa que haga es inútil, siempre acaban haciendo lo que les da la gana. En Grupo salvaje únicamente vi ocho rollos de mi montaje, luego me lo quitaron de las manos. EMI se hizo cargo de ella. Esto me ha pasado mucho, como me paso del tiempo establecido, me las quitan, y la mitad de ellas ni las veo. El montaje final lo hace otro. Pensé filmar sin claqueta como Welles, pero si lo hago así y no monto yo, es probable que el resultado sea aún peor y más grave el remedio que la enfermedad. Incluso llegué a considerar la idea de rodar como Hitchcock, que sólo rodaba desde un ángulo cada toma y así el montaje sólo se podía hacer de una forma establecida, pero yo no hago story board y además me gusta probar cosas e improvisar sobre la marcha.

E.J.S.: ¿Y nunca barajó la posibilidad de hacerse productor?

S.P.: Sí, me lo planteé seriamente, pero lo rechacé de pleno, pues es tan difícil ser productor como trabajar para otro productor, surgen problemas adicionales como los créditos, o los distribuidores que imponen ciertas cosas o actores. Por un lado se estarían resolviendo ciertos problemas y por otro surgirían nuevos, derivados de la financiación y distribución de recursos, sin erradicar el problema esencial que es el del control total de la película.

E.J.S.: Los personajes que ejercen la violencia en Perros de paja son muy distintos de los del resto de sus películas.

S.P.: Sí, la diferencia de Perros de paja con las otras es que en el resto de las películas los personajes están relacionados con la violencia de una u otra forma. En La cruz de hierro, donde yo quería reflejar las consecuencias de la guerra, son militares. Por eso me recreo en el alemán que tenía la cara destrozada y los mutilados entre orgullosos y hundidos por su estado. Allí una vez más el productor alemán me impuso obsesionado la secuencia en la que la prisionera rusa, mientras practica una felación al oficial alemán, le muerde el pene y se lo queda en la boca. Este hombre, rey del porno, quería un primer plano de ese momento. En otras películas la violencia va con los personajes, como en Pat Garret, Mayor Dundee, Grupo salvaje, La huida... por las actividades o profesiones de los mismos, matones, policías, cazarecompensas, gángsters... mientras que en Perros de paja es la historia de una persona pacifica, casi una mosquita muerta, un matemático ajeno a la violencia en su profesión, que víctima de las circunstancias se ve convertido en un asesino múltiple. Es una tragedia de primer orden, los personajes se mueven impulsados por el destino como si fuesen marionetas.

E.J.S.: Perros de paja es, de sus películas, en la que hay menos humor.

S.P.: Esa opinión es acertada. Humor negro casi siempre. En La huida, que es una especie de parodia de cine negro, los personajes caen bien pues son unos malos muy débiles. La pareja ha sufrido unos golpes y vicisitudes enormes, al bajar del camión de la basura, todos sucios; él le da un manotazo a ella cuando se rasca y dice: “La vida es una broma”. Eso es exactamente lo que yo pienso de la vida. Me gusta llegar al humor por los contrastes fuertes, por ejemplo, cuando me preguntan cuál es mi película favorita siempre digo: Emmanuel negra y Lo que el viento se llevó. En las demás películas todos van detrás de un tesoro, para los personajes en Quiero la cabeza de Alfredo García, esa cabeza era como un tesoro. Esta película tiene el humor del que me gusta, muy desmadrado, surrealista. Incluso llegué, hacia la mitad de la película, a cambiar el tono, tomando un amarillo dominante, es como decir al espectador que a partir de ahí, puede ocurrir cualquier cosa, como si se tratase de un sueño. Esa era mi coartada para que todo se aceptase, el objeto del deseo es la propia cabeza de un hombre que va cambiando de manos, se conserva en hielo, metida en una bolsa y rodeada de moscas. Es, de mis películas, en las que hay más humor negro transmitido eficazmente al espectador, es como una broma pesada. En Aristócratas del crimen me ocurre lo contrario, no supe transmitir eficazmente el humor a los espectadores, intenté hacer una película divertida y los espectadores se la tomaron en serio. No comprendo cómo pueden creerse tantas cosas absurdas que pasan ahí. Sin embargo, como dice, en Perros de paja es donde hay menos sentido del humor, eso se debe a que los personajes así lo imponen por sí mismos, tanto Dustin como Susan son personajes para una tragedia, lo llevan escrito en la cara.

E.J.S.: ¿Redime moralmente al personaje que interpreta Hoffman en Perros de paja?

S.P.: Comparando la más moral de mis películas, es decir, La balada de Cable Houge, con Perros de paja, se puede decir que en Cable Hougue el hombre que se pasa toda la película intentando vengarse de los que le han abandonado, maltratado, pegado y robado, muere arrollado por un carro al querer salvar a sus agresores. No hay final más moral. Pero no es un guión mío, es de John Crawford y Ednund Penney. En Perros de paja lo que existe es legítima defensa, repeler una agresión de quien te intenta matar, teniendo en cuenta que una de las partes es mucho más fuerte y abundante en número y la otra sólo cuenta con su ingenio. Se aplica por tanto una fuerza necesaria y proporcionada. David Sumner está salvado moralmente en su actuación violenta.

E.J.S.: Usted es el director de cine que mejor ha rodado la violencia a cámara lenta. ¿Le gusta regodearse en la representación de la violencia?
S.P.: Resulta efectista. Y yo hago el cine pensando en el público, tratando en todo momento, sobre todo en los violentos, de impresionar al espectador. El cine es un espectáculo y todo lo que contribuye a sobrecoger al espectador me interesa.

E.J.S.: ¿Qué aconsejaría a un joven que quiera hacer una película tan buena como Perros de paja?

S.P.: Muy sencillo, cuatro cosas: tener una buena historia, ir al productor adecuado, comenzar a engañar, mentir, defraudar y mucha constancia para seguir defraudando, mintiendo, engañando...

[Entrevista inédita realizada por ©Eduardo Jáudenes de Salazar en 1983]



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