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Lilya Forever de Lukas Moodysson


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«No quiero que el público sólo se sienta triste y deprimido tras ver la película. La mayoría de la gente se ha indignado. Esa es realmente la reacción que quería. Me gustaría que el público se fuera del cine indignado y que dejara que esa indignación dirigiese algún tipo de acción contra lo que ha visto.»

Lukas Moodysson, entrevistado por The Guardian en 2003, días antes del reestreno de Lilya Forever en el Reino Unido.


Lilya Forever (Lilja 4-ever, 2002) fue la tercera película del cineasta sueco Lukas Moodysson. En sus dos primeras obras, Fucking Åmål (1998) y Juntos (Tillsammans / Together, 2000), Moodysson ya había mostrado signos de maestría en la dirección, influido por el imponente legado cinematográfico de varios cineastas de su país, entre los que destaca con nombre propio Ingmar Bergman. A su vez, en estas primeras películas de Lukas Moodysson también se advertía una ligera influencia de las nuevas olas escandinavas, sobre todo del movimiento Dogma 95, que en aquellos años —a finales de los 90 e inicios de los 2000— continuaban latentes. Sin embargo, en su mayor parte, tanto el cine de los grandes cineastas clásicos escandinavos, como Bergman o Dreyer, así como el de uno de los fundadores del Dogma 95, Lars Von Trier, entre otros, se alejaba significativamente del tono vitalista y esperanzador con el que Moodysson retrataba a la juventud de su país en sus dos primeras películas. La primera de ellas, Fucking Åmål, es uno de los mejores retratos del cine moderno sobre el despertar de las emociones, sensibilidad y sexualidad de los adolescentes europeos. Una película que el propio Ingmar Bergman calificó en 1998 como “la primera obra maestra de un joven maestro” y que le significó a Moodysson su primer éxito, rotundo, por parte de la crítica internacional. Fucking Åmål ganó varios premios internacionales, incluyendo los de Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion y Mejores Actrices en los premios Guldbagge de Suecia (los Goya suecos), en 1999. Su segunda película, Juntos, capturaba, jovialmente y a modo de comedia, la convivencia entre los jóvenes de una comuna hippie en la Suecia de los años 70, mostrando la variedad de sus personalidades, encantos y desencantos. Juntos conquistó en el año 2000, entre otros, al Festival Internacional de Cine de Gijón, del que se llevó cuatro galardones, incluyendo los de mejor director, mejor guion y mejor actor.

En 2002, con Lilya Forever, Lukas Moodysson giró radicalmente su mirada jovial y esperanzada sobre los jóvenes, hacía un nuevo campo de estudio, más comprometido, más arriesgado, más controvertido, pero, sobre todo, más oscuro y desgarrador: la prostitución de menores y la trata de blancas. Un giro, tal vez temprano en la filmografía de Moodysson e inesperado por gran parte de la crítica, que, de algún modo, parecía advertirse tanto por su obra literaria, previa a su carrera como cineasta —con 23 años ya había publicado 5 colecciones de poemas y una novela—, como por sus influencias cinematográficas. Con Lilya Forever, Moodysson se acercaba definitivamente al discurso transcendental de los clásicos como Bergman, al tiempo que conservaba la estética realista, casi documental, heredada del nuevo cine escandinavo. Sin embargo, al contrario que en gran parte de este nuevo cine, en Lilya Forever la provocación al espectador no parece un motivo germinal. Quedaba claro que Lukas Moodysson no era Lars Von Trier ni pretendía serlo.


Cartelería internacional de Lilya Forever.


Lilya Forever comienza con la secuencia que marca el tiempo presente del relato: una joven magullada y desorientada corre por las frías calles de una ciudad industrial hasta llegar a un puente donde observa el vacio, pierde la mirada y cierra los ojos. Una secuencia interrumpida, a los dos minutos exactos, por el título de la película y que solo continuará en el desenlace de la misma. De este modo, a partir de los créditos iniciales, el grueso de la película narra, a modo de flashback, los motivos que dirigen a la joven, Lilya, hacia ese punto. Tres meses antes, Lilya (Oksana Akinshina) es una joven, de unos 16 años de edad, que reside “en algún lugar de la antigua Unión Soviética”, entusiasmada por su inminente partida hacia los Estados Unidos junto a su madre. Sin embargo, su madre decide viajar solo con su novio —un ruso residente en los Estados Unidos a quien ha conocido por una agencia matrimonial—, y Lilya queda a cargo de su tía Anna, quien la obliga a trasladarse a un putrefacto apartamento. La traición de su propia madre significará el primero de los duros golpes que Lilya recibirá durante los próximos tres meses hasta el desenlace de la película. Desamparada por su tía, traicionada, también, por sus amigos y sin dinero, Lilya se ve obligada a buscarse la vida para subsistir, accediendo a la vía más fácil: la prostitución. Todo parece cambiar a su favor tras conocer a Andrei (Pavel Ponomaryov), un apuesto joven con el que comienza a salir y que pronto le propondrá a Lilya una vida mejor en Suecia, país en el que dice residir y trabajar. Embriagada de nueva esperanza por el seductor joven, Lilya accede a todo lo que éste le propone, incluyendo viajar ella sola primero y portar un pasaporte falso, con el que finalmente aterrizará en Suecia.

Durante este tiempo, antes de marchar a Suecia, en la vida de Lilya solo ha existido una persona que no la ha traicionado, un verdadero y fiel amigo: un joven de unos 11 años de edad llamado Volodya (Artyom Bogucharsky). Al igual que Lilya, Volodya es un niño solitario, excluido socialmente, repudiado por su propio padre y por todos los jóvenes del barrio, sin motivo aparente. Ambos comparten el mismo sueño de viajar a Estados Unidos —Volodya es un gran fan del baloncesto— e incluso las mismas vías de escape transitorias a su desolada supervivencia como la de esnifar pegamento. Este frágil niño significará, sin embargo, el catalizador de toda la carga trascendental del relato y no abandonará, jamás, a su alma gemela, Lilya.


La joven Lilya (Oksana Akinshina), de tan solo 16 años, se ve obligada a buscarse la vida para subsistir, accediendo a la vía más fácil: la prostitución.


Lukas Moodysson presenta su discurso sin paños calientes ni sentimentalismo de ningún tipo. Lilya Forever es una película dura; una película cruda por su puesta en escena realista, casi documental, en la que no existe casi carga dramática ni escenas provocadoras, pero cuyas imágenes, sin embargo, exhortan suciedad y frialdad por todos los costados. La película retrata dos sociedades muy distantes entre sí, a priori, en los albores de la primera década del siglo XXI: la de la antigua Unión Soviética y la sueca. Sin embargo, Moodysson deja claro en su película que cualquier sociedad de este mundo parece estar podrida en sus bajos fondos. Es más, la película podría haber sido desarrollada en otros muchos países y el resultado habría sido el mismo. Es, precisamente, la hipocresía política y social que retrata la película, mostrando la facilidad con la que las mafias practican la trata de blancas y la prostitución infantil entre dos sociedades opuestas, motivo suficiente para la indignación de espectadores de cualquier parte del mundo, con un mínimo de sensibilidad al respecto. Lilya Forever describe con naturalidad, sin artificios dramáticos, cómo estas mafias aprovechan todos los vacios legislativos de los países de origen de sus víctimas para cazarlas e introducirlas en los países de destino, a través de los vacios burocráticos de estos últimos. La habilidad de Lukas Moodysson en Lilya Forever para perfilar personajes de todo tipo tiene su máxima expresión en el variado abanico de animales que hacen posible la trata de blancas y la prostitución infantil, tanto como proxenetas como clientes: desde las aves de rapiña fácilmente identificables hasta los lobos con piel de cordero.

A pesar de toda la misantropía que desprende Lilya Forever, Lukas Moodysson aporta un motivo de esperanza a su inocente protagonista, latente en toda la película, a partir de su fe en la religión cristiana. El propio título de la película, “Lilya para siempre”, ya sugiere toda una declaración de intenciones de su director, a favor de una existencia más allá de la vida terrenal. Moodysson afirmó tras su estreno que Lilya Forever es una película “sobre la redención” y que “una sensibilidad cristiana informa de ello en cada una de las escenas”. Ciertamente, el primer plano de la película tras los títulos de crédito es el de un cuadro que representa la figura de un ángel con un niño, en una secuencia que continúa con Lilya guardando el cuadro para su primer traslado. Lilya conservará el cuadro junto a ella durante toda su desdichada odisea, como único objeto de valor en su haber, símbolo de su fe, a pesar de las adversidades. La relación de Lilya con el cuadro —frente al que suele rezar, incluso en los momentos más duros—, unida a su relación con el niño Volodya, le sirve a Lukas Moodysson para otorgar a la película una alta dosis de poesía en el tercio final del relato. Este lirismo en imágenes se muestra como contrapunto del tono visual, realista y documental, que impera en la mayor parte del metraje y que describe el lado más decadente del ser humano, sufrido por la joven Lilya. Hasta este tramo final, Lukas Moodysson solo hace uso de un par de licencias poéticas en la puesta en escena, utilizando el recurso de la ralentización cinematográfica en secuencias muy puntuales: la del abandono de la madre y la de la primera vez que se prostituye.


Lilya junto a Volodya y el cuadro del ángel con el niño, símbolo de su fe cristiana, a pesar de las adversidades.


Es conocido que gran parte de la crítica de su país no digirió positivamente el retrato que Moodysson hacía de Suecia en Lilya Forever, motivo por el que llegó a ser catalogado por un amplio sector de la prensa sueca como “el hombre más odiado de Suecia”. Sin embargo, desde su estreno en 2002, Lilya Forever ha sido exhibida en multitud de ocasiones como ejemplo reivindicativo contra la trata de blancas y la prostitución infantil, en todas partes del mundo. Por ejemplo, en Moldavia, la Organización Internacional para las Migraciones organizó proyecciones a las que asistieron 60.000 personas, mayoritariamente mujeres jóvenes, pero también miembros del gobierno. El propio Lukas Moodysson declaró que su principal objetivo en la realización de la película era el de indignar al espectador respecto a la prostitución infantil y movilizarlo activamente contra ello, tal y como se puede leer en la cita inicial de este texto.

A pesar de la reacción inicial, adversa, de la crítica de su país, Lukas Moodysson ganó varios premios internacionales en todo el mundo por Lilya Forever, incluido Suecia. Entre las distinciones destacan las de Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Gijón y las de Mejor Película, Mejor Dirección, Mejor Guion, Mejor Actriz y Mejor Fotografía en los Premios Guldbagge de Suecia, en 2003. Además, obtuvo dos nominaciones en los prestigiosos Premios del Cine Europeo de 2002, a la Mejor Película y a la Mejor Actriz para la jovencísima actriz rusa Oksana Akinshina, que tenía tan solo 15 años durante el rodaje de la película.

Lukas Moodysson situó la dedicatoria de Lilya Forever al final del metraje, tras los créditos finales:

“Esta película está dedicada a los millones de niños de todo el mundo que son obligados a dedicarse a la prostitución”.

Una dedicatoria que debe permanecer en la conciencia de todos los espectadores que vean esta película, en su lucha contra la lacra que significa la prostitución infantil en todo el mundo, junto a Lilya, para siempre.



Javier Ballesteros



Vídeo introductorio a Lilya Forever
por Javier Ballesteros.