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El hombre mosca de Fred C. Newmeyer y Sam Taylor


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Debía ser el típico joven americano medio, y hacer frente a los obstáculos y problemas desde un punto de vista optimista y en tono de comedia. Mi humor nunca fue cruel o cínico. Simplemente agarraba la vida y le daba un codazo de diversión. Lo hacíamos de manera que todo el mundo lo entendiera, sin las barreras del lenguaje. Parece que también hemos conquistado las barreras del tiempo.»

Harold Lloyd.

«El personaje de Lloyd era bastante diferente al de Chaplin y al mío. El interpretaba a un niño de mamá, que sorprendía continuamente a todos, incluyéndome a mí, triunfando sobre una situación imposible y demostrando con puños y respingos el coraje de un león. A menudo Lloyd parecía más un acróbata que un cómico. Pero fuera lo que fuese en la pantalla, siempre lo hacía mucho mejor que muy bien.»

Buster Keaton.



A Harold Lloyd se le considera el tercero en el pódium de los grandes cómicos de la era silente del cine americano. Muchos otros actores dedicados a la comedia eclosionaron en los felices años 20, una época de bonanza económica que abarcó el período de entre guerras y que se caracterizó por ser el comienzo de la liberación femenina, la adopción del sistema productivo implantado por Ford, la era del Jazz y el establecimiento del cine como entretenimiento de masas. Esta época está considerada como la edad de oro del cine mudo y comprende desde 1915 con El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation) de D.W. Griffith, hasta un par de años después de haber sido inventado el cine sonoro con El cantor de Jazz (The Jazz Singer, 1927) de Alan Crosland. El arte de la interpretación gestual encontró su cúspide durante este período. Los genios del vodevil, el music-hall y espectáculos de variedades de todo el mundo hicieron las maletas con destino a los Estados Unidos. El jovial público de entre guerras encumbró a los altares de la meca del celuloide a estos cómicos. En un principio, se vieron relegados a la realización de cortometrajes y conforme la demanda del público fue creciendo, las tramas pasaron de ser meros gags a historias más elaboradas, con ellas consiguieron competir en igualdad de condiciones que el resto de géneros. El Star System —sistema de producción rentabilizado con el rostro del actor o actriz protagonista— convirtió a estos actores en verdaderos gurús de este periodo. Charles Chaplin y Buster Keaton tal vez tengan hoy en día un mayor reconocimiento, pero fue Harold Lloyd el favorito del espectador de su época. Charles Chaplin llegó a ser el hombre más famoso del mundo en su tiempo, pero se vio salpicado por la persecución de comunistas de la era McCarthy, y Buster Keaton fue un genio sin parangón, pero la crítica y sus erróneas decisiones profesionales le condujeron a desaparecer prontamente. Estas circunstancias llevaron a Harold Lloyd a ser el actor mejor pagado de su época. Los tres realizaron un tipo de comedia muy visual y caricaturesca propia del cine mudo: el slapstick. Este género cómico, que traducido del inglés viene a significar bufonada o payasada, se caracterizaba por estar repleto de acción, en el que destacaba la violencia física exagerada produciendo hilaridad al estar fuera de la ecuación el dolor o la tragedia fruto de esos golpes, caídas o accidentes. El asombro que causaban estas peripecias estaba fuera del alcance del sentido común y por lo tanto el público disfrutaba con las desgracias del protagonista, ya que siempre salía ileso de las situaciones más rimbombantes.


Cartelería internacional de El hombre mosca.


Harold Lloyd comenzó en el cine imitando descaradamente a Charles Chaplin con personajes que se le asemejaban bastante. Consiguió la fama con el vagabundo Lonesome Luke, un verdadero remedo de Charlot, que dirigido por el productor y director Hal Roach consiguió sobresalir en decenas de cortometrajes. Pero ser un simple calco a rebufo del gran Chaplin no entraba en los esquemas de Harold Lloyd y fue buscando su hueco en la industria hasta que dio con el personaje con el que se haría famoso. No fue hasta que configuró al joven de gafas de pasta redondas y sombrero panamá de paja, cuando definitivamente hizo enloquecer a los espectadores. El secreto fue que su personaje, llamado simplemente Harold, representaba al ciudadano normal, a cualquiera sentado en su butaca frente a la pantalla o al chico de la casa de al lado. Un joven simpático, de buen fondo, torpe, optimista, habitualmente de clase media, que para conseguir sus sueños o a la chica de sus desvelos se veía inmerso en mil y una dificultades (casi siempre con figuras autoritarias como policías, jefes, padres, suegros, futuros suegros, etc.). Para solventarlas no dudaba en pelear hasta el final y siempre acaba con la chica agarrada del brazo, aunque para ello tuviera que batirse a mamporros o protagonizar las más delirantes persecuciones. Este joven representaba el mito americano del hombre hecho a sí mismo, el cual, a través del esfuerzo y la perseverancia conseguía sus propósitos, es decir, el optimista sueño americano y el prototipo de triunfador. Sus andaduras se databan en los propios años 20, lo que hacía que la empatía con el espectador fuera mayor. Vista hoy en día, El hombre mosca (Safety Last!, 1923), dirigida por Fred C. Newmeyer y Sam Taylor, retrata perfectamente lo que podría ser un día normal en Los Ángeles. El Harold Lloyd actor y productor no distaba mucho de su creación y consiguió llegar a lo más alto aún siendo de orígenes humildes. Nacido en Nebraska, se compara su niñez con las creaciones de su escritor favorito, Mark Twain: Tom Sawyer y Huckleberry Finn. En cuanto a sus méritos para conseguirlo, siempre fue un prodigio atlético, su humor contenía un importante peso físico. Si el elemento base de la comedia era el gag, Harold Lloyd era la perfección del gag. Alcanzar algo semejante en la considerada como la más difícil de las artes interpretativas, es decir, la comedia, ya tiene una escala a la que muy pocos pudieron llegar. Para ello, fue uno de los primeros cineastas en contar con los test de audiencia. Sesiones previas y privadas realizadas antes del montaje definitivo que medían la reacción del público. De este modo, si un gag no era lo suficientemente gracioso se volvía a filmar de nuevo con algún cambio, se sustituía por otro o se eliminaba sin piedad. El gag solía crearse alrededor de una idea simple a la cual se le añadía posteriormente un breve guion. En cuanto los cortometrajes protagonizados por Lloyd, subieron de bobinas, es decir, de minutaje, y éste contrató a legiones de autores de gags con los que experimentaba hasta dar con la tecla.


De izquierda a derecha: Fred C. Newmeyer, el director, hace un cameo como conductor del coche que se presta a devolver a Harold al trabajo. En el centro junto a la actriz Mildred Davis, con la que se casaría tras la filmación de la película y con la que vivió toda su vida. Y a la derecha, Bill Strother, el verdadero hombre mosca contratado por Lloyd y que en la película se le ve cojear porque todavía no se había recuperado de una lesión. Lo acreditaron com "Bill, el Cojo".


En el caso de El hombre mosca la historia se amoldaba a lo establecido: un chico de pueblo que emigra a la gran ciudad para ganar dinero y casarse con su novia. Una aspiración de lo más lícita. La conquista de la chica como fin último constituía la mayoría de las historias que se venían rodando, pero fue el colofón final de El hombre mosca, el de la escalada, lo que grabó a fuego el nombre de su autor en la iconografía popular y en los libros de historia del séptimo arte. Además del slapstick, la comicidad radicaba en este filme en el equívoco. Continuamente Harold debía recurrir a la picardía para hacerse pasar por quien no era: un simple vendedor que engaña a su novia haciéndola pensar que era el director general de unos grandes almacenes, el mismo joven haciéndose pasar por un hombre mosca ante los paseantes expectantes, un maniquí que no lo es, una soga de patíbulo malinterpretada... Previamente a su filmación, Lloyd ya había experimentado con la sensación de vértigo y suspense en Look out below (1919) de Hal Roach y en La caza del zorro (Never Weaken, 1921) de Fred C. Newmeyer. En ambas, el protagonista hacía equilibrismo en un edificio en construcción saltando y cayendo de viga en viga. La cámara lo aislaba en el vacío, con las bulliciosas calles repletas de vehículos y transeúntes a una distancia de infarto. En Harold, el nuevo doctor (High and Dizzy, 1920) de Hal Roach, también se paseaba por la cornisa de un edificio. En el filme que nos ocupa, Lloyd buscaba repetir la fórmula mágica de suspense e hilaridad. La idea de El hombre mosca, título en español que hace referencia a los escaladores de edificios, se le ocurrió a Lloyd cuando paseando por una calle de Los Ángeles se topó con una gran multitud de personas congregadas para ver a una verdadera mosca humana escalar un edificio y comprobó la emoción con que los allí reunidos observaban. Su reacción y la del público fue tal que Lloyd pensó en llevar a la gran pantalla ese magnetismo causado por el peligro y la alegría resultante al superarlo. Al finalizar la ascensión, subió inmediatamente a la azotea y contrató al escalador, cuyo nombre era Bill Strother. En El hombre mosca, Strother iba a interpretar al compañero de piso de Harold; curiosamente antes de empezar el rodaje resbaló subiendo otro edificio y se rompió una pierna, y es por ello que saliese acreditado en el filme como Bill El Cojo, ya que todavía no se había recuperado totalmente de una pierna. La escalada volvió a ser replicada años más tarde en ¡Ay, que me caigo! (Feet First, 1930) de Clyde Bruckman, pero la estampa de Harold colgando de las agujas del reloj habría de eclipsar cualquier otro intento de emularlo. Pese a ser un actor consagrado, el empujón de El hombre mosca le llevó a rodar una serie de películas fabulosas entre las que destacan El tenorio tímido (Girl Shy, 1924), El estudiante novato (The Freshman, 1925), ¡Ay, mi madre! (For Heaven's Sake, 1926), Relámpago (Speedy, 1928) y la sonora Cinemanía (Movie Crazy, 1930). Sobresale por encima de ellas otra pequeña joya, El hermanito (The kid brother, 1927) dirigida por Ted Wilde, J.A. Howe y un incipiente Lewis Milestone, en la que su muchacho de gafas volvía a hacerse pasar por quien no era para conseguir la admiración de una bailarina ambulante.

La caterva de directores que acompañaban a Harold Lloyd en los títulos de créditos, al igual que les pasaba a los acreditados en las películas de Chaplin y Keaton, tenían que conformarse con la labor de hábiles técnicos y poco más, ya que las estrellas mantenían el control total sobre cada uno de los aspectos de la filmación. Por lo general, además de ser el actor principal, Lloyd también ejercía funciones de productor, guionista, montador, director o co-director. Él tomaba las decisiones vitales. Pocos fueron aquellos que consiguieron triunfar con sus carreras en solitario tras abandonar el cobijo de la gran estrella. Harold Lloyd contaba con un equipo artístico y técnico fijo, al que mantenía en nómina aunque no estuvieran trabajando. La actriz Mildred Davis, que aquí hace de novia de Harold, venía siendo su compañera de reparto desde hacía años y tras rodaje de El hombre mosca se casó con él y poco después se retiró de la actuación.

Durante muchísimo tiempo se pensó que Harold Lloyd había protagonizado la escalada final sin ningún tipo de truco. No fue hasta su muerte, en 1971, cuando se desveló la magistral forma en la que está rodada. El propio Lloyd reconoció que se utilizó a Strother para los planos generales y él hizo las partes más fáciles; en los primeros planos y planos medios se le ve siempre a él, sin transparencias y a mucha altura. Parte de esas proezas y acrobacias tomaron forma gracias a la técnica cinematográfica. En la azotea de un alto edificio se construyeron dos pisos más de falso edificio y la cámara se colocó de tal manera que se pudiese ver la calle de abajo. Debajo del actor se colocaron colchonetas a modo de protección en caso de caída. A pesar del truco visual consistente en la perspectiva forzada, la mayor o menor apertura del plano y la utilización de dobles, la escena no estaba carente de peligros y eran los planos del propio Lloyd los que lograban una mayor vertiginosidad en el público. El montaje de toda la secuencia es un ejemplo digno de estudio; ninguno de los aproximadamente 20 minutos de duración está de sobra, consiguiendo que la tensión aumente con cada nuevo peligro. A ello habría que apuntar otro dato sorprendente y que dota todavía de más mérito al escalador Harold Lloyd, y es que en 1919 sufrió un accidente al explotarle una bomba, supuestamente de atrezo, en la mano derecha, volatilizándole los dedos pulgar e índice y dejándole ciego. Tras un tiempo de recuperación, en el que peligró su carrera, consiguió recuperar milagrosamente la visión y pese a que perdió los dos dedos se acostumbró rápidamente a realizar todo tipo de cabriolas con la mano izquierda. Aunque fuera de dominio público su mutilación, en las películas siempre salía con un guante especialmente diseñado que ocultaba la ausencia. La prótesis funciona tan bien en pantalla que de no ser apercibidos por este detalle jamás se caería en la cuenta.


Icónica estampa de la comedia del cine mudo. Harold Lloyd será siempre recortado por esta secuencia de El hombre mosca.


A menudo se ha identificado esta escalada del edificio de los grandes almacenes como una metáfora del ascenso social. Como en la vida, cada faceta, cada piso, tiene sus retos y sus descansos. El muchacho de las gafas conseguía superarlos todos y se hacía con la chica, con el beneplácito de sus superiores y con una jugosa cantidad de dinero. Si la parodia y la caricatura son un principio de la crítica, aquí, en el país de las oportunidades y el consumismo, uno puede reírse de la frenética vida de la gran ciudad con sus medios de transporte abarrotados y su hambre de consumo desorbitado (la escena de las rebajas es magistral). A pesar de tener trabajo, al bueno de Harold apenas le alcanza el sueldo para permitirse pagar el alquiler. La presión de triunfar y llevar buenas noticias a casa le hacen apretarse el cinturón, ya que prefiere comprarle una cadena a su novia que llenarse el estómago.

Tras la llegada del cine sonoro, Harold Lloyd continuó trabajando en películas como la anteriormente citada Cinemanía, La Vía Láctea (The Milky Way, 1936) de Leo McCarey o El pecado de Harold Diddlebock (The Sin of Harold Diddlebock, 1947) de Preston Sturges en la que se realizaba un último y delirante paseo por una cornisa de un rascacielos atado con una cadena a un león. A pesar del prestigio de estos dos últimos directores y de que su adaptación al medio hablado fuera aceptable, las nuevas estrellas de la comedia ya habían copado los carteles y la verborrea de Los Hermanos Marx era la tónica dominante entre el gusto popular. También es cierto que el tipo de humor en el sobresalió, el slapstick, era más fácil de hacer con veinte o treinta años que con cuarenta o cincuenta. El legado que dejó Lloyd junto al resto de cómicos de su generación, esos “grandes genios de la comedia silente” a los que añadiríamos sin rubor al francés Max Linder, Laurel y Hardy, Harry (Baby Face) Langdon o Larry Semon, continúa hoy en día gracias, sobre todo, a la animación, un medio perfecto para la exageración. Martin Scorsese, adalid de la restauración y recuperación de viejos filmes, hizo un gran homenaje al cine mudo en La invención de Hugo (Hugo, 2011) en la que reivindicaba la figura del pionero George Méliès. Scorsese colaba a sus protagonistas en un cine para visionar El hombre mosca y, casi al final del filme, redondeaba su homenaje haciendo colgar a Hugo de la agujas de un reloj gigante.

El muestreo de estas cuatro películas escogidas por la Filmoteca de Sant Joan d´Alacant deja el regusto de lo sublime en el paladar. El público asistente a la sala ha disfrutado como nunca con las correrías de Harold, Charlot, Hulot y el maquinista con su adorada “La General”. Como dijo el crítico norteamericano Joe Franklin en el libro Classics of the silent screen: “Si usted nunca estuvo sentado en un cine lleno a rebosar y partiéndose de risa ante las hazañas de Harold Lloyd, entonces se ha perdido usted uno de los mejores regalos que nunca ha ofreció el cine. Compartir la risa sana fue una de las contribuciones más felices de las películas mudas al bienestar de la humanidad y Lloyd fue uno de sus triunfantes benefactores”. Satisfechos con el resultado, nos quedamos con las ganas de proyectar en el futuro otra remesa de estos u otros fenómenos. Como dijo Lloyd en la cita inicial, los cómicos del cine silente universalizaron la comedia y la sonrisa rompiendo la barrera del idioma, pero además y como ha quedado demostrado también rompieron la barrera del tiempo. Mostrar cine mudo siempre es un riesgo, pero llevamos dos eneros seguidos haciéndolo. Ojalá se convierta en una cita anual que continúe año tras año, ya que no será por ganas y por películas.


JMT



Vídeo introductorio a El hombre mosca
por JMT.