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Los cronocrímenes de Nacho Vigalondo


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Si los viajes en el tiempo son posibles, ¿dónde están los turistas del futuro?»

Stephen Hawking en Breve historia del tiempo.


La trama de Los cronocrímenes (2007) no comienza a causa de los esfuerzos de un científico obsesionado por viajar en el tiempo o con la alborotadora aparición de un habitante del futuro que necesita cambiar los hechos del presente. A diferencia de los referentes más conocidos del género, este filme se desarrolla en lo cotidiano: un día cualquiera de las vacaciones de una pareja en una casa rural. El protagonista Héctor (interpretado por Karra Elejalde) es un tipo con una vida corriente. Su trabajo le permite cierta comodidad económica pero le quita horas de sueño. Y su mujer le adora, pero es obvio que en una época pasada sintió por la relación un entusiasmo mayor.


Cartelería internacional de Los cronocrímenes.


Lo que dispara la trama es una afirmación que la narrativa sostiene desde el principio de los tiempos: la cotidianeidad siempre esconde cuestiones. Como cualquier individuo, Héctor tiene necesidades, filias, fobias, deseos y curiosidades que no tienen que ser necesariamente inocuos. A falta de mejores distracciones, decide sentarte en su jardín y observar los alrededores con unos prismáticos. Su impulso voyerista obtiene premio al dar con el desnudo de una joven (interpretada por Bárbara Goenaga). Dentro de su vida rutinaria, esta visión fortuita supone un acontecimiento tal que le inspira a adentrarse en el bosque para ver qué está sucediendo y, de paso, disfrutar de la estampa desde posiciones más cercanas. En el escenario del avistamiento, un turbador personaje con el rostro cubierto por un vendaje rosa le ataca y comienza a perseguirle. Ha caído en una trampa por seguir sus instintos más primarios.

Nacho Vigalondo (director y guionista del largometraje) confecciona una historia en la que la ciencia ficción aporta los giros argumentales pero cuyo tema principal es la supervivencia del individuo. En primer lugar, Héctor ha de huir de este misterioso villano que le persigue. En su desesperación da a parar a un laboratorio donde un joven (interpretado por el propio Vigalondo) le ofrece esconderse dentro de una gran maquinaria de tipo industrial. Cuando sale, resulta que Héctor ha sido trasladado atrás en el tiempo y que su yo del pasado, y no él mismo, está viviendo en su casa con su mujer. Entonces, decide que debe arrastrar a su yo del pasado a las mismas situaciones que acaba de vivir, para así poder enviar al otro atrás en el tiempo y él recuperar su vida en el presente. Con esta decisión también se dispara el arco dramático de nuestro protagonista, que sufrirá un desarrollo en la tradición de los héroes de las odiseas de la narrativa universal.


Esta siniestra figura es el que persigue al protagonista hasta su viaje en el tiempo.


Otra diferencia con las obras del género consiste en que el antagonista es el mismo Héctor —o, si se prefiere, “Héctor del pasado”—. Este es el personaje que ha de borrar de su vida. El protagonista adopta la estrategia de explotar el conocimiento de su propia psique, de sus instintos e incluso sus deseos más oscuros, para atraer a su otro yo al mismo bucle espacio-temporal en el que él está introducido. Las cualidades de Héctor se ven incrementadas. En su forma primeriza, el personaje es torpe psicológica y físicamente. Cae fácilmente en la trampa que le ha tendido el tipo de la cara vendada, tiene tropiezos y caídas constantes cuando se mueve y en ningún momento tiene en cuenta un entorno capaz de ocultar cualquier peligro. No obstante, la necesidad de supervivencia causa una curva de aprendizaje. Se ve obligado a pensar con mayor agilidad, a manejar situaciones con sangre fría y a ser violento en el caso de creerlo ineludible. Héctor utiliza a su favor el hecho de haber vivido ya las mismas situaciones desde el lado pasivo y, sobre todo, de conocerse a sí mismo.

Aspecto bien diferente es la confianza en uno mismo, o el que parece ser uno mismo sin serlo. Héctor no soporta que haya otro viviendo su vida al lado de su mujer, aunque sea él mismo. Esto lanza dilemas sobre la identidad, la personalidad y el ego en definitiva. ¿Hasta qué punto confiaríamos en unas personas que son al cien por cien iguales a nosotros genética e identitariamente? ¿O desconfiaríamos de estos dobles precisamente porque conocemos nuestros defectos? ¿Hasta qué punto dependen nuestros egos de nuestra integridad física para considerarnos nosotros mismos?


El científico (Vigalondo) intenta explicar a Héctor lo ocurrido.


La otra incógnita se lanza sobre la propia clasificación en el género de la ciencia ficción de la película. En las historias de viajes en el tiempo se distingue entre dos teorías. Por una parte está la del universo consistente, según la cual un “yo futuro” de un personaje ya ha realizado un viaje al pasado en el que ha provocado sucesos cuyos efectos ya están incluidos en su vida presente. Para que nos entendamos, un ejemplo de esta vertiente sería La jetée (Chris Marker, 1962), en la que un hombre acaba descubriendo que el asesinato que presenció cuando era un niño, que le ha marcado la vida, es el de su propia muerte. Por el contrario, tenemos la teoría del universo mutable, por la que toda modificación que se realice en un viaje al pasado afectará al presente. El ejemplo más reconocible de este universo sería la saga Regreso al futuro de Robert Zemeckis. En Los cronocrímenes, Vigalondo parece establecer un híbrido entre ambas teorías: Héctor sufre los efectos de un viaje al pasado ya efectuado (algo propio del universo constante) pero busca volver atrás en el tiempo para corregir los errores fatales que ha cometido durante su travesía. También tendría el honor de ser uno de los pocos personajes de la ciencia ficción que ha interactuado consigo mismo y podría certificar pasiva y activamente la existencia de los “turistas temporales”, un concepto utilizado por Stephen Hawking cuando habla de la improbabilidad —que no imposibilidad— de los viajes al pasado. Es decir, para Hawking, no haber convivido con personas procedentes del futuro reduce considerablemente las posibilidades de realizar estos viajes. Pero por suerte, la ciencia en la narrativa cinematográfica suele servir, como en Los cronocrímenes, de excusa para dar rienda a otras cuestiones igualmente excitantes.


Antonio Ruzafa



Vídeo introductorio a Los cronocrímenes
por Antonio Ruzafa.