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Nazarín de Luis Buñuel


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Buñuel es un hombre profundamente cristiano que odia a Dios como sólo un cristiano puede hacerlo. Considero que es el director más excelsamente religioso de la historia del cine.»

Orson Welles, entrevistado por Peter Bogdanovich.


No hay filmografía que se haya desarrollado bajo el influjo del catolicismo como la de Luis Buñuel. El tratamiento de esta religión en sus películas se gradúa desde lo conciso a menciones simples, aparecimientos complementarios a la narrativa principal o análisis de espacios influidos directa o indirectamente por el estamento eclesiástico. Una inquietud heredada de la estricta educación católica que recibió en el jesuita Colegio del Salvador de Zaragoza, institución prestigiosa que su acomodada familia pudo permitirse. El cineasta reconocía al escritor Max Aub en Conversaciones con Buñuel (1984) que hasta los 14 años había ejercido con rectitud como católico practicante, pero que a partir de entonces comenzó a encontrar absurdas cuestiones como el concepto cristiano de infierno. Sus dudas, añadidas a influencias externas como la lectura de El origen de las especies (On the Origin of Species, 1859) de Darwin y de su galopante rebeldía adolescente comenzaron a mellar su fervor, hasta que a los 17 años ya había dejó de creer en la religión y se declaró anticlerical —aunque esta mentalidad sufriría ciertos vaivenes durante el resto de su vida—.

No extraña su gusto por la obra de Benito Pérez Galdós, uno de los escritores que durante finales del siglo XIX y principios del XX exploró, como después Buñuel en el séptimo arte, la idiosincrasia de la fe católica. El compendio de obras unidas por esta temática quedó denominada por los expertos como el ciclo “espiritualista” del escritor canario, al que pertenece la novela Nazarín, publicada en 1895. Buñuel intentó llevar por primera vez esta obra a la gran pantalla en los años de su vida en México. Tras Gran casino (1947), primera película que dirigió en el país americano por encargo de Óscar Dancigers —que acabaría convirtiéndose en productor habitual durante la etapa—, Buñuel compró los derechos de Nazarín e intentó llevarla a la producción, pero la falta de apoyo —sólo había realizado una película en catorce años— anuló el proyecto. En 1958, tras una década en la que su nombre ya había resonado con filmes como Ensayo de un crimen (1955), Así es la aurora (Cela s'appelle l'aurore, 1955), Abismos de pasión (1954), Él (1953) y, sobre todo, Los olvidados (1950), por fin obtuvo el apoyo del productor mexicano Manuel Barbachano —uno de los grandes impulsores de la industria en el país— y pudo llevar adelante la ansiada adaptación de la novela.


Cartelería internacional de Nazarín.


La obra de Galdós está situada en el Madrid de finales del siglo XIX, por lo que Buñuel decidió trasladar la historia a México pero respetar la época, encajando así la ambientación en plena dictadura militar de Porfirio Díaz. Más allá de lo espacial, hay pocas diferencias factuales entre novela y película. Algunos cambios en personajes, supresión de algunas escenas y aspectos menores. El discurso principal no cambia. El protagonista tanto de novela como de adaptación es el mismo: Nazarín, un sacerdote de pueblo que lleva una vida estrictamente católica regida por el Nuevo Testamento y que no hace la más mínima concesión a urgencias de carácter humano o amoral. El contraste entre Galdós y Buñuel se da en el sufrimiento del personaje. Ambos autores lanzan a Nazarín a una travesía en la que su fe será erosionada constantemente por la moral pragmática y destructiva que les rodea, pero Galdós tiene la misericordia de concederle al sacerdote pequeñas victorias que le hacen reafirmarse ideológicamente. Buñuel, por el contrario, martiriza —en el sentido más místico de la palabra— sin miramientos a su héroe.

Son muchos los autores, incluido el propio Buñuel, que señalan que Nazarín es un personaje a medio camino entre la rectitud dogmática de Jesucristo y la locura de Don Quijote de la Mancha. Es indiscutible. Nazarin vive su vida con absoluta integridad cristiana y está convencido de que su actitud es la que le acercará a él, y a los que con él interactúen, al cielo. A petición expresa de Buñuel, el papel protagonista fue concedido a Francisco Rabal. El murciano dota al personaje de un arco dramático en el que vemos su evolución interna. En la presentación, Nazarín muestra una pureza tan arbitraria que parece artificial, que incluso raya lo pusilánime. Una perfección de maneras que puede considerarse ridícula. Se trata de un desafío al espectador. Buñuel nos reta a enfrentarnos a este nivel de inocencia, como si quisiera que la audiencia midiese por sí misma si es capaz de aceptar la rectitud inmaculada de Nazarín o por el contrario debe añadirse a la lista de individuos que le toman por loco o por un despojo social. Sin embargo, conforme se desarrolla la historia se van notando pequeñas fugas de carácter. Aparentemente tolera el robo de su ropa y su comida. También soporta temeroso el primer enfrentamiento desproporcionado con Andara (Rita Macedo) y su tropa. Pero, posteriormente, da como limosna a un vagabundo las dos monedas que él había recibido anteriormente de un hombre conocedor de su pobre situación. Entonces, cuando el hombre le agradece y le dice que Dios le aumente la caridad, Nazarín le contesta: “Que no me la aumente, porque si no…”. Un comentario en el que deja escapar la molestia que le produce el volver a quedarse sin recursos a causa de sus convicciones, un gesto que contradice la pureza de imagen católica que irradia. Poco a poco se irán viendo señas del debate interno del personaje entre su propia humanidad y la santidad a la que aspira.


Nazarín (Francisco Rabal) parece seguir el estricto modelo de la vida de Jesucristo.


El catolicismo calloso de Nazarín se irá derrumbando conforme se integre en el mundo terrenal, en el que Buñuel describe un fracaso absoluto de la moral. Salvo él, todos los personajes han asimilado unos principios materiales y egocentristas, incompatibles con el ejercicio de los cánones de la conciencia humana, y por lo tanto de la cristiandad. La inocencia y la bonhomía condenan al hombre al desprecio de sus semejantes, que interpretan esas condiciones como una debilidad de la que aprovecharse. El ejercicio de la fe es una condición que oprime la personalidad de Nazarín al hacerle incapaz de defenderse y desarrollarse como individuo en sociedad. El sacerdote se ha equivocado de mundo. En este, el transgresor es el que cumple los preceptos de la fe. En todo el filme actúa con una integridad moral impecable. Y, sin embargo, acaba preso, como un ladrón o un asesino.

Buñuel deja abierto el final, pero no sin haber implantado duda en Nazarín. Una duda que puede reflejar los propios pensamientos ambiguos del director causados por la instrucción católica que le dejó mella hasta el día de su muerte. Esta película es un intento de Buñuel por acercarse a la comprensión de la moral intrínseca en la fe cristiana, y por comprobar la capacidad de honestidad de la misma. El retrato del desastroso mundo material que se plantea no hace más que ensalzar la fe del personaje, incluso contraponiéndola a la del catolicismo profesional. El cura que le cobija tras el incendio de su casa le tiene liando cigarros como un sirviente y le expulsa de su casa en cuanto comprueba que puede tener problemas con la ley, una actitud absolutamente opuesta a la que el propio Nazarín tiene con Andara —o Jesucristo con María Magdalena—. Tras reprender a un general la humillación a la que ha sometido a un campesino que no le ha saludado, el cura que acompaña al militar le toma por un predicador estrafalario, pese a que por doctrina debería compartir el mismo discurso de igualdad y entendimiento entre hombres. En todo caso, Buñuel deja claro que la crítica no es a la fe, sino a cómo se ejerce.


El resto de individuos que buscan el ejercicio espiritual de Nazarín sólo quieren apropiarse de su santidad, como en esta escena en la que un grupo de mujeres le piden un milagro que cure a una niña.


Nazarín, como es constante en Buñuel, es un retrato misántropo del sufrimiento del individuo en sociedad y, por supuesto, un ataque anticlerical. Posteriormente, en películas como Simón del desierto (1965) o la propia Viridiana (1961) —basada en Halma, también de Galdós, del que además también adaptó Tristana en 1970— volvería a tratar este tema, pero de estas obras no se desprendería tal ensalzamiento a la espiritualidad como materia benefactora del humanismo tal y como lo hace en esta. Buñuel parece descargar sus propias dudas en la espalda del padre Nazarín para hacerse entender e intentar entenderse.


Antonio Ruzafa



Vídeo introductorio a Nazarín
por Antonio Ruzafa.