Revisando opiniones ajenas, parece que los críticos se llenen la boca hablando de cómo La jauría humana (The Chase, 1966) retrata la América profunda, esas zonas de Estados Unidos caracterizadas por su reaccionarismo y su contraste con el relativo progreso del país. No quiero revocar nada de lo que dicen estas voces, porque tienen sobrados argumentos que la película obvia. Únicamente la ambientación del pueblo y caracterización de los personajes, con sus sombreros de vaquero, dan pie a que estos críticos piensen que esta película es un puñetazo en el estómago de América.
La jauría humana retrata un pueblo en el que el más rico es el más poderoso, donde todo el mundo piensa que hasta el sheriff tiene un precio. La burguesía ha instaurado su ley. Una clase totalmente nihilista, despreocupada, que vive para su placer y beneficio, racista, despreciativa con los que tiene por debajo y combativa respecto a los que amenazan su poder. A los niños no se les educa para recibir el dudoso honor de convertirse en herederos de sus padres, sino que hasta participan en las fiestas de sus padres. La clase baja no se queda atrás en cuanto a hipocresía. Critica la desgracia ajena en la cara del afectado. Confían más en los rumores que en sus propios hijos. Están convertidos en una auténtica casta de ignorantes que sospechan de todo aquello que no se ajusta a un concepto de la moral en nombre de la cual dicen actuar pero que degradan a cada paso. El que más señala, el que más desprecia, es el que más tiene que esconder. Pagarán justos por pecadores. Los inocentes y los que quieran pelear contra los monstruos, acabarán irremediablemente ellos mismos convertidos en monstruos. Es una sociedad ya no corrupta, sino podrida en sus cimientos.
Cuando hablamos de la América profunda, lo hacemos con cierto afán de distanciamiento, pretendiendo dejar claro que nosotros – y cuando digo nosotros, es tanto individual como colectivamente – estamos en las antípodas de esa América de los establos y los desiertos. Es en este punto donde puede uno entrar a discutir con estos críticos de los que hablaba al principio de este texto.
¿Es La jauría humana una imagen de una sociedad convertida en un pozo de incultura e intransigencia? Por supuesto que sí. Pero, ¿hace falta remarcar tanto el hecho de que toda la acción de la película ocurre inconfundiblemente en América? ¿Hace falta irse tan lejos para encontrar una sociedad tan hipócrita e ignorante?
En el siguiente enlace, de este mismo blog lafilmotecadesantjoan.blogspot.com, en el que podrá encontrar aportes sobre la cinematografía en general y al que invito a visitarlo a todos ustedes, verán una entrada de nuestro grandísimo compañero y mejor amigo José Martínez – al que pido sinceras disculpas por copiarle esta idea - en la que describe un ejemplo de flamante actualidad y absoluta cercanía:
Un hombre inocente al que la justicia señaló como posible asesino de una niña de tres años y al que el resto de españoles, guiados por la prensa, negamos la presunción de inocencia y juzgamos como a la peor de las escorias de este planeta. Recordemos también el caso de El Ejido, un pueblo almeriense cuya población en el año 2000 comenzó a sentirse incómoda con la cada vez más abundante presencia de inmigrantes en la localidad. Algunos comenzaron a atribuirles a los inmigrantes delitos cuales como robos, violaciones y asesinatos. Rumores que corrieron como la pólvora y que resultaron en persecuciones por parte de grupos de vecinos armados hacia los inmigrantes, acabando alguna que otra de forma sangrienta. Linchamientos en toda regla y no en Texas, ni en Arkansas, sino en Andalucía.
Por eso, los críticos que se jactan de conceptualizar la América profunda en La jauría humana, está cometiendo un error al distanciarse. No se puede hablar de América y de la América profunda. Debemos hablar de la sociedad y de la sociedad profunda. Porque los ignorantes que la película muestra no tienen una nacionalidad concreta, son (somos) una raza global. En cada pueblo puede estar gestándose el monstruo de la rabia, cada vez que se señala con el dedo, cada vez que se lanza un rumor. Sólo hace falta una chispa que encienda la cólera.
En cuanto a los partícipes de la película, cabe apuntar su genial guión de Lillian Hellman (basado en la novela homónima de Horton Foote), que conjuntamente a grandes interpretaciones de maestros como Marlon Brando – cuyos gestos redondean cada emoción –, Robert Redford, Jane Fonda o Robert Duvall, crean unos personajes perfilados al milímetro, plenos de – insanas – intenciones. El director Arthur Penn, sin embargo, no recibió – ni ha día de hoy ha recibido todavía – el reconocimiento por esta obra, que por otra parte sí consiguió con su siguiente película, la archifamosa Bonnie & Clyde. Irónicamente, el público prefirió el romanticismo de la vida de dos ladrones que burlan la justicia a lo impactante de una multitud que directamente la escupe.
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