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Fresas salvajes de Ingmar Bergman


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.


«La idea de Fresas Salvajes surgió de un viaje que hice hasta la casa de mi abuela en Uppsala. Fui en coche desde Estocolmo a Dalecarlia y deseaba salir muy temprano por la mañana, a las tres o las cuatro de la madrugada. La calle estaba vacía, no había nadie allí, y los pájaros estaban cantando como obsesionados por la primavera. Y entonces salí del coche, crucé la calle y fui al jardín trasero, subí las escaleras hasta la puerta principal de la casa de mi abuela. Y todo estaba exactamente igual a como estaba en aquel tiempo. Y entonces tuve la sensación... y si ahora, al igual que cuando era un niño muy pequeño de seis o siete años, abriera la puerta de la cocina y todo estuviera exactamente como estaba cuando tenía 10 años. Es casi fotográfico, puede ser muy fascinante y a veces cuando me siento triste o inseguro o algo parecido, puede ser una especie de técnica para volver a esta parte de mi vida. Lo que sentía por mi abuela... siempre me sentía muy seguro y en casa.[...]

Fue en otoño de 1956 cuando hice el viaje. Comencé a escribir el guión en primavera. Como uno de mis primeros amigos es médico, pensé que sería práctico hacer que el protagonista fuese un médico. Entonces, de alguna manera pensé que ese anciano debía ser un viejo y cansado egoísta que había roto sus vínculos con todo lo que le rodeaba, como había hecho yo.»

Ingmar Bergman.


Tras varias etapas de crecimiento en las que se establecerían sus obras de juventud, las cuales se adscribían estética y formalmente a las obras conservadoras del cine sueco de su época, Ingmar Bergman fue añadiendo cada vez más carga psicológica a su obra. Influenciado por la filosofía existencialista surgida tras la Segunda Guerra Mundial y recurriendo a menudo a su propia biografía, el director sueco zanjaría esta fase con el éxito internacional de Sonrisas de una noche de verano (Sommarnattens Leende, 1955), una comedia de enredos amorosos que consiguió el raro galardón de película con "Mejor humor poético" en el Festival de Cannes. Tras más de 10 años de carrera como director cinematográfico, con una filmografía importante de 15 películas y un estatus de director reputado, Bergman rodó su obra maestra El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1956) con la cual inauguraría un conjunto de obras de amplio contenido simbólico en las que dio rienda suelta a sus máximas preocupaciones, especialmente la búsqueda humana de Dios y la angustia existencial ante la muerte. Su siguiente obra, Fresas salvajes (Smultronstället, 1957), se constituyó en otra obra referencial de su carrera, inscrita al igual que El séptimo sello en el Olimpo de las mejores películas de la historia. Fresas salvajes es una obra aglutinadora de todas y cada una de las fijaciones bergmanianas. En ella podíamos encontrar de nuevo los temas de la vida y la muerte, la familia, la incomunicación, el amor, el desamor, el matrimonio, las relaciones humanas, el arte, la religión o la ciencia.


Cartelería internacional de Fresas salvajes


El título de la película, Fresas salvajes, se trataba de un símbolo recurrente en su obra y hacía referencia a las fresas silvestres que crecían en Suecia durante el verano. La traducción original ampliaba su significado a la estación y el lugar en el que crecían y para Bergman simbolizaban la juventud y el erotismo. Más ampliamente, se podría decir que para Bergman las fresas salvajes comprendían un nostálgico estadio de felicidad ligado con la lozanía de la juventud, un estado fugaz y de imposible recuperación.

El papel protagonista recayó en el mítico director de cine Victor Sjöström, el cual ya había trabajado con Bergman siete años atrás en Hacia la felicidad (Till glädje, 1950). A la edad de 77 años interpretaba a un huraño e individualista doctor alejado sentimentalmente de su familia. Su nombre era Isak Borg y se nos presentaba con las siguientes palabras:

«En nuestras relaciones con otras personas principalmente discutimos y valoramos sus temperamentos y conductas. Por eso me he retirado de lo que ahora se hace llamar 'vida pública'. Esto me ha llevado a tener una vejez muy solitaria.»

En la autobiografía Imágenes (1990) de Bergman el autor hablaba sobre las partes que el Doctor Borg tenía de sí mismo y de la impronta que marcó a posteriori Victor Sjöström:

«Modelé una figura que exteriormente se parecía a mi padre pero que era enteramente yo. Yo, a los treinta y siete años, aislado de relaciones humanas, relaciones que yo había cortado, auto afirmativo, introvertido, no sólo bastante fracasado sino fracasado de verdad. Aunque exitoso. Y capaz. Y ordenado. Y disciplinado.[...] Victor Sjöström me había arrebatado mi texto y lo había convertido en algo de su propiedad, había aportado sus experiencias: su propio sufrimiento, misantropía, marginación, brutalidad, tristeza, miedo, aspereza, aburrimiento. Había ocupado mi alma en la forma de mi padre...»

La obra de Victor Sjöström fue un referente para todos los directores escandinavos, siendo de los pocos que en época del cine silente emigró a Hollywood y facturó notables películas como El viento (The wind, 1928) y El que recibe el bofetón (He Who Gets Slapped, 1928) dirigiendo a grandes estrellas como Lillian Gish, Greta Garbo o Lon Chaney. Sin embargo, fue con la película sueca La carreta fantasma (Körkarlen, 1921) con la que Bergman le rendiría tributo en Fresas salvajes en el inolvidable sueño surrealista que el protagonista padecía al inicio del film. Una pesadilla premonitoria de muerte que claramente ligaba al mundo onírico con el subconsciente dentro de los parámetros psicoanalíticos de Sigmund Freud. Dentro de la pesadilla, los relojes carecían de manecillas y marcaban el tiempo a ritmo de exasperantes latidos simbolizando que para el viejo doctor la muerte acechaba. A su vez, el sueño se convertía en catalizador del cambio. Por el lado físico, el viaje en coche hasta la ciudad de Lund, convertía a Fresas salvajes en una road movie en la que, como dictan los cánones, lo verdaderamente importante sucedía en cada una de las paradas del camino y no en el viaje propiamente dicho. Por otro lado, el trayecto se transformaba en un viaje introspectivo hacia la reconciliación espiritual.


Ingmar Bergman y Victor Sjöström durante un descanso del rodaje de Fresas salvajes.


Si Antonius Block se interrogaba sobre la transcendencia de la vida en ausencia de Dios en El séptimo sello, denotando así el momento de crisis interna que atravesaba el director sueco, con Fresas salvajes Bergman parecía formular con el repaso de la vida del Doctor Isak Borg un anhelo por encontrar la manera de transcender. Esta transcendencia se encontraba durante su filmografía en la indulgencia que sentía hacía los personajes que, como él, se dedicaban a las artes. Pintores, escritores o dramaturgos transcenderían su propia existencia a través de sus obras. Siendo un trabajador infatigable, Bergman se centró en demasía en aspectos profesionales dejando de lado a la familia. Otro planteamiento singular que aparecía en la película es el de la transcendencia a través de la vida, más concretamente a través de la descendencia. En este caso, el personaje de Ingrid Thulin estaba embarazada y pugnaba con su marido, interpretado por Gunnar Björnstrand, por la conveniencia y responsabilidad moral de traer o no a otro ser humano al mundo. Un tema que a Bergman no le pareció satisfactoriamente zanjado, ya que en En el umbral de la vida (Nära livet, 1958), su siguiente trabajo, retomaba el asunto situando de nuevo a Ingrid Thulin en un hospital tras haber abortado, en lo que parecía una continuación de la trama de la nuera e hijo de Isak Borg en Fresas salvajes, pero con personajes distintos.

Otro aspecto constante en Bergman, y en otros cineastas intelectuales de su tiempo como Michelangelo Antonioni, era el de la incomunicación. La incapacidad de las sociedades burguesas de entenderse en pro de la convivencia. A Bergman, el análisis de la pareja y el matrimonio le dio mucho juego llegando a dedicarle obras completas como la aclamada Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1973). En Fresas salvajes se podía encontrar una incomunicación marital entre el matrimonio accidentado que nuestro protagonista recogía en la carretera y que eran incapaces de refrenar sus reproches delante de un grupo de desconocidos, así como las relaciones entre el hijo y nuera de Isak Borg o las del propio doctor con su esposa. Aunque la más reconocible y obsesiva de las incomunicaciones era para Bergman la incomunicación entre padres e hijos. Fresas salvajes era un ejemplo palpable. En las rememoraciones de Isak Borg aparecía su familia al completo a excepción de la figura paterna; tan sólo al final y muy distantemente se nos ofrecía una imagen lejana e idílica. Padre e hijo mantenían una relación distante. Durante el viaje, la nuera confesaba a su suegro que tanto su hijo como ella lo detestaban. Esta relación es consecuente con la etapa simbólica a la que pertenece Fresas salvajes y extrapolable al silencio de Dios con la humanidad, ya que Dios sería el padre despreocupado de su creación que ignoraba la angustia que producía su ausencia y silencio entre los que reclamaban una muestra de su presencia.

La consecuencia más evidente de la incomunicación era, por lo tanto, la soledad. Tras una vida dedicada a su trabajo, el viejo doctor debía hacer frente al producto de su individualismo. Si bien es cierto que se considera a la sociedad sueca faro en lo referente al bienestar social, también es cierto que se trata de un ejemplo en el que individualismo a alejado a las personas de sus familias. Un dato extraído del interesante documental La teoría sueca del amor (The Swedish Theory of Love, 2015) de Erik Gandini apunta a que Suecia es el país del mundo en el que más personas mayores mueren solas en sus casas. En última instancia, la rememoración de su vida por parte de Isak Borg le servía de conclusión para intentar retomar la relación con su único hijo. Ante la agorera perspectiva de su muerte, el amor de su familia, tanto en el pasado como en el que le restaba de vida, se revalorizaba al alza.


Contaba Bergman que el gruñón Victor Sjöström dulcificó su carácter al aparecer en el plató de Fresas salvajes la actriz Bibi Andersson, la cual recibió instrucciones de coquetear con el anciano actor.


A lo largo de su carrera Ingmar Bergman se rodeó de un equipo más o menos estable, al estilo de sus adoradas compañías teatrales. En esta ocasión, el protagonista de su anterior película, Max von Sidow, se conformaba con aparecer en un papel figurativo sin importancia. El peso llevado por Victor Sjöström era mitigado por dos grandes actrices bergmanianas. El rol de nuera del viejo doctor era interpretado por Ingrid Thulin y Bibi Andersson ejercía el doble papel de la prima de Isak Borg en las ensoñaciones y remembranzas del pasado como su primer amor frustrado, así como el de la joven y alegre autoestopista. En todo momento ella era la personificación de lo que representan las fresas salvajes para Bergman. Sus dos acompañantes representan claramente el enfrentamiento entre la fe religiosa y la ciencia, entre el racionalismo y el misticismo. En el aspecto técnico destacaba el director de fotografía Gunnar Fischer, que con su fotografía en blanco y negro conseguía excepcionales resultados de cariz expresionista, exprimiendo al máximo la expresividad de los rostros y captando a la perfección la visión fantasmagórica del mundo de los sueños. Unas veces con una iluminación muy contrastada en exteriores (como en el primer sueño) y otras manejando unas luces de estudio que se acercaban a la puesta en escena teatral.

Bergman estructuraba el relato en dos tiempos: el presente dictaminado por el viaje en carretera, y el pasado, ayudado de flashbacks recordatorios. A estos dos se podría añadir el tiempo de los sueños y pesadillas, el primero de ellos incluso tenía un cariz futuro y premonitorio. Esta estructura se puso muy en boga tras el estreno de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) de Orson Welles y recuerda claramente a la novela Cuentos de Navidad (A Christmas Carol, 1843) de Charles Dickens.

En conclusión, con Fresas salvajes Bergman reflexionaba, y nos obligaba a reflexionar, sobre el valor de la existencia y nos recordaba que tras una vida de esplendor intelectual y éxitos individuales era el amor lo que más importaba. Isak Borg hacía balance y se reconciliaba ante la perspectiva de una vejez menos solitaria. Habiendo exorcizado sus temores se sentía preparado para un futuro inevitable. Tanto El séptimo sello como Fresas salvajes tenían un final optimista, lo que hacía presagiar un replanteamiento en el tormentoso mundo interior del director; sin embargo sus dudas lo volvieron a martirizar. Fruto de ello surgió la conocida como la 'Trilogía del silencio' o 'Trilogía del silencio de Dios' compuesta por Como en un espejo (Sasom i en spegel, 1960), Los comulgantes (Nattvardsgasterna, 1961) y El silencio (Tystnaden, 1963). Las tres películas retomaban su angustia existencialista. A pesar de ello, la nostalgia y el anhelo por revisitar su infancia siempre estuvieron presentes en sus obras posteriores.



JMT


Vídeo introductorio a Fresas salvajes
por JMT.