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El verdugo de Luis García Berlanga


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.


«Mi madre, que era un ejemplo de mujer española del tiempo, cuando en mi casa lo pasábamos bien, de repente, en medio de la alegría, ella suspiraba y decía: 'ya lo pagaremos'. Había este sentido de que la vida era para sufrir...»

Rafael Azcona.


En la España de los 60, bajo la dictadura del General Franco y en medio de la apertura turística internacional, el apuesto José Luis Rodríguez, interpretado por Nino Manfredi, se encuentra con un anciano José Isbert, que encarna a Amadeo, un personaje que ostenta el oficio más indeseable del mundo: el de verdugo. El método empleado entonces para la pena de muerte era el garrote vil, un dispositivo de metal que estrangula a la víctima cuando se aprietan sus tornillos.

El director Luis García Berlanga ganó el Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Venecia por la película. En ese momento, la España franquista estaba bajo presión internacional debido a la sentencia de muerte del líder comunista Julián Grimau y la ejecución por garrote vil de los anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado. El embajador español en Italia Alfredo Sánchez Bella protestó por la proyección de esta película a la que consideraba como "comunista" y de la que dijo que era "Uno de los más impresionantes libelos que jamás se hayan hecho contra España; un panfleto político increíble, no contra el régimen, sino contra toda una sociedad. Es una inacabable crítica caricaturesca de la vida española", para más inri titulada con el apodo por el que se conocía al Caudillo en el mundo.

Su fama como "la película más antipatriótica y antiespañola que se hubiera visto jamás" continuó y no faltaron intentos de prohibición para más tarde cambiar de estrategia por completo, y hacer ver su circulación como un ejemplo de tolerancia del régimen, pensando erróneamente que nadie atestiguaría su enorme talento y originalidad. Fue entonces cuando se produjo la famosa frase de Franco en un consejo de ministros: "Ya sé que Berlanga no es un comunista; es algo peor, es un mal español". Como curiosidad, Berlanga y el equipo de la película fueron recibidos a pedradas por anarquistas italianos que debieron creer que se trataba de una obra apologética de la figura de Franco.

El verdugo (1963) finalmente se posicionaría como una de las mayores glorias del cine español y una de las más veneradas tanto dentro como fuera de nuestro país. Esta coproducción hispano-italiana tan particular se parece mucho a otra corrosiva sátira ligeramente anterior; El Cochecito (Marco Ferreri; 1960). Ambas películas poseen escenas repletas de tomas vivas donde la cámara recoge la precaria situación de una impaciente clase media, y ambas, están protagonizadas por un jadeante y quejumbroso José Isbert.


Cartelería internacional de El verdugo.


Pero la clave de esta comparación es que el guion de las dos películas es de Rafael Azcona, conocido por su mordaz sátira social. Después de trabajar con Marco Ferreri en dos películas basadas en sus propias novelas, Azcona procedió a participar en una serie de películas de Berlanga. A medio camino, Azcona escribió Mafioso de Alberto Lattuada (1962), una película que comparte con El verdugo la exploración del asesinato institucionalizado cuando este se cruza en el camino de personas corrientes, obligadas a una lealtad forzada por el instinto de supervivencia.

La España de Berlanga, influenciada por su ciudad natal, Valencia, es un espacio en el que todos hablan constantemente, intercambiando chascarrillos, espiando a sus vecinos, juzgándolos en silencio y, más a menudo, chismorreando. El verdugo se burla de las distracciones de una clase media que no quiere reconocer su complicidad con los crímenes de la nación. El baño de cinismo político quizás no se note hasta llegar a los últimos 20 minutos, en los cuales el humor incomodo pasa a ser una incomodidad completa. La desesperación en el rostro de Manfredi avanza la evolución hacia la comedia negra contemporánea, contada de forma sencilla y sin adornos.

La composición exuberante del reputado director de fotografía Tonino Delli Colli, convierte cada escena en un festival de detalles que vale la pena saborear, con muchos símbolos tan audaces como obvios. Detalles como el momento en que un guardián de la prisión ordena a José Luis que se ponga una corbata para parecer un verdugo profesional, o el momento en el que Amadeo le mide el tamaño del cuello de un vistazo, se unen a otro buen puñado de escenas memorables. El trasfondo de una 'dolce vita' que comienza a extenderse en nuestra idiosincrasia, salpicada de un ingenio evocador de las obras de Voltaire, Ambrose Bierce o Kafka, da sentido a la derrota de este hombre inocente devorado por la inercia de una roca burocrática.

De hecho, el término "Berlanguiano" es tan común como el de "Kafkiano" en nuestro país. Los dos son intercambiables ya que ambos artistas abordaban los absurdos de la sociedad moderna, el poder de la burocracia sobre el hombre común y las nociones pesimistas alrededor del supuesto de "libre albedrío". En las películas de Berlanga todos estos temas se manejan de forma efectiva confiando siempre en el humor, y sobre todo en el humor negro.

La idea de Berlanga vino de una historia real sobre un verdugo que tuvo que ser consolado al igual que se consolaba a sus víctimas. La historia produjo una imagen única que vemos plasmada casi al final de la película, con un verdugo involuntario, incapaz de realizar sus deberes y que se arrastra como un condenado, creando dos hombres condenados. El plano define la película y la situación de José Luis, que se encuentra cara a cara con las implicaciones del mundo real en un marco visual con cierto tono de horror.


En España, El verdugo sufrió unos cuantos cortes de censura y bastante presión por parte de las autoridades en el momento de su estreno.


El verdugo se abstiene de entrar en decorados fastuosos al estilo de las comedias clásicas de Ernst Lubitsch, o de los vistos en producciones recientes como El Gran Hotel Budapest (Wes Anderson; The Grand Budapest Hotel, 2014). Por el contrario, nos encontramos con escenas sublimes propias de una pesadilla surrealista. En el último tercio de la película, José y su esposa Carmen (Emma Penella) están disfrutando de un poco de entretenimiento turístico en las cuevas del Drach (Palma de Mallorca), mientras un barco flotante, conducido por guardia civiles, atraviesa la niebla llamando a José con un megáfono. Mientras su nombre retumba en las paredes de la cueva, la visión del infierno privado que vive José se comparte claramente con el espectador. Momentos como estos son un caso de estudio sobre cómo el humor absurdo de una película puede generar empatía con la audiencia y sentirse realista, sin dejar de posicionarse junto a la bufonada.

La obra maestra de Berlanga trasciende el período en el que se hizo y su agudeza crítica todavía es capaz de revolotear alrededor de las estructuras políticas vigentes, que ponen en valor la relajación moral de la población. El verdugo nos hace caminar a través de un doloroso drama realista, a veces frenético, a veces divertido, pero en última instancia agónico. La banalidad de los personajes principales le da a la sátira una universalidad que entiende el espectador medio de cualquier país, y a la aún vigente discusión sobre la pena de muerte El verdugo añade de forma directa una cuestión fundamental: ¿Qué pasa con la persona que realiza las ejecuciones?

A pesar del clima político de la España franquista, la creación de El verdugo fue de una gran efectividad entre el público. Su tono contradictorio logró convencer de su comicidad a la audiencia al mismo tiempo que la mortificaba. El estilo de humor, que trata sobre la misma sociedad, crea una complicidad y una participación dentro de la película con la que cualquiera puede acabar pasándolo mal si tenemos en cuenta el trayecto que se nos marca; vamos a ser conducidos irremisiblemente hacia el garrote.

Con el tiempo, el visionado de El verdugo ha ido exigiendo al espectador la contextualización de la España franquista, como un lugar en el que la mera existencia de los ciudadanos les transformaba en componentes del régimen. La pasividad solo acelera el ritmo de una decadencia moral que se escenifica y que, por lo visto, no debió de ser del todo reconocida en el momento de su estreno. Al detenerse a examinar el papel de la sociedad y las vidas de la gente de su propio país con una capacidad de abstracción inusual, Berlanga deja margen para ampliar el potencial de su función satírica hasta que esta pueda alcanzar a las generaciones futuras, las más indicadas para disfrutar con tranquilidad de esta historia sin peligro de reconocerse culpables.


José Luis se ve abocado a renunciar progresivamente a sus principios.


De entre los análisis que se han hecho con posterioridad, entre los que críticos e historiadores discuten todos los aspectos de la filmografía de Berlanga, destacaría la aportación del escritor Fernando R. LaFuente, que analiza el trabajo de Berlanga a través de conceptos y teorías de algunas de las mentes españolas más agudas de la época. Entre los que menciona LaFuente está el filósofo español Miguel de Unamuno, quien presentó la importante idea de la intrahistoria, traducida como "la historia de las personas que no tienen historia". La intrahistoria trata a "la gente común y corriente, todos nosotros", y este fue el territorio de Berlanga a lo largo de toda su carrera. No es un concepto exclusivamente español, y es explorable en varios contextos por los cineastas que desciendan de cualquier cultura. La historia de los que están al cargo, los que ganan las guerras, está bien documentada, y los realizadores tienen la responsabilidad de ampliar su narrativa para arrojar luz sobre las personas que forman una sociedad.

El director de "Caimán, Cuadernos de Cine", Carlos F. Heredero, hablaba en un documental sobre la película de cómo durante la producción, Berlanga nunca hizo consideraciones sobre el tiempo que tardaba en mantener una toma determinada o la cantidad de planos que debía grabar. Como director confió en su instinto en todo momento y este es un concepto del que los nuevos cineastas pueden aprender mucho: rodéate de personas talentosas que comparten tu visión, que la complementan con sus aportaciones y que, además, confíen en tus instintos.

Mientras que el guionista Rafael Azcona tenía un mayor gusto por la comedia negra (consideraba aquí como realismo), Berlanga retrató a los españoles con "ternura y ferocidad", y el director de fotografía Delli Colli asumió con entereza el reto de navegar en los interiores de la España opresiva y claustrofóbica de Berlanga. El resultado es una sátira política de especificidad cultural, pero que también busca la resonancia global para que otras culturas puedan relacionarse con el mensaje en cualquier otro momento de la historia. Es algo que se podrá lograr a través de una serie de métodos diferentes, pero la perspectiva humanista y la simpatía por los personajes prueban que son el mejor engrase existente en el cine. Los artistas duraderos, como Berlanga, logran una atemporalidad específica de un sitio pero conmovedora en lo universal.



Toni Cristóbal


Vídeo introductorio a El verdugo
por Toni Cristóbal.