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El globo blanco de Jafar Panahi


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Hay realidades que ellos no quieren que muestres, pero ellos mismos las crean.»

Hana Saeidi —sobrina de Jafar Panahi— en Taxi Teherán (2015).


Jafar Panahi ejercía de asistente de director en A través de los olivos (Zire darakhatan zeyton, 1994) cuando le mostró a Abbas Kiarostami, realizador de aquel filme, un tratamiento de guion con la historia de una niña que quiere comprar un pez de colores. Kiarostami apadrinó el proyecto, animando a Panahi a convertirlo en producción, co-escribiendo el guion definitivo y ayudando al futuro director a conseguir financiación de una televisión del país.

Al año siguiente, Panahi estrenaba su ópera prima El globo blanco (Badkonak-e Sefid, 1995), una película formalmente heredera del neorrealismo. Todas las escenas están rodadas en escenarios naturales, con un reparto prácticamente integrado en su totalidad por actores no profesionales que Panahi encontró en diversos lugares del país. Unas señas de identidad a las que el director ha sido fiel durante el grueso de su obra.


Cartelería internacional de El globo blanco.


El costumbrismo formal se ve completado por el argumento de la película, que se sitúa en el Nowruz, día del Año Nuevo Persa, el 21 de marzo, y la celebración más importante de Irán. En este marco, Panahi desarrolla una historia de niños. Razieh (interpretada por Aida Mohammadkhani) es una niña de 6 o 7 años que quiere comprarse un pez de colores y por ello le pide a su madre 100 tomanes. Ésta le concede el capricho, pero no tiene unidades monetarias más pequeñas que un billete de 500, por lo que se lo da bajo la promesa de que vuelva con el dinero sobrante, ya que lo necesitará para hacer regalos por la festividad. Sin embargo, al llegar a la tienda de animales, la niña ha perdido el dinero. Entonces comienza para Razieh la odisea de recuperar el dinero perdido, un desafío para el que tiene carácter pero no los conocimientos materiales ni sociales, viéndose obligada a pedir ayuda a un sinfín de personas.

En El globo blanco no hay bandos, no hay “buenos” y “malos” —con la excepción del padre de la protagonista—, pero Panahi no sufre reparos en mostrar los defectos de los hombres. Razieh va chocando con gente a la que su problema no le importa en absoluto, o que aparenta ayudar a la niña en tanto que sus propios quehaceres no se vean alterados. Muchos personajes muestran actitudes egoístas de distinto perfil y nivel. Los hay activos, que buscan timar a la niña o aprovecharse de la familia; y los hay pasivos, que se dividen entre los que ignoran a Razieh aun siendo conocedores de su problema y los que aparentan ayudarla sin determinación real. No obstante, Panahi es benévolo con estos egoístas y se esmera en dotar a cada uno con un trasfondo o un contexto que proponga al espectador que no juzgarles con dureza. Panahi ejerce como reverso amable de Buñuel. Para el de Calanda todo acto solidario oculta unas pretensiones egoístas y nadie se salva de ser un granuja potencial. El iraní no niega lo primero pero entiende que la vida es lo suficientemente dura —al menos en su país— como para adoptar una actitud de supervivencia. Demuestra, en definitiva, simpatía por la gente de la calle, aunque no apruebe todos sus actos. Además, por las conversaciones que Razieh emprende con los transeúntes, conocemos el dolor que sufren ciertos secundarios. El vagabundo que amaestra serpientes no tiene dinero ni para cenar en un día tan especial como el Año Nuevo. Un joven soldado ve en Razieh un gran parecido a sus hermanas pequeñas, lo que le desata la nostalgia por el hogar.


Razieh, protagonista de El globo blanco, interpretada por Aida Mohammadkhani en su único papel en el cine.


Por otra parte, Panahi tampoco recompensa a los personajes que sí se solidarizan con la niña y la intentan ayudar hasta las últimas consecuencias. Hay ejemplos como el vagabundo que renuncia al dinero cuando comprueba que su compañero lo obtuvo contra la voluntad de la niña, o como el dueño de la tienda en cuyo sótano está atrapado el billete. Pero el más destacado por la narración es el joven que vende globos, figura que acaba siendo capital en la tarea de rescatar el dinero y que se queda sin agradecimiento y en total soledad, con la infeliz compañía de un globo blanco que no ha vendido. Este plano, que cierra la obra, es la imagen que nos recuerda que el altruismo es abstracto y la mayoría de veces es unidireccional o no correspondido. Así, aunque la historia concluya felizmente para nuestra protagonista, el global deja un sabor agridulce. De todas formas, es gracias a la actitud de estos personajes que la película definitivamente transmite un mensaje optimista, una llamada a la esperanza ante el fracaso y la imposibilidad aparentes.

El siguiente filme de Panahi fue El espejo (Ayneh, 1997), en el que una niña —interpretada por Mina Mohammadkhani, hermana de la protagonista de El globo blanco— no ha sido recogida por su madre al salir del colegio y debe volver a casa por sus propios medios. Volvemos a tener una niña desorientada que pide ayuda a los adultos para resolver su problema. No es lo único que se reitera en esta obra, puesto que los temas parecen calcados. De nuevo aparece el egoísmo y el “altruismo egoísta” de un mundo adulto que se preocupa a pocas penas de la niña en apuros. Es una película que sería un mero calco de la anterior si no fuese porque a mitad de la narración la actriz protagonista decide no seguir rodando y marcharse a casa. Entonces el equipo la sigue y, lo que empezaba como un drama, se convierte repentinamente en un documental. Al menos en apariencia, porque la trama inicial de El espejo es tan similar a El globo blanco que no se puede descartar que Panahi sólo esté para rompiendo la “cuarta pared” cinematográfica para jugar con el espectador y mostrar mediante las imágenes “reales” posteriores que el verdadero Irán es semejante al que retratan sus películas o, incluso, lo utilice para lanzar un discurso sobre la originalidad y el encasillamiento cinematográfico del cine del país.

Ambas películas evidencian una brecha entre el mundo adulto y las generaciones más jóvenes, un tema recurrente en el resto de la filmografía del director. Generalmente, los adultos se van pasando ambas niñas de mano en mano como una patata caliente. En El espejo la ruptura generacional es mucho más evidente. En una escena, una anciana echa a la protagonista con malos modos de su asiento en el bus para que se acomode una mujer embarazada. Luego, la misma reconoce que se siente maltratada por sus hijos. No obstante, en todas las películas de Panahi, la juventud es más reflexiva, piadosa y tiene una mente más abierta que sus mayores. En esta preferencia subyace parte de la dimensión política de Panahi, que se concreta en la figura del padre, cuyo rostro no conocemos en ninguna las dos películas. Al padre de Razieh sólo se le oye gritar órdenes a su mujer y sus hijos, a los que trata como sirvientes —y en honor a la verdad, el tipo no es capaz de darse una ducha sin su ayuda—. Más adelante, el hermano de la niña tiene la cara repleta de moratones tras una agresión del padre. El chaval se niega tajantemente a hablar de ello, como si quisiera dejar atrás la naturaleza violenta y arbitraria del padre. El padre de la niña de El espejo tampoco tiene rostro, ni nombre, y, de hecho, ni la propia protagonista tiene claro en qué trabaja, pero sí tiene asumido que no le tiene permitido viajar en bus porque es caro. En la figura paternal podemos ver una alegoría sobre el régimen islámico iraní, que somete y “corrige” a sus ciudadanos según unos preceptos ortodoxos basados en interpretaciones interesadas de la religión.


El director de El globo blanco, Jafar Panahi.


En los filmes posteriores se hace visible la conciencia política del realizador, que en estas películas permanece latente, pero no inexistente. En el reparto de El globo blanco están incluidas todas las etnias de Irán, un esfuerzo de Panahi por reivindicar la pluralidad del país. El deseo de Razieh por obtener un pez de colores, en detrimento de los que tiene en el estanque de su casa, puede analizarse bien como una perspectiva infantil del materialismo o como el ansia de movilidad social de las clases bajas, una cuestión que el cineasta abarca ampliamente en Sangre y oro (Talaye Sorkh, 2003). Pero un tema que ha sido constante en la obra de Panahi es la denuncia de la situación de la mujer en su país.

En El globo blanco no se registra ninguna mujer propietaria de comercio. Las mujeres, ya sea la niña o una anciana que le acompaña durante un tramo de película, no tienen ninguna relevancia dialéctica. Piden ayuda o comprensión, pero los hombres —con excepciones— no se inmutan. En El espejo los colegios están segregados por sexo. En los autobuses, las mujeres han de colocarse en la zona del fondo y entrar por una puerta diferente a los hombres. Las mujeres conversan sobre la necesidad de vigilar a los maridos para que no tengan otras parejas. Las adultas dicen que las hijas han de realizar las tareas domésticas y cuidar de su familia. Sólo si lo hacen con eficacia superlativa, las hijas podrán ser consideradas “mejor que los hijos”. El desprecio cultural a la mujer es tema principal de otros filmes de Panahi. En El círculo (Dayereh, 2000) muestra a una serie de mujeres perseguidas por la justicia por una variedad de causas absurdas. En Offside (2006), unas jóvenes son encarceladas por intentar acceder a la celebración de un partido de la selección iraní de fútbol. La reflexión política de Panahi, que le ha costado muchos problemas con el gobierno del país, es imprescindible para entender la realidad sociológica de ciertos países orientales y, de paso, replantearnos muchas cuestiones que obviamos los occidentales.



Antonio Ruzafa



Vídeo introductorio a El globo blanco
por Antonio Ruzafa.