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Control de Anton Corbijn


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

Manicomios con puertas abiertas de par en par / Donde la gente ha pagado para ver dentro / Por diversión ven cómo su cuerpo se retuerce / Detrás de sus ojos, dice “Aún existo” / Esta es la manera. Entra. / Esta es la manera. Entra.

Atrocity Exhibition de Joy Division (letra por Ian Curtis).


El subgénero del biopic ocupa un porcentaje considerable de los estrenos en salas comerciales en los últimos años. Puede ser consecuencia de la nostalgia que impregna la cultura en la última década. Puede que la industria cinematográfica apueste por este formato porque le parezca menos arriesgado que producir nueva creatividad. O puede que sea una respuesta a la eterna demanda de nuestra sociedad por adorar a mitos. El biopic de carácter musical suponía un nicho grande dentro del género, pero cada año aporta menos películas al mismo. Y es normal, porque nos estamos quedando sin leyendas de la música popular a las que dedicar una película biográfica —a un servidor se le ocurren pocas— y a los mitos creados a partir de la década de los noventa los tendremos bastante bien documentados por la MTV e internet. De hecho, Ian Curtis, malogrado cantante de Joy Division y protagonista de Control (Anton Corbijn; 2007), debe ser de las últimas leyendas del pop de la era anterior a la Red de redes y, por lo tanto, uno de los últimos susceptibles —cronológicamente— de recibir un tratamiento ficcionalizado de su vida y carrera.

Control es un biopic bastante tradicional en la forma pero no en el contenido. No se trata de una historia de ascenso y caída de un mito, porque no hubo tal ascenso, al menos viviendo el artista. Anton Corbijn construye su retrato de Ian Curtis desde lo general a lo concreto. Nuestro protagonista es un adolescente de la Inglaterra pre-Thatcher, momento en el que comenzaban a aparecer los oscuros nubarrones que después acarrearían tormenta. En este ambiente surgió la música punk, con una actitud que suponía un añadido de agresividad a la rebeldía que proponía el glam. Una confrontación directa y violenta —quizás manufacturada por el marcador de tendencias Malcolm McLaren— contra un sistema social que comenzaba a hacer aguas. En 1976, el punk llegó a Manchester. Los Sex Pistols actuaron en un edificio público de la ciudad ante un público formado por unas pocas decenas de personas. No obstante, hubieron varios asistentes que, impresionados por la actuación de los Pistols, decidieron convertirse en músicos. Lo que no sospechaban es que sus bandas acabarían transformando la música popular para siempre.


Cartelería internacional de Control.


Entre el público de aquel concierto se encontraban las siguientes figuras: los organizadores Pete Shelley y Howard Devoto, que ya actuaban bajo el nombre de Buzzcocks (y posteriormente Devoto fundó Magazine); Morrissey, futuro cantante de The Smiths; Mark E. Smith, que ya cantaba en The Fall; y por último, Bernard Sumner y Peter Hook, guitarrista y bajista que con el añadido del baterista Stephen Morris y el cantante Ian Curtis formarían Joy Division. Este concierto tiene tal consideración que no sólo ha sido reconstruido en la película de la que hablamos, sino que ya sirvió previamente de punto de partida de 24 Hour Party People (Michael Winterbottom; 2002) película sobre la prolífica escena musical de Manchester que dedica parte de su narración a la banda de Ian Curtis y pero que está protagonizada por el promotor discográfico y presentador de televisión Tony Wilson —personaje que también aparece en Control, aunque como secundario—. Las comparaciones entre Control y 24 Hour Party People son inevitables, puesto que retratan la misma escena. Sin embargo, mientras 24 Hour Party People se aproxima a la materia mediante un prisma cómico, Control es una tragedia.

La principal aportación de la película es acercar al espectador al contexto vital de Ian Curtis, interpretado por Sam Riley. Curtis es un adolescente de la pequeña localidad de Macclesfield, a casi una hora de distancia de la urbe mancuniana, que vive en uno de los típicos bloques de edificios de cemento que parecen exclusivamente diseñados para el hacinamiento de trabajadores. Una de sus armas para evadirse del sopor es la literatura. En la estantería de su habitación se encuentran El almuerzo desnudo, de William Burroughs; Aullido, de Allen Ginsberg; o Crash y La exhibición de atrocidades (título que cogería prestado Joy Division para uno de sus temas) de J.G. Ballard. Obras que hablan de alienación, pesimismo y desesperación. También disfruta de la poesía, de la que es ávido lector —en una escena el personaje recita de memoria Mi corazón salta del poeta romántico William Wordsworth— y talentoso escritor. Por último, está la música. En su habitación cuelgan posters de Bowie, Iggy Pop, Lou Reed y Jim Morrison y suenan Roxy Music. Ian se imagina a sí mismo cantando y bailando como Bowie. Su sueño de convertirse en estrella de la música responde a partes iguales a un deseo de huir de su gris existencia en Macclesfield y a sentir que él, como todos sus héroes, puede decir algo a través de su poesía.


Ian Curtis, interpretado por Sam Riley.


En esto, Control se desmarca de la mayoría de biopics musicales, que pretenden nadar y salvar la ropa acercándonos a la intimidad del héroe sin trastocar su misticismo. La película no tiene reparos en mostrar la genialidad del cantante ni su posterior tragedia personal, pero no oculta ni por un momento que Curtis es, ante todo, un individuo normal, con aspiraciones de movilidad comunes (no hay adolescente que no sueñe con comerse el mundo) y con deseos y tropiezos mundanos. Paradójicamente, el filme hace justicia a su legado artístico centrándose en la vida personal de Curtis. No se niega ni se alivia ninguna de las cargas que tuvo que sufrir posteriormente, pero el personaje es presentado sin el halo de dramatismo con el que envolvemos a la hagiografía popular. En una cultura en la que cuesta separar el personaje de la persona, Corbijn humaniza a Curtis, haciendo al espectador partícipe de la angustia que refleja su obra sin necesitar la mística artificial originada por la tradición pop.

La fuente que toma la película para acercarnos la parte más íntima del cantante es la el libro que su viuda Deborah Curtis escribió sobre su matrimonio, Touching from a distance (título que toma prestado un verso de una canción de la banda). No se trata de una adaptación estricta de esta biografía, y de hecho los propios miembros de la banda reconocen que hay varios pasajes del filme que son exageraciones o directamente ficción —aunque aseguran entender por qué se la película se realizó de esta forma: «la realidad fue aburrida»—. Pero toda pizca del Ian Curtis íntimo se toma de este libro. Por otra parte, el personaje de Deborah Curtis (interpretada por Samanta Morton) es capital para comprender el rumbo del protagonista. Ian y Deborah se enamoraron a temprana edad y se casaron todavía siendo adolescentes —cabe destacar que él era bastante conservador—. Se fueron a vivir juntos y pronto tuvieron una hija, por lo que todas las responsabilidades de la adultez asaltaron a la pareja a la vez.

Esta exigencia fue agravada por varias cuestiones. La obvia, la difícil compatibilidad de la vida tradicional con su profesión de músico. En la escena del susodicho concierto de Sex Pistols —al que no se puede asegurar que Ian Curtis asistiera, aunque así se registre en la película— encontramos una diferencia de caracteres en los cónyuges. Él está maravillado con el despliegue rabioso de la actuación. Por el contrario, ella parece asustada, incluso disgustada. Curtis se siente cómodo viviendo con Debbie en la pequeña Macclesfield, trabajando en una oficina de empleo para discapacitados. Pero siente una atracción hacia la aventura que supone el mundo de la música. La divergencia conyugal vuelve a latir cuando Joy Division actúa por primera vez en televisión bajo el apadrinamiento de Tony Wilson. La consagración como músico supone para Ian un verdadero triunfo personal. Al otro lado de la pantalla, a Debbie no le termina de alegrar el camino que su marido está tomando. Se trata de una mujer chapada a la antigua, que se resigna a dedicarse a las tareas del hogar y a la educación del bebé, y para la que la tranquila vida en Macclesfield es más que suficiente. Ian tiene el deseo de ampliar horizontes, algo que acaba encontrando correspondencia en Annik Honoré, periodista con la que comienza una relación en plena gira. Annik es opuesta a Debbie: es una mujer independiente, cosmopolita —trabaja para la embajada belga— y se siente en su salsa en el circuito musical, donde ejerce de periodista autónoma. Ian pues, se encuentra enamorado —o enganchado— de dos mujeres, pero también de dos formas de vida: la tradicional y la aventurada. Y no le gustaría perder a ninguna de las dos.


Ian y Deborah Curtis (interpretada por Samantha Morton) se casaron siendo adolescentes.


Pero el mayor problema para Ian es la repentina aparición de la epilepsia. Una enfermedad que por patología es una amenaza constante e invisible para la integridad física. Conforme va afectando a su carrera, su vida laboral y familiar hasta los momentos más íntimos, la epilepsia mina la integridad mental de Ian Curtis. Mostrando en pantalla estas circunstancias de forma cruda, Corbijn colabora a esa intención primaria de la película de desmitificar la figura de Curtis y de establecer la condición humana que hay detrás de toda leyenda. Lo mismo podríamos decir del suicidio de nuestro protagonista (perdonad el spoiler, pero este hecho forma parte de la cultura popular y la película no trata de si muere o no, sino del proceso que le lleva a este fin). La cuestión es que el suicidio ha sido tratado por las artes y los medios de comunicación desde posiciones extremas. Las artes han romantizado el suicidio, mientras que los medios de comunicación prácticamente lo han ignorado con excusas peregrinas —y no hay más que ver el aumento de la cifra de suicidios en este último lustro y la poca presencia de este dato en los medios de masas—. Por tanto, se agradece que películas como Control, aunque sea de forma indirecta, normalicen este debate.

Ian Curtis probablemente murió sin imaginar que su legado sería infinito. No como oscura figura de culto, sino en el mundo de la música más amplio. Hoy en día, Joy Division y New Order —formación de la banda tras la muerte de Curtis— están considerados entre las bandas más influyentes. Allanaron el camino sónico para contemporáneos y muchos posteriores y en muchos géneros, desde el mal denominado “indie” al house.

Esta película no es un homenaje, sino un acercamiento a Ian Curtis. El director Anton Corbijn reconoce que escuchar a Joy Division fue la razón por la que abandonó su Holanda natal y se trasladó a Inglaterra. Establecido allí como fotógrafo, incluso llegó a realizar unas cuantas fotos a la banda estando vivo Curtis y en 1988 realizó el videoclip de Atmosphere para promocionar el álbum recopilatorio Substance, con canciones de la banda aún inéditas en formato LP. Es muy probable que el cuidado al tratar su figura sin sensacionalismo o artificios dramáticos, y las licencias que se toma para darle humor u otro interés a ciertas situaciones, se deba a que esta película se trata de la labor de un fan o la de un buen amigo. En cualquier caso, la intención de Corbijn es la de hacer justicia a una persona a la que, hasta el momento, su propio misterio había hecho sombra.



Antonio Ruzafa



Vídeo introductorio a Control
por Antonio Ruzafa.