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Atrapado en el tiempo de Harold Ramis


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Atrapado en el tiempo me hace pensar en Gilles Deleuze y sus pensamientos sobre cómo el cambio puede surgir de la repetición. La película los sigue al pie de la letra.»

Gillian Wearing.


Atrapado en el tiempo (Groundhog Day, 1993) ha tenido un gran éxito debido a la manera en la que subvierte cada uno de los géneros con los que coquetea. Mientras que algunos la llaman una película de viajes en el tiempo, otros aluden a su interés en representar una pequeña ciudad americana. También se la conoce como una de las películas más espirituales y como una comedia romántica de referencia, y en todo caso, no deshecha la oportunidad de romper las reglas de cada uno de esos formatos.

Bill Murray, como cómico veterano de late show, todavía sabe cómo entrar en complicidad con el espectador a un ritmo vertiginoso. Otros jokers que provienen del eje más televisivo de la comedia como Steve Martin, Eddie Murphy, John Candy, Chevy Chase, Martin Short o Rick Moranis estuvieron inspirados en algún momento de sus carreras, pero han acabado siendo parodias robóticas de sí mismos. Murray, sin embargo, no ha perdido su indiferencia traviesa, y después de muchos años siendo un payaso —entiéndase el oficio en el buen sentido— lleno de sarcasmo, sus rasgos envejecidos no le han impedido fidelizar a su afición. Incluso se ha revalorizado en cada encogimiento de hombros posterior o en cada nueva sonrisa afligida.


Cartelería internacional de Atrapado en el tiempo.


Groundhog Day es el título original de Atrapado en el tiempo, y hace referencia al conocido como día de la marmota, una fiesta tradicional celebrada el 2 de febrero que, según el folclore popular, advierte de la temprana salida de una marmota de su madriguera si ese mismo día amanece nublado, anticipándose la primavera en ese instante. En caso de amanecer soleado, la marmota verá su sombra y se retirará a su guarida, dejando que el clima invernal persista durante otras seis semanas.

Atrapado en el tiempo es un artefacto lleno de humor familiar. De entrada nos sitúa en el sureste de Punxsutawney, Pensilvania, un idílico pueblo tan acogedor como empalagoso, y en el que la festividad que protagoniza el roedor Phil es de la máxima expectación. Valga decir que a partir de 1993 recibe la mayor de las atenciones precisamente como resultado del estreno de la película.

Bill Murray, que encarna a Phil Connors, un arrogante y cínico meteorólogo de Pittsburgh, mientras cubre el evento anual del Día de la Marmota, se descubre inmerso en un bucle temporal, en el que se repite el mismo día una y otra vez. Una deformación del tiempo que replica las mismas 24 horas, cada mañana a las 6:00 am. Despertamos al ritmo de Sonny & Cher con I Got You Babe, que suena en el despertador, y partir de ahí desfilarán el mismo tipo regordete de la escalera, la misma anfitriona que le ofrece café, el mismo bromista pesado que conoció en secundaria, la misma ventisca...

La problemática de que Phil Connors viva siempre en el mismo día añade nuevas reglas a la estructura narrativa que no habíamos visto hasta ese momento. La trilogía de Regreso al futuro (Robert Zemeckis; Back to the Future, 1985-1990) establece sus reglas sobre cómo debe funcionar el DeLorean y qué necesita Doc para que un episodio concreto no altere el rumbo de la existencia marcado. Looper (2012), dirigida por Rian Johnson, nos muestra una aterradora red de causas y efectos con escenas más impactantes. La trama de Primer (2004), dirigida por Shane Carruth, se refiere a las limitaciones bizantinas del viaje en el tiempo. Pero Atrapado en el tiempo no se molesta en dar ninguna de estas explicaciones, básicas en una película de viajes en el tiempo.

¿Cómo ha sucedido? ¿Por qué? ¿Qué está en juego? ¿Hay un plazo para la transformación de Phil o esto podría seguir hasta que el sol desaparezca? Tanto en el espectador como en el protagonista parece que se mantengan las mismas cuestiones y pensamientos sin que verdaderamente importe su resolución.

Después de aprovechar la situación entregándose al hedonismo y al suicidio en numerosas ocasiones, veremos entonces como Connors, desesperado, comienza a examinar las circunstancias, enfocando sus prioridades en su nueva compañera, la productora Rita Hanson, a la que intentará enamorar aprovechando lo que, en un principio, es una condena infernal.


Rita (Andie MacDowell) es la meta a perseguir e inspirará a Phil (Bill Murray) hasta convertir el purgatorio en el que se ve inmerso en un curso lleno de recursos de autoayuda.


A medida que avanza la película, todos los personajes revelan complejas vidas interiores, una profundidad que no pensábamos percibir en un principio. La baza que juega Phil para lograr su conquista, pasa por convertirse en un buen samaritano, salvando las vidas de la gente, siendo un chico más alegre y aprendiendo todo lo posible.

Para los que hayan aplaudido la evolución de Bill Murray hacia el actor 'seriocómico' y minimalista que es hoy en día, su papel de Phil Connors, más variado y encantador, sigue siendo disfrutable tanto en sus momentos de yuppie penitente como en las escenas donde acaba fuera de sí. Sus interpretaciones desde entonces, que incluyen colaboraciones con Wes Anderson y una nominación al Óscar por Lost in Translation (2003) de Sofia Coppola, tienden siempre algún puente con Atrapado en el tiempo.

La película se podría considerar como una alegoría sobre la evolución y el progreso, enfatizando que la felicidad consiste en valorar las necesidades de otros frente al deseo egocéntrico. Ahora la frase de "El Día de la Marmota" se usa comúnmente en referencia a una situación desagradable y repetitiva, cuando lo que deberíamos enseñar de ella es el despertar espiritual que patrocina.

La duración del metódico proceso que planea para llevarse al huerto a una bella Andie MacDowell queda fuera de control, tornándose incalculable incluso para los creadores de la historia. El director Harold Ramis, observaba que según la doctrina budista se requerían 10.000 años para que un alma evolucione. Sin embargo, el propio Ramis desvelaba en otras ocasiones duraciones entre los 10 y los 40 años, mientras que el guionista Danny Rubin le otorgaba a este ciclo una duración de unos cien años, o el equivalente a toda una vida. En 2014, el sitio web WhatCulture combinó varios supuestos sobre esta cuestión, estimando que Phil gastó un total de 12.395 días reviviendo el Día de la Marmota, algo menos de 34 años.

Aunque todo va muy en relación con el fervor budista de Harold Ramis, cabe destacar que desde una visión judeo-cristiana se visibiliza lo que podría ser una representación del purgatorio, del que sólo es posible librarse deshaciéndose del egoísmo. De este modo, mientras hindúes y budistas ven diferentes versiones de la reencarnación, judíos o cristianos pueden encontrar que Connors se salva tan sólo después de realizar buenas acciones.

En definitiva, dadas las creencias ambiguas de Ramis, podemos ver la película como un recorrido hacia la excelencia moral para evitar así la decadencia posmoderna. Más allá de significados religiosos, nos puede servir igualmente para citar a pensadores como Aristóteles o Nietzsche, imaginando el transcurso de los acontecimientos como una metáfora cósmica sobre la vida y la eternidad.

Se trata de una versión moderna de "Scrooge", del mito de Sísifo o de El progreso del peregrino, junto a un sinnúmero de otras muchas historias sobre transformaciones iluminadas, y que el Instituto Americano de Cine ha situado en la posición 34 dentro de su lista de películas más divertidas de todos los tiempos.


Las ideas de la película han quedado omnipresentes, dentro y fuera del espacio cultural.


Si el impacto de Atrapado en el tiempo se sigue sintiendo en la carrera de Murray, su influencia en el cine en general es cada vez más frecuente. Muchas estrellas de la comedia han legitimado su aspecto de fantasía, y hemos podido ver a Jim Carrey —en El show de Truman (Peter Weir; The Truman Show, 1998), Mentiroso compulsivo (Tom Shadyac; Liar Liar, 1997) y Como Dios (Tom Shadyac; Bruce Almighty, 2003)— o a Adam Sandler —en Click (Frank Coraci; 2006) y 50 primeras citas (Peter Segal; 50 First Dates, 2004)— intentando replicar su fórmula durante años. Su huella se puede detectar en películas tan diversas como Dos vidas en un instante (Peter Howitt; Sliding Doors, 1998), Family Man (Brett Ratner; The Family Man, 2000), Corre, Lola, corre (Tom Tykwer; Lola rennt, 1998) y la más reciente Seguridad no garantizada (Colin Trevorrow; Safety Not Guaranteed, 2011). En 2004, hubo un remake italiano con un ingenioso título: È già ieri —literalmente, Ya es ayer—, que en España se estrenó como Un día sin fin.

Charlie Kaufman también ha ocupado el mismo terreno filosófico escribiendo los guiones de películas como Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze; Being John Malkovich, 1999) y ¡Olvídate de mí! (Michel Gondry; Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004), con Jim Carrey de nuevo. Mirando la obra de Kaufman en comparación con Atrapado en el tiempo se comprueba como Harold y Danny llegaron primero. Richard Curtis también ha intentado aprovechar el efecto Groundhog Day con Una cuestión de tiempo (About Time, 2013), y su protagonista, capaz de saltar de un episodio a otro de su propia vida.

Hay un montón de películas que juegan con el tiempo en las que no puedes dejar de ver la influencia de Groundhog Day. Está Código Fuente (Duncan Jones; Source Code, 2011), que es como Atrapado en el tiempo pero con una bomba en un tren, o la espectacular Al filo del mañana (Doug Liman; Edge of tomorrow, 2014) que mezcla la misma premisa con elementos de Starship Troopers (Paul Verhoeven; 1997) y de videojuegos actuales tipo shooter y para la que se creó un eslogan publicitario que a los conocedores de Atrapado en el tiempo nos suena familiar: "Live/Die/Repeat" (Vive/Muere/Repite).

Al final, tenemos una comedia romántica que no trata de los caprichos de un chico y una chica. Tenemos una película espiritual que nunca nos dice por qué el héroe obtiene la redención. Visionamos las excentricidades de una pequeña ciudad americana, que nos hacen querer volver a la ciudad. Tenemos una narrativa repleta de loops temporales que no nos da una sola pista sobre su estructura. Y, finalmente, tenemos una comedia que depende de la muerte y que, a pesar de ello, sigue siendo sumamente agradable, hasta tal punto de que muchos de nosotros estamos siempre dispuestos a volver a sufrirla una y otra vez.



Toni Cristóbal



Vídeo introductorio a Atrapado en el tiempo
por Toni Cristóbal.




Primer de Shane Carruth


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Mis películas favoritas son aquellas que tras verlas por primera vez, me marcho sabiendo que he visto una historia. He visto la parte central, el núcleo, de la trama. Pero si vuelvo a echarles un vistazo, entonces puedo ver que había aún más información en el relato del que no me di cuenta la primera vez. Así que esa fue la intención en Primer, asegurarme de que la información está allí y que por lo menos temáticamente estaba contando una historia sólida. De modo que si a alguien le interesa lo suficiente tras verla, si le gustó, y desea volver a ella, por todos los medios, la información está ahí.»

Shane Carruth, entrevistado por Wendy Mitchell para la revista IndieWire en abril de 2005.


La historia del progreso en la humanidad está repleta de hallazgos casuales, esto es, de serendipias científicas que sucedieron mientras se investigaba en el desarrollo de cualquier otra cuestión o proceso, derivando en la invención o descubrimiento de algo totalmente nuevo e inesperado. Probablemente, el caso de serendipidad más célebre sea el de Alexander Fleming, quien en su búsqueda por descubrir qué podía destruir el estafilococo áureo —causa de muchas enfermedades tan graves como la neumonía o la meningitis— descubrió la penicilina por azar, cuando los cultivos de estafilococos se contaminaron por el hongo Penicillium y Fleming decidió abandonar unos días el laboratorio olvidándose de destruir los cultivos contaminados —tal y cómo indicaba el protocolo—; cuando Fleming regresó al laboratorio observó que el hongo “contaminante” había producido una sustancia antibiótica —la penicilina—, capaz de destruir al estafilococo gracias a las bajas temperaturas a las que habían estado expuestos los cultivos abandonados. Otros notables casos de serendipias científicas son los de Isaac Newton, con la famosa manzana que cayó sobre su cabeza y su descubrimiento de la Ley de la Gravedad, el de Henning Brand, quien en su búsqueda alquímica para conseguir oro descubrió el fósforo, el de Alexander Graham Bell, quien tratando de construir un aparato que amplificara su voz descubrió el teléfono, o del propio Arquímedes, quien, buscando un modo de medir el volumen de las cosas, se dio cuenta de que el agua aumentaba la misma cantidad que su mismo volumen mientras se encontraba sumergido en un baño público, y gritó su famoso ¡Eureka!

Por supuesto, los casos de serendipias siguen y seguirán produciéndose en la historia del progreso científico y tecnológico. Y, por qué no, quién sabe si uno de esos casos derivará en el descubrimiento de un modo de viajar en el tiempo. La idea de Primer (2004) parte de esta premisa, según ha afirmado en varias ocasiones su creador, el multifacético cineasta estadounidense Shane Carruth.


Cartelería internacional de Primer.


De hecho, realizando en un breve resumen del planteamiento del enigmático y multilineal relato de Primer se pueden esbozar muchas similitudes con varios de los casos serendipicos anteriormente comentados. Primer sitúa el planteamiento del relato en un suburbio de Dallas, donde cuatro ingenieros que trabajan para la misma empresa se dedican a fabricar placas informáticas durante la noche, en el garaje de uno de ellos, para tratar de venderlas a potenciales inversores que financien otros proyectos de investigación en los que están inmersos. Dos de ellos, Aaron y Abe, trabajan independientes a sus otros dos compañeros en el desarrollo de una máquina capaz de reducir el peso de cualquier objeto; es decir, del impacto del campo gravitatorio en estos. Para ello, estos auténticos geeks fabrican una caja con superconductores y circuitos de enfriamiento, entre otros dispositivos, y experimentan con pequeños objetos. La máquina funciona a la perfección pero, sin embargo, observan un curioso efecto secundario en un hongo que aparece en el interior de la caja tras los experimentos. Dicho hongo se ha desarrollado extraordinariamente rápido —como si hubiesen pasado varios años para él— mientras se encontraba en el interior de la caja conectada al sistema eléctrico. Invirtiendo las variables, el hongo vuelve a su estado original. Sin quererlo, Aaron y Abe han descubierto una máquina del tiempo, capaz de viajar tanto al futuro como al pasado.

Shane Carruth, matemático de formación e ingeniero de sistemas informáticos antes de adentrarse en la profesión cinematográfica con Primer, dota a esta primera parte del relato, hasta el descubrimiento de la máquina del tiempo, de una jerga científica e informática que muchos críticos han calificado de excesiva, puesto que el espectador, mayoritariamente ignoto en estas cuestiones, puede perderse muy fácilmente sobre lo que realmente está sucediendo. Sin embargo, es, precisamente, este alto contenido de tecnicismos científicos en estos primeros diálogos lo que impregna de verosimilitud al relato y, finalmente, atrapa al espectador en el momento preciso para captar su atención durante el resto del film. El planteamiento de Shane Carruth en Primer funciona de un modo muy similar al de otras películas de ficción que capturan la atención del espectador a partir de premisas simples pero verosímiles, por muy improbables que puedan parecen en un principio. Es el caso del cine de Christopher Nolan, en películas como Origen (Inception, 2010) o Interstellar (2014), o el de Darren Aronofsky en películas como Pi (1998). Curiosamente, tanto Carruth como Nolan y Aronofsky son a día de hoy tres de los iconos del cine independiente, cuyas tres primeras óperas primas fueron realizadas con un presupuesto ínfimo, dirigidas, escritas y montadas por ellos mismos, y que, sin embargo, lograron gran éxito de crítica y público, consideradas en la actualidad como obras de culto. Todos ellos significan la victoria del talento frente al presupuesto, del valor de un buen relato y de la narración —no de lo que se cuenta, sino cómo se cuenta— frente a la escasez de medios para llevarlo a la gran pantalla.

Sin embargo, el caso de Carruth es más significativo, aún si cabe, que los de Nolan y Aronofsky en sus óperas primas; más particular. Entre otras cosas porque contó con el presupuesto más bajo de entre todos ellos, realizando Primer con tan solo 7.000 dólares, y porque lo hizo absolutamente todo en la película, técnica y artísticamente: la escribió, la dirigió, la produjo —más tarde se retractaría de no haber buscado un productor—, la montó, compuso la música e interpretó el papel de uno de los dos protagonistas, Aaron. El propio Carruth se autodenomina a sí mismo como un freak del control absoluto de sus películas. Su segunda película Upstream Color, estrenada en 2013, casi una década después del estreno de Primer, volvió a contar con un presupuesto amateur e indepediente, de menos de 100.000 dólares; un film que Carruth, de nuevo, escribió, dirigió, montó, compuso la banda sonora y protagonizó.


Aaron (Shane Carruth) y Abe (David Sullivan), los dos protagonistas de Primer, descubren por azar una máquina del tiempo.


Muchos han situado a Primer como una película “seria” científicamente, debido a la formación de Carruth como ingeniero, y, por lo tanto, fallida en su propósito. Nada más lejos, Primer no es una película de hipótesis matemáticas y científicas destinada únicamente a los espectadores más geeks. El propio Shane Carruth se refirió en más de una ocasión a su vocación para contar historias con varios subtextos, cuyos núcleos narrativos y verdaderos motores del relato no tenían que ver en absoluto con motivos científicos; más bien, partía de ellos para centrase en la condición humana y la relaciones entre los personajes, verdaderos motivos de sus historias. En Primer, lo primero que se les ocurre a los dos protagonistas, Aaron y Abe, a partir del descubrimiento de la máquina del tiempo y de la posibilidad de viajar al pasado, es viajar a un pasado reciente cada día para jugar en bolsa y ganar dinero; un motivo egoísta inherente al ser humano. Y a pesar de que el plan trazado para tal motivo es, a priori, perfecto, automático y debería funcionar sin problemas, Aaron y Abe son humanos, no máquinas. Ambos tienen sus propias ambiciones y debilidades emocionales. De este modo, comienzan a romper la simetría entre las diferentes líneas temporales que han van creando, por culpa de las ambiciones personales de cada uno, y la tensión y desconfianza entre ambos fundadores de la máquina del tiempo comienza a quebrarse. Las propias frases promocionales de la película, a modo de primeras hipótesis, son una declaración de principios de Shane Carruth sobre los verdaderos motivos del relato en Primer, mucho más cercanos a la condición humana y la filosofía que al del simple relato de corte fantástico: «¿Qué pasa si realmente funciona? Si siempre deseas lo que no puedes tener, ¿qué querrías si pudieses tener cualquier cosa?».

Sin embargo, Primer conserva ese núcleo del relato de carácter más relacionado con lo filosófico sin dejar de ser una película de género fantástico, sobre viajes en el tiempo. De este modo, Primer contiene muchas de las hipótesis arquetípicas sobre las posibles paradojas que pueden surgir al viajar en el tiempo, comenzando por las múltiples líneas temporales o universos paralelos que se crean y los efectos secundarios o cambios que pueden generar estos viajes, no solo sobre los acontencimientos sino, también, sobre los propios protagonistas. El guion de Primer es una verdadera pieza de orfebrería respecto a este tipo de paradojas, y clave del éxito de la película; un guion que aún continúa siendo analizado y “explicado” por muchos seguidores del film, 12 años después de su estreno. Shane Carruth no ha afirmado ni desmentido ninguna de estas explicaciones, manteniéndose —de forma muy inteligente— al margen de ellas, aunque, sin duda, disfrutando al tiempo de las mismas. Lo que sí ha hecho Carruth es indicar que todo lo que quería contar está en la película y que, por ello, dedicó dos años de su vida a posproducirla, para evitar cualquier tipo de “vacío” narrativo.

Uno de los mayores aciertos del guion de Primer fue la narración en off; un recurso que, al contrario, puede ser la perdición de muchas otras películas, pero que en el caso de Primer resulta vital para no perderse entre tanta línea temporal. A propósito de la voz en off, que parte, lógicamente, del personaje que narra el relato y punto de vista del mismo, Carruth se extrañaba de que muchos espectadores no localizaran al narrador en el relato al primer visionado, pues, según él, fue de lo poco que era sumamente evidente, en una película de la que él mismo era consciente que muy pocos entenderían más allá de un 70% la primera vez que la vieran.

Primer se rodó en Super 16mm, por motivos obvios de presupuesto, en tan solo 5 semanas en las afueras de Dallas y contó con muy poco reparto formado básicamente por familiares y amigos. Las limitaciones fotográficas y cinematográficas no fueron impedimento para Shane Carruth que no tenía más formación académica sobre el medio que las adquiridas durante las dos semanas en las que realizó un curso sobre cine en una universidad privada de Dallas. Carruth decidió continuar su formación de forma autodidacta para aprender lo básico y poder realizar su película e ignoró muchos consejos que le habían dado, entre otros, profesionales en la dirección fotográfica, como, por ejemplo, el de no utilizar luces fluorescentes en interiores. Al contrario, Carruth llenó de luces fluorescentes los interiores —sobre todo en las secuencias en el garaje— y mezcló la luz natural con la artificial por pura intuición, con un resultado muy notable. Del mismo modo, por intuición y sentido común, utilizó los movimientos de cámara y los encuadres para subsanar la falta de medios y para subrayar las emociones de los protagonistas y su relación personal. También, el montaje, con claras elipsis narrativas y cortes al más puro estilo "dogma" o nouvelle vague, dota al film de la dosis de suspense y ritmo necesarios. En definitiva, Shane Carruth demostró tener un talento innato para la cinematografía y, sobre todo, mucho carácter de autor.


Una de las "cajas del tiempo" en las que viajan al pasado los protagonistas de Primer.


Primer ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cine de Sundance de 2004, el mayor premio del festival de cine independiente más importante del mundo. Además ganó el prestigioso Premio Alfred P. Sloan del mismo festival, a la mejor película sobre ciencia o tecnología. Muchos críticos de renombre se rindieron ante Primer, alabando su valor ante su bajo coste como en el caso de Rogert Ebert quien afirmó que «la película nunca parece barata porque cada toma luce como debería lucir». Dennis Lim fue mucho más lejos al afirmar que Primer era «lo más fresco en el género de la ciencia ficción desde 2001 de Kubrick». El cineasta americano Steven Soderbergh afirmó, tras ver Primer, que veía a Shane Carruth como «el hijo ilegítimo de David Lynch y James Cameron».

Actualmente Shane Carruth se encuentra inmerso en la producción de su tercera película, The Modern Ocean, para la que contará por primera vez con un presupuesto elevado y con un reparto estelar, y cuyo estreno está previsto para 2018. En la espera, nos conformaremos con acudir las veces que sean necesarias a sus dos anteriores películas, tal y como sería su deseo, para llegar a descubrir toda la información que Carruth promete en sus films.

Primer es la obra de un soñador que demostró que el talento es innato y que las buenas historias y el saber hacer no entiende de presupuestos. Una obra fundamental del subgénero de los viajes en el tiempo que merece más de una visita y que ya es un clásico del cine independiente del siglo XXI.



Javier Ballesteros



Vídeo introductorio a Primer
por Javier Ballesteros.




Los cronocrímenes de Nacho Vigalondo


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Si los viajes en el tiempo son posibles, ¿dónde están los turistas del futuro?»

Stephen Hawking en Breve historia del tiempo.


La trama de Los cronocrímenes (2007) no comienza a causa de los esfuerzos de un científico obsesionado por viajar en el tiempo o con la alborotadora aparición de un habitante del futuro que necesita cambiar los hechos del presente. A diferencia de los referentes más conocidos del género, este filme se desarrolla en lo cotidiano: un día cualquiera de las vacaciones de una pareja en una casa rural. El protagonista Héctor (interpretado por Karra Elejalde) es un tipo con una vida corriente. Su trabajo le permite cierta comodidad económica pero le quita horas de sueño. Y su mujer le adora, pero es obvio que en una época pasada sintió por la relación un entusiasmo mayor.


Cartelería internacional de Los cronocrímenes.


Lo que dispara la trama es una afirmación que la narrativa sostiene desde el principio de los tiempos: la cotidianeidad siempre esconde cuestiones. Como cualquier individuo, Héctor tiene necesidades, filias, fobias, deseos y curiosidades que no tienen que ser necesariamente inocuos. A falta de mejores distracciones, decide sentarte en su jardín y observar los alrededores con unos prismáticos. Su impulso voyerista obtiene premio al dar con el desnudo de una joven (interpretada por Bárbara Goenaga). Dentro de su vida rutinaria, esta visión fortuita supone un acontecimiento tal que le inspira a adentrarse en el bosque para ver qué está sucediendo y, de paso, disfrutar de la estampa desde posiciones más cercanas. En el escenario del avistamiento, un turbador personaje con el rostro cubierto por un vendaje rosa le ataca y comienza a perseguirle. Ha caído en una trampa por seguir sus instintos más primarios.

Nacho Vigalondo (director y guionista del largometraje) confecciona una historia en la que la ciencia ficción aporta los giros argumentales pero cuyo tema principal es la supervivencia del individuo. En primer lugar, Héctor ha de huir de este misterioso villano que le persigue. En su desesperación da a parar a un laboratorio donde un joven (interpretado por el propio Vigalondo) le ofrece esconderse dentro de una gran maquinaria de tipo industrial. Cuando sale, resulta que Héctor ha sido trasladado atrás en el tiempo y que su yo del pasado, y no él mismo, está viviendo en su casa con su mujer. Entonces, decide que debe arrastrar a su yo del pasado a las mismas situaciones que acaba de vivir, para así poder enviar al otro atrás en el tiempo y él recuperar su vida en el presente. Con esta decisión también se dispara el arco dramático de nuestro protagonista, que sufrirá un desarrollo en la tradición de los héroes de las odiseas de la narrativa universal.


Esta siniestra figura es el que persigue al protagonista hasta su viaje en el tiempo.


Otra diferencia con las obras del género consiste en que el antagonista es el mismo Héctor —o, si se prefiere, “Héctor del pasado”—. Este es el personaje que ha de borrar de su vida. El protagonista adopta la estrategia de explotar el conocimiento de su propia psique, de sus instintos e incluso sus deseos más oscuros, para atraer a su otro yo al mismo bucle espacio-temporal en el que él está introducido. Las cualidades de Héctor se ven incrementadas. En su forma primeriza, el personaje es torpe psicológica y físicamente. Cae fácilmente en la trampa que le ha tendido el tipo de la cara vendada, tiene tropiezos y caídas constantes cuando se mueve y en ningún momento tiene en cuenta un entorno capaz de ocultar cualquier peligro. No obstante, la necesidad de supervivencia causa una curva de aprendizaje. Se ve obligado a pensar con mayor agilidad, a manejar situaciones con sangre fría y a ser violento en el caso de creerlo ineludible. Héctor utiliza a su favor el hecho de haber vivido ya las mismas situaciones desde el lado pasivo y, sobre todo, de conocerse a sí mismo.

Aspecto bien diferente es la confianza en uno mismo, o el que parece ser uno mismo sin serlo. Héctor no soporta que haya otro viviendo su vida al lado de su mujer, aunque sea él mismo. Esto lanza dilemas sobre la identidad, la personalidad y el ego en definitiva. ¿Hasta qué punto confiaríamos en unas personas que son al cien por cien iguales a nosotros genética e identitariamente? ¿O desconfiaríamos de estos dobles precisamente porque conocemos nuestros defectos? ¿Hasta qué punto dependen nuestros egos de nuestra integridad física para considerarnos nosotros mismos?


El científico (Vigalondo) intenta explicar a Héctor lo ocurrido.


La otra incógnita se lanza sobre la propia clasificación en el género de la ciencia ficción de la película. En las historias de viajes en el tiempo se distingue entre dos teorías. Por una parte está la del universo consistente, según la cual un “yo futuro” de un personaje ya ha realizado un viaje al pasado en el que ha provocado sucesos cuyos efectos ya están incluidos en su vida presente. Para que nos entendamos, un ejemplo de esta vertiente sería La jetée (Chris Marker, 1962), en la que un hombre acaba descubriendo que el asesinato que presenció cuando era un niño, que le ha marcado la vida, es el de su propia muerte. Por el contrario, tenemos la teoría del universo mutable, por la que toda modificación que se realice en un viaje al pasado afectará al presente. El ejemplo más reconocible de este universo sería la saga Regreso al futuro de Robert Zemeckis. En Los cronocrímenes, Vigalondo parece establecer un híbrido entre ambas teorías: Héctor sufre los efectos de un viaje al pasado ya efectuado (algo propio del universo constante) pero busca volver atrás en el tiempo para corregir los errores fatales que ha cometido durante su travesía. También tendría el honor de ser uno de los pocos personajes de la ciencia ficción que ha interactuado consigo mismo y podría certificar pasiva y activamente la existencia de los “turistas temporales”, un concepto utilizado por Stephen Hawking cuando habla de la improbabilidad —que no imposibilidad— de los viajes al pasado. Es decir, para Hawking, no haber convivido con personas procedentes del futuro reduce considerablemente las posibilidades de realizar estos viajes. Pero por suerte, la ciencia en la narrativa cinematográfica suele servir, como en Los cronocrímenes, de excusa para dar rienda a otras cuestiones igualmente excitantes.


Antonio Ruzafa



Vídeo introductorio a Los cronocrímenes
por Antonio Ruzafa.