Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano. |
«Y cuando El Cordero abrió el cuarto sello, oí la voz de la cuarta criatura viviente decir: “¡Ven!”. Y vi, y, ¡miren!, un caballo pálido; y el que iba sentado sobre él tenía el nombre Muerte. Y el Hades venía siguiéndolo de cerca. Y se les dio autoridad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con una espada larga y con escasez de alimento y con plaga mortífera y por las bestias salvajes de la tierra.»
La Biblia (Apocalipsis 6:7-8). La muerte personificada aparece como uno de Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, apenas unos versículos antes de que se abra el séptimo sello.
Ingmar Bergman es, sin duda, el nombre que resuena en la evocación del director de cine sueco por antonomasia. En la consciencia fílmica colectiva, Él, es el director de lo trascendente, de lo intelectual y de lo existencial. Bergman fue el heredero de toda una cinematografía escandinava: Victor Sjöström, Mauritz Stiller, Carl Theodor Dreyer, etc. Se inició en el teatro, al que dedicó siempre parte de su actividad. Las características de su obra son las inquietudes religiosas, la mezcla de realismo y simbolismo, un agudo sentido de la ironía y la predilección por los temas de la incomunicación humana, el dolor, la búsqueda de la felicidad y, cómo no, la muerte.
El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) fascinó al mundo planteando un tema que, como Bergman dijo a menudo, era ya obsesivo en su obra: la duda sobre la existencia de Dios, así como la desesperación humana ante la imposibilidad de hallar una respuesta, siendo la muerte la única certeza innegable. Bergman fue hijo de un pastor luterano, capellán de la Corte Real Sueca. Un hombre entregado al cumplimiento de su deber. Bille August filmó una película titulada Las mejores intenciones (Den goda viljan, 1992) en la que se narra su vida. La severidad de su educación, que lo llevó a un conflicto inevitable entre el amor y el rechazo, entre la fe y la duda, proporcionó a Bergman lo que habría de ser el mensaje y el método de su carrera, siendo ésta profundamente personal y autobiográfica, y caracterizándose por su sentido de lo dramático, su excelente dirección de actores y su facilidad para representar en pantalla las complejidades y la angustia de la vivencia en la sociedad occidental de su época, y cómo no, de la actual. En cuanto tuvo oportunidad de alejarse del hogar paterno para estudiar, consiguió desviar todas sus frustraciones e inquietudes al mundo del teatro y la dramaturgia, centrándose más tarde en el cine. Con una quincena de películas en su haber, entre las que destacaba Un verano con Mónica (Sommaren med Monika, 1953) Bergman se plantó en 1955 con Sonrisas de una noche de verano (Sommarnattens leende), galardonada en el Festival de Cannes. Dos años más tarde, El séptimo sello y Fresas Salvajes (Smultronstället, 1957) lo catapultaron de nuevo en Cannes y en los Oscar de ese año consolidándolo como un director a seguir dentro del mundo cinematográfico. Sin embargo, fue con tres de sus películas posteriores con las que ganaría hasta en tres ocasiones el premio Oscar a mejor película de habla no inglesa, El manantial de la doncella (Jungfrukällan, 1960), Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961) y Fanny & Alexander (Fanny och Alexander, 1982), siendo un asiduo de estos premios con multitud de sus trabajos.
Cartelería internacional de El séptimo sello. |
El inicio de toda esta veneración por lo bergmaniano comenzó con El séptimo sello, un poema moderno, presentado con material medieval: un caballero que vuelve de Las Cruzadas encontrándose con la peste, la locura colectiva y las hogueras para quemar a las brujas en la Suecia del siglo XIV. Un soldado atemporal que vuelve a casa después de observar la miseria y abandono que sufre el mundo. La premisa es sencilla: el caballero Antonius Block jugará al ajedrez con la muerte para ganar algo de tiempo. Antes de convertirse en la película que consagró internacionalmente a Ingmar Bergman, El séptimo sello había sido una obra radiofónica y teatral titulada Trämalning (pinturas sobre madera), título que hacía referencia a las pinturas religiosas de las iglesias medievales que representaban la danza de la muerte, los efectos de la peste y los sufrimientos de los pecadores en el infierno. En especial, las pintadas por Albert Målare en el mural de la Iglesia de Täby en Estocolmo, la cual había visitado Bergman durante las visitas que su padre realizaba dando sermones como motivo de su oficio. El título de la película procede, sin embargo, del capítulo 8 del Apocalipsis, que hace referencia al desencadenamiento del fin del mundo a través de las siete plagas bíblicas y de cómo aquellos que creen en Dios no han de temer nada, puesto que serán salvados. Pero, ¿y si no se ha aceptado a Dios como salvador? ¿Y si Dios no existe? Nadie mejor que el propio Antonius Block confesándose, un increíble Max von Sidow que, hablando por boca del propio Bergman, expresa la angustia que sufría el director y su alter ego caballeresco, un hombre cansado y torturado:
«EL CABALLERO BLOCK: Mi corazón está vacío, el vacío es como un espejo puesto delante de mi rostro. Me veo a mí mismo, y al contemplarlo, siento un profundo desprecio de mi ser. Por mi indiferencia hacia los hombres y las cosas me he alejado de la sociedad en que viví, ahora habito un mundo de fantasmas, prisionero de fantasías sin sueños…
LA MUERTE: Y a pesar de todo no quieres morir.
EL CABALLERO BLOCK: Quiero.
LA MUERTE: ¿Entonces a qué esperas?
EL CABALLERO BLOCK: Quiero saber qué hay después.
LA MUERTE: ¿Buscas garantías?
EL CABALLERO BLOCK: Llámalo como quieras. ¿Por qué se nos esconde en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y de milagros que no hemos visto? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros mismos, ¿cómo vamos a fiarnos de los creyentes?, ¿qué va a ser de nosotros que queremos creer y no podemos? ¿Por qué no logro matar a Dios en mí? ¿Por qué sigue habitando en mi ser? ¿Por qué me acompaña humilde y sufrido a pesar de mis maldiciones, que pretenden eliminarlo de mi corazón? ¿Por qué sigue siendo, a pesar de todo, una realidad que se burla de mí y de la cual no me puedo liberar? ¿Me oyes?
LA MUERTE: Te oigo…
EL CABALLERO BLOCK: Yo quiero entender, no creer, no debemos afirmar lo que no se logra demostrar. Quiero que Dios me tienda la mano, vuelva su rostro hacia mí y me hable…
LA MUERTE: Él no habla.
EL CABALLERO BLOCK: Clamo en las tinieblas, y desde las tinieblas nadie contesta mis clamores.
LA MUERTE: Tal vez no haya nadie…
EL CABALLERO BLOCK: Pero entonces la vida perdería su sentido. Nadie puede vivir abocado a la muerte sabiendo que no hay nada.
LA MUERTE: La mayor parte de los hombres no piensan ni en la muerte, ni en la nada.
EL CABALLERO BLOCK: pero un día llegarán al borde de la vida y tendrán que enfrentarse a las tinieblas.
LA MUERTE: Sí, ¿y cuándo llegan?
EL CABALLERO BLOCK: Calla, sé lo que vas a decir, que nos hace crear el miedo una imagen salvadora y esa imagen es lo que llamamos Dios.»
Evidentemente, semejantes reflexiones expresan la obsesión que la muerte causaba en Bergman. El séptimo sello le ayudó de manera terapéutica a exorcizar ese tormento existencial que en aquel momento lo convirtió cómodamente en un agnóstico, negándole al entendimiento humano la capacidad de llegar a comprender lo sobrenatural de la religión. Bergman es, tal vez, el máximo representante del existencialismo en el séptimo arte. Esta corriente filosófica consideraba que la cuestión fundamental del ser humano era la propia existencia, y no la esencia o espíritu. Entre los postulantes de este pensamiento destacan el danés Kierkegaard, Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre, quienes analizaron sobre todo cuestiones religiosas como la fe cristiana y el sentido de las religiones, dejando poso en el resto de las artes.
Poco después, Bergman retornó a sus perpetuas dudas, rodando lo que se ha dado en conocer como “La trilogía del silencio de Dios”, compuesta por Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961), Los comulgantes (Nattvardsgästerna, 1963) y El Silencio (Tystnaden, 1963) sometiéndose a sí mismo y a sus personajes a la búsqueda incesante de Dios y al calvario sufrido al no encontrarlo, provocándoles siempre un sentimiento de indefensión y vacío.
Bergman se tiene que valer de la metáfora visual para conseguir su propósito, creando una alegoría sobre la vida y la muerte y valiéndose para ello del simbólico, ya de por sí, arte religioso medieval. El actor Bengt Ekerot, con su rostro blanco y túnica negra se convierte en La Parca definitiva: irónica, tramposa y juguetona. Con la guadaña sega las vidas y con el reloj contabiliza los días que le han de quedar a sus acogidos. La propia partida de ajedrez, como la vida en la tierra, le sirve a Antonius Block para conseguir una prórroga, con la que poder encontrarse con Dios y con lo que le queda de su propia fe. Al comienzo del film un ave rapaz hace presagiar la fatalidad de la peste y cuando Antonius Block come con los juglares, Mia le ofrece unas fresas salvajes que, en la cosmología de Bergman, simbolizan la juventud y el erotismo. Llegando ya al final de la película, en el castillo de Block, se escenifica una última cena bastante bíblica mientras se da lectura al libro de las Revelaciones de Juan y a los famosos versículos que dan título a la película. Esta secuencia augura que el final está cerca y que el futuro de los anfitriones y de sus invitados será bailar la conga tras La Encapuchada en un plano que goza de carácter icónico siendo imitado hasta la saciedad.
Sirviéndose de estos recursos, Bergman consigue intercambiar un miedo ancestral por un miedo existencial, que en el momento del estreno de la película se palpaba en el aire. Era 1957 y el miedo nuclear debido a la bomba atómica removía los pensamientos de la sociedad de la época. En Hollywood, ese mismo miedo surgió camuflado de películas de ciencia ficción e invasiones alienígenas.
Bergman trabajó en El séptimo sello con el que era, por aquel entonces, su más fiel compañero de trabajo, el director de fotografía Gunnar Fischer. Justos afianzaron la carrera de Bergman, aprendiendo uno del otro, y configurando las bases por las que posteriormente sería reconocido el trabajo de ambos. Gunnar Fischer se caracterizó por una fotografía nítida, siendo un experto en la gradación de grises, dándole el toque expresionista que aprendió al servicio de los grandes de la cinematografía escandinava como Carl Teodor Dreyer o Victor Sjöström. Supo extraer de los rostros de los actores toda la profundidad psicológica en unos fabulosos primeros planos que se convertirían en marca de la casa para el director sueco. Los rostros, las atmósferas y los silencios son la fórmula identitaria que habrá de seguir en adelante el director sueco. En cuanto a los actores que conforman el reparto de la película, todos ellos formaban una gran familia, al estilo de las compañías teatrales. Max von Sidow (Antonius Block) trabajó junto a Bergman en una quincena de películas, Bibi Andersson (Mia) es la protagonista de los más icónicos planos de su filmografía y Gunnar Björnstrand (Jons, el escudero) participó con él en casi una veintena de cintas.
Ingmar Bergman, Bengt Ekerot (la Muerte) y Gunnar Fisher durante el rodaje de El séptimo sello. |
Las diferencias entre los personajes de la película son claras y se pueden dividir fácilmente con respecto a su disposición frente a la muerte. Para Block es angustiosa, para Jons es irrelevante —ya que es un indignado y desengañado vividor— y para la muchacha que rescatan es de simple veneración salvadora ante tanta barbarie. Todo lo referente a la iglesia como institución tiene un cariz negativo. El religioso Raval, que convenció a Block para que partiera a Las Cruzadas, se dedica diez años más tarde a saquear a los apestados. La alegre actuación de los juglares se ve interrumpida por una procesión de flagelantes; esta actitud de culpa era, en realidad, una manera de sacrificio egoísta para ganarse cuanto antes el beneficio del cielo por el temor de haber disfrutado demasiado en la vida terrenal. Antepuesto a ellos, están los personajes de Mia y Jof (María y José) que configuran una especie de Sagrada Familia no afectada por pensamientos de muerte y del más allá. Representan la redención a través de la diversión honesta. Ellos y su hijo pequeño sobreviven como símbolo de regeneración en un mundo caracterizado por la decadencia. Ambos son artistas, al igual que el pintor de la iglesia y, por tanto, entran dentro del manto protector del director al pertenecer a la parte despreocupada y sabia que le inspiran las profesiones relacionadas con el arte. Pese al retrato tenebrista del film y a la no conclusión satisfactoria de las respuestas buscadas por el protagonista, el director o el espectador, se puede hacer una valoración optimista, ya que el carpem diem y el tempus fugit quedan como consuelo al valorar la vida como una celebración del amor, del arte y de la belleza.
En Julio de 2007, Ingmar Bergman falleció a los 89 años. El conjunto de su obra ha sido incorporado al Patrimonio de la UNESCO. En el momento de su muerte se había reconciliado con sus creencias religiosas y estaba convencido de la existencia de algo más tras la muerte, esa amiga de viaje que lo angustió y acompañó toda la vida.
JMT
Vídeo introductorio a El séptimo sello
por JMT.