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El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Los mitos son sueños públicos. Los sueños son mitos privados.»

Joseph Campbell.


Si bien el resto de películas de este ciclo dedican sus tramas a mitos individualizados, El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance, John Ford, 1962) se acerca a la creación del folklore y muestra el lugar del mito en el proceso circular del desarrollo de la mentalidad de una sociedad.

Estamos tratando un western clásico, una de las últimas obras antes de que el género se subvirtiera y ramificase a partir de mediados de los sesenta. La estructura elemental de la cinta es bastante reconocible: dos héroes, un villano, un pueblo en apuros y una dama. El bien contra el mal. Sin embargo, la construcción de personajes nos propone un discurso mucho más profundo.


Cartelería internacional de El hombre que mató a Liberty Valance.


Ambos héroes, Tom Doniphon (John Wayne) y Ransom Stoddard (James Stewart) pretenden acabar con la amenaza que el bandido foráneo Liberty Valance (Lee Marvin) supone para la localidad de Shinbone, pero cada uno quiere seguir un método acorde a sus ideales. Doniphon, el mejor pistolero del pueblo, espera a que se le presente la ocasión de matar a Valance. Por el contrario, Stoddard, un recién licenciado en derecho, pretende que los cuerpos de la justicia y las leyes pongan entre rejas al delincuente. Se establece así una tensión entre ambos héroes sustentada en la dialéctica entre el uso de las armas y la fuerza de la palabra. La personificación de este dilema es Haille (Vera Miles), una dama que divide su deseo entre la autosuficiencia patriarcal de Doniphon y la integridad de los valores pedagógicos de Stoddard.

Porque si el papel de Doniphon le sienta como un guante a John Wayne, el de Stoddard es prácticamente el James Stewart más estereotípico. Stoddard procede de la misma camada que el altruista George Bailey de Qué bello es vivir (It’s a wonderful life, Frank Capra, 1957), el senador Jeff Smith de Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington, Frank Capra, 1939) o el amigo de los indios Tom Jeffords en Flecha rota (Broken arrow, Delmer Daves, 1950). Ransom Stoddard es un adalid de la ley y la educación. Al llegar al poblado insiste, ante la burla general, en la importancia de la legalidad. Incluso abre una academia en la que enseña a los habitantes del pueblo a leer, escribir y conocer sus derechos. En este punto hay que abrir un inciso y preguntarnos cuán fiable es el relato de Ransom Stoddard, que es el que se encarga de narrar el flashback que compone el grueso del filme. En todo momento su personaje muestra una actitud y unos amaneramientos que llevan su rectitud al paroxismo. Desde su pasividad ante las agresiones hasta sus modales impecables en el trabajo o el hecho de que no fume ni beba alcohol pueden ser embellecimientos realizados desde la preocupación política por la imagen, puesto que es un aspirante a la vicepresidencia del país en el tiempo presente de la historia. El filme nunca pone una sospecha explícita sobre la honestidad de su narrativa, pero dichas exageraciones pueden llevar a dudas sobre la realidad de su personaje en su relato —que no sobre el propio relato—, cuyo desenlace podemos verificar a través de las reacciones de Stoddard y Haille en la última escena.

En la película se contempla una dimensión política bastante acentuada. Stoddard imparte clases a Haille para sorpresa de su entorno, que hasta el momento ha aceptado que las mujeres no accedan a la educación. En la escuela se atreve a enseñar la ley de igualdad racial a Pompey (Woode Strode), compinche afroamericano de Doniphon. Además, se convierte en el impulsor de la democracia en este Shinbone multirracial, animando a la gente a que elija un representante que pelee por los derechos del pueblo en la convención estatal. Si nos fijamos en el contexto histórico de la realización de la película, no es difícil trazar paralelismos con el momento político. Es 1962 y Estados Unidos se encuentra en pleno gobierno de John Fitzgerald Kennedy, una administración progresista que introdujo medidas contra las desigualdades sociales y más concretamente contra la discriminación racial.


Liberty Valance (Lee Marvin), Ransom Stoddard (James Stewart) y Tom Doniphon (John Wayne) escenificando el triángulo que forman el crimen, la ley y la fuerza.


Por otra parte, si Shinbone sufre la amenaza foránea de Liberty Valance —un asesino que no reconoce leyes ni valores morales, que intenta sabotear los procesos de soberanía ciudadana y que perpetra actos de violencia contra la libertad de prensa— Estados Unidos se enfrentaba al gran enemigo del comunismo —lo que se conoce como la Guerra Fría—, un sistema totalmente contrario al capitalismo y particularmente ajeno a la moralidad estadounidense. Un enemigo que no quedaba claro si había que combatir mediante la diplomacia o la fuerza bruta, una circunstancia que, como ya hemos dicho, se discute en la propia película. La tensión más patente en aquel momento se mantenía con Cuba, un país que en el año anterior al estreno del filme estuvo en conflicto con los EEUU por la invasión de Bahía de Cochinos.

Cabe destacar que el director John Ford consideraba a Kennedy como uno de los mejores presidentes que su país había tenido. Algo paradójico considerando que hablamos de un militante republicano —al igual que Wayne y Stewart— que tampoco trata con mucho cariño en esta película a los estamentos de la justicia o a la política. El sheriff del pueblo, Link Appleyard (Andy Devine), es un borracho completamente incapacitado para desarrollar su cargo —e incluso podría decirse que ningún otro trabajo— y así lo entiende todo el pueblo, que le trata condescendientemente cuando no con desprecio. El director del periódico local es Dutton Peaboy (Edmond O’Brien), un excelente periodista que sin embargo precisa de los humos del licor para darse coba. Por último, la convención estatal en la que éste nomina a Stoddard es un acto repleto de teatralidad, discursos vacíos y escenificaciones circenses.

Entre los dos héroes hay un acercamiento de posturas. El pistolero Doniphon se acerca a la política, participando en las asambleas del pueblo, y en última instancia obliga a Stoddard a aceptar la nominación para convertirse en senador y defender los derechos del pueblo. Éste, por su parte, acepta que es posible que la única manera de acabar con Liberty Valance sea pistola en mano. No obstante, el desenlace de la trama deja claro qué es lo realmente importante en la mentalidad del pueblo llano. La gente no convirtió a Stoddard en senador por sus principios. Haille no eligió casarse con él porque admirase su cultura. Nadie recuerda los aciertos de su trayectoria como político (entre otros, llevar el ferrocarril, símbolo del progreso, al poblado de Shinbone). A Stoddard se le apreciará siempre por la única razón de ser el hombre que mató a Liberty Valance.


Ransom Stoddard acaba siendo consciente de que, para acabar con Liberty Valance, necesitará algo más que palabras.


Y esta es una lectura que se debe aplicar sobre el surgimiento de los mitos. En las culturas clásicas —la historia nos dirá si en las modernas— no surgen de lo iconoclasta, sino de las mentalidades asentadas en la sociedad. Luego puede que el mito encarne un cambio, pero si la sociedad no asimila por su cuenta ese mismo cambio, tal cambio se pierde en el olvido y se adapta el mito a la “realidad” del imaginario popular. Es por esto que los mitos son, ante todo, representaciones del pensamiento de épocas determinadas y no tienden a ajustarse a la realidad fehaciente.

Por ello, la película acaba recordándonos que “si el mito se convierte en realidad, publica el mito”.



Antonio Ruzafa



Vídeo introductorio a El hombre que mató a Liberty Valance
por Antonio Ruzafa.