Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano. |
Dirigida por Billy Wilder en 1945, Días sin huella es una adaptación de la novela homónima de Charles R. Jackson, The lost weekend, publicada en 1944 (título original también de la película) que fue un best seller y obtuvo un gran reconocimiento.
De clara afluencia autobiográfica, lo que nos describe la novela es básicamente, al hombre alcohólico
como un producto característico de la época contemporánea, un personaje
desencantado con el mundo que se refugia en el alcohol, que acomoda una
dictadura en su conciencia que destruye constantemente sus aspiraciones de
progreso.
Posteriormente escritores como
Augusten Burroughs o David Carr crearían sus propias visiones del adicto, y por
supuesto Malcolm Lowry, cuya arrasadora Bajo el volcán (Under the
Volcano, 1947), que tardaría 10 años en escribir, esta considerada como una de las mejores
novelas del siglo XX.
La versión cinematográfica de Días
sin huella (The lost Weekend, 1945), cuyo título original sin duda resulta
mas ajustado a lo sucedido en el film (el fin de semana perdido), es fiel a una
crónica no muy extendida en el tiempo, pero si de un gran impacto, gracias
especialmente a Ray Milland, un actor que no muestra en ningún momento el menor
ápice de buen humor o de ironía, nos deja mas bien una imagen de borde, de
desesperado y aprovechado, resultando en algunas escenas incluso patético. Una
interpretación que nos deja todo el dolor y la fragilidad del adicto.
Tras las cámaras un incipiente
director de éxito en aquella época, Billy Wilder, que vendría de dirigir ya
obras maestras como Perdición (Double Indemnity, 1944) y Cinco tumbas al Cairo (Five graves to Cairo, 1943).
Wilder – Brackett.
Los autores excesivamente
ingeniosos, que usaban su talento para desmarcarse del resto de “colegas”,
siempre han encontrado las cosas particularmente difíciles en Hollywood. La
cadena de mando estaba clara, mientras que los escritores se retorcían bajo el
yugo de los directores, estos, a su vez, sufrían el azote del productor.
La teoría se desmonta cuando
llegamos a estos dos individuos, Charles Brackett y Billy Wilder, que como
colaboradores, ejercerán un grado de autonomía creativa inusitada en la
Paramount, inmunes a los hostigamientos habituales en estos círculos. Brackett
y Wilder formaron equipo para escribir, dirigir y producir sus propias
historias, e idear gran parte de las obras maestras de las que el cine clásico
siempre presumiría. Entre ellas esta Días sin huella (The lost
Weekend, 1945), que escriben entre ambos, dirige Wilder, y produce
Brackett, y que resultaría multipremiada y una excelencia en su tiempo. Una
película muy negra y desoladora, pero que conservaría esos toques de alta
comedia del tándem Bracket-Wilder, y a partir de la cual a Wilder se le tomaría
como un director serio, al nivel de los más grandes.
El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1955) supondría el fin de esta colaboración entre Brackett y Wilder. Una separación
que conllevaría una pérdida importante para ambos, y que, para muchos entendidos, les alejaría
de su etapa más acertada.
Su ángel de la guarda.
En el entorno de Don Birman
habitan varios personajes, todos bastante interesantes, cabría resaltar la
humanidad y comprensión del barman, o la paciencia e ingenuidad del hermano.
Pero por supuesto a Helen, una mujer con no menos problemas que Don.
Es común asociar a la época noir
de los años 40-50, a las femme fatales,
esas mujeres que le arrebatan todo al hombre, que como el veneno, infringen un
estado de embriaguez pasional a sus víctimas del que no hay antídoto posible.
Pero, ¿es esto una constante en todos los clásicos? Desde luego que no. En Días
sin huella se produce el efecto contrario.
Helen St. James esta convencida
de poder hacer algo por Don Birman, algo que en ningún momento parece
razonable. Es una relación abocada al fracaso:
Helen. — ¿Te portarás bien, verdad cariño?Don. — Sí Helen. ¿Queréis hacer el favor de dejar de vigilarme? Yo resolveré el asunto a mi manera. ¡Lo estoy intentando! ¡Lo estoy intentando!Helen. — Ya lo sé, Don. Los dos lo intentamos. Tú intentas no beber… y yo intento no quererte.
Se trata de un triángulo amoroso
en toda regla, entre ella, él y la botella. Por momentos Helen roza el
masoquismo, se muestra incapaz de
separarse de él, y pudiendo pensar que es incluso el alcoholismo de Birman lo
que la retiene, lo que alimenta también su fe, y la reta a consolidar ese
vínculo de dependencia con Don. Existe un paralelismo velado, entre esta
adicción afectiva que soporta ella, con la sumisión total de Birman al alcohol.
Contra el “si-mismo” (self).
¿Es el alcohol el que esclaviza
a la persona, o es la persona la que se siente esclavizada antes de zambullirse
en la botella? Es algo común tratar al alcohólico desde una perspectiva
psicoanalítica, buscando la causa de la adicción en su conducta como persona
sobria.
En mi caso me planteo algo,
quizás sin respuesta, ¿como se pueden saber que existen determinadas conductas
que le lleven a uno al alcoholismo? Todos podemos cometer errores, o ser objeto
de desafección, de incomprensión o victimas de desagradables circunstancias,
pero eso, en un principio no debería de asociarse a ganas de beber alcohol.
Seguramente muchos casos de similar calado en diferentes personas no acaben en
el alcohol necesariamente.
El alcohol es complemento del
ser social que proyectamos en nuestra cabeza, un ser compuesto por las
aspiraciones del hombre, que como el simio, gusta de las imitaciones.
Esta imagen mitológica del
alcohol aparece relacionada con el hombre desde los orígenes de la literatura.
Las bebidas alcohólicas son ya citadas por Homero y
la Biblia.
Don Birman perfectamente podría
pertenecer a una generación de escritores, todos alcohólicos. Cabe nombrar a
E.A.Poe, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Charles Baudelaire todos bebedores
a los que no necesariamente habría que culparles de escribir, pero en su momento, seguro que eran
conscientes de que dentro de los objetivos profesionales que se marcasen,
deberían lidiar tarde o temprano con la bestia del alcoholismo, en principio
dormida, pero ya instalada en sus cabezas.
Don. - Me encoge el hígado ¿Verdad Nalt? Me destroza los riñones ¡¡Si!! ¿Pero que le hace a mi cabeza? Lanza los sacos de arena por la borda para que el globo se alce, y no soy un tipo corriente, me siento preparado, muy preparado, cruzo las cataratas del Niágara como un funámbulo ¡¡Soy uno de los grandes genios!! Soy Miguel Ángel modelando la barba de Moisés, soy Van Gogh pintando la luz del sol, soy Jorovic tocando el concierto emperador, soy John Barrymore antes de que el cine le ahogara, soy Jesse James y sus dos hermanos ¡¡Los tres!! Soy Williams Shakespeare. Y aquello de ahí fuera ya no es la tercera avenida ¡¡Es el Nilo, Nalt!! El Nilo, y por el se desliza la barcaza de Cleopatra.
Genealogía del alcoholismo
como subgénero cinematográfico.
Hasta este punto las películas
que reflejaban el alcoholismo lo hacían a modo de paréntesis cómico, lo que se conocía como slapstick. Nadie tuvo antes de Días sin huella la osadía de
mostrar el alcohólico en su más profundo malestar. Pero el talento de Wilder,
Milland o Brackett abrió una nueva puerta, que conducía a una senda oscura,
inexplorada en el cine, y que muchos directores se propondrían atravesar a
partir de entonces.
En los años cincuenta se produjo
un crecimiento notable de aproximaciones al alcoholismo mediante el cine. El
trompetista (Young man with a horn, 1950), La angustia de vivir
(The country girl, 1954), Mañana lloraré (I´ll cry tomorrow,
1955) Ha nacido una estrella (A star is born, 1954) Escrito
sobre el viento (Written on the wind, 1956) reflotaban un tema de
gran incumbencia en la época, y por ende en la industria cinematográfica.
Siempre ha quedado muy
cinematográfica la relación del artista con la botella. Músicos de Jazz,
escritores o cantantes sucumben con facilidad a la adicción, y, por supuesto,
también pintores, como en aquel Paris bohemio de la post-belle epoque que
habitaban personajes como Modigliani, y que tan grato recuerdo dejó en el cine
francés de la mano de Jacques Becker con Los amantes de Montparnasse (Montparnasse
19,1958).
Siempre con un barniz muy
estético y unas interpretaciones exquisitas, el cine de Hollywood ha sabido
edulcorar el alcoholismo. Quizás una imagen idealizada y, en algunos momentos,
demasiado romántica. Eso debió pensar Lionel Rogosin cuando introdujo su cámara
en el Bowery , barrio de vagabundos del Nueva York (escenario también de Días
sin huella) de los años 50, realizando su semidocumental On the Bowery (1955).
Lo que vemos ahí es algo inédito, hasta entonces el alcohol como depredador
acababa con la vida de los individuos, pero aquí el monstruo se agranda, y
vemos lo que es capaz de hacer con toda una comunidad de pobres desgraciados,
que acuden a los bares, como lo harían una manada de alimañas a una ratonera de la que luego les sea imposible salir.
Otras obras posteriores incluyen
Días de vino y rosas (Days of Wine and Roses, 1962), donde el
alcoholismo es compartido por la pareja, la versión cinematográfica de Bajo
el volcán (Under the Volcano, 1984) o las incursiones de la obra de Bukowski
en el cine como El borracho (Barfly, 1987) o Factotum (2005).
Leaving las vegas (1995) también aportó otra de las grandes
interpretaciones al mundo del alcoholismo, con un Nicolas Cage en claro proceso
de autodestrucción.
Como mención especial, la desconocida Despertar en el
infierno (Wake in fright, 1971),
dirigida por Ted Kotcheff, que aporta una visión de pesadilla sobre la
vida en el outback, zona interior y semidesértica de Australia. Wake in fright es una pendiente hacia
un infierno dantesco, de tentación y ridículo; donde un hombre afable se ve
obligado a aprender duras verdades sobre el lado más oscuro de su propia
psique.
Antonio Cristóbal.
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Vídeo de presentación de Días sin Huella
Como novedad en esta 5ª Edición de La Filmoteca se proyectarán antes de cada película un vídeo introductorio que dirigirá la atención del espectador con datos y detalles que harán más disfrutable la proyección del film.
Cartelera diversa
Otras películas del Ciclo "Adicciones"
-Más poderoso que la vida de Nicholas Ray
- El hombre del brazo de oro de Otto Preminger.
- Shame de Steve McQueen.