“…intensamente original en base a su estilo y disposición, proféticamente americana en su visión de una sociedad controlada…”
Newsweek
En algún punto entre la lograda épica de El Padrino (1972) y El Padrino II (1974), el director Francis Ford Coppola sacó tiempo para trabajar en el ámbito del cine intimista y personal que había estado contemplando desde hace años -"Yo quería hacer una película sobre la vida privada" dijo Coppola-, utilizando el tema de las escuchas telefónicas, su trabajo fue centrándose más en la vida personal y en la psicología del espía que en la de sus sus víctimas. Muy por delante de su época, "La Conversación" es una película profética sobre la paranoia, el papel cada vez más dominante de la tecnología en nuestras vidas, y la imposibilidad de la vida privada, incluso en los espacios públicos.
Hackman está excelente como Harry Caul, un hombre dolorosamente solitario, cínico, paranoico y alienado, cuyo trabajo le ha llevado a proteger celosamente su propia intimidad. Vive solo, no tiene entretenimientos, excepto cuando toca jazz con su saxo (una vez más centrándose en cierto modo en el trabajo de la grabación), ninguna mujer tiene influencia sobre él, y cuesta verle sin un aspecto descuidado.
La trama tiene similitudes con Blow-Up (1966) de Antonioni, salvo que la atención se centra más en la grabación del sonido y no tanto en la fotografía, su desarrollo hacia el descubrimiento de la verdad conduce a un desenlace impactante y la comprensión de que Harry se ha convertido en una víctima de su propia profesión.
Según Coppola, concibió la idea de “La Conversación” a mediados de la década de los sesenta, mientras mantenía con el director Irvin Kershner una discusión sobre el espionaje y el estado evolutivo de las tácticas de vigilancia, hablaban acerca de las distancias a las que pueden trabajar los micrófonos, con apariencia de fusiles de francotirador, y que eran tan poderosos que cuando estaban apuntando correctamente podían grabar una conversación entre dos personas, aun en medio de una multitud. Estos detalles en particular, dejaron tan fascinado a Coppola que se convirtieron en un elemento clave en la secuencia de apertura, cuando Harry trabaja en el registro de la conversación de una pareja en un parque público lleno de gente en el centro de San Francisco.
La persona que más ayudó a Coppola a transformar “la Conversación” desde el retrato excesivamente estático de un hombre solitario, a una inquietante y sugestiva obra de intriga moderna, fue Walter Murch, un ingeniero de sonido con muchos recursos que había trabajado ya con él en “Llueve sobre mi corazón (1969)” y “American Graffiti (1973)”. Como resultado, el sonido en la conversación añade una textura inquietante y desconcertante a la película que le da tensión y una ventaja narrativa constante.
La fotografía (escena de apertura de Haskell Wexler, el resto por Bill Butler) está deliberadamente planeada desde un punto de vista voyeurista, siempre estamos buscando, pero no terminamos de ver perfectamente todo lo que nos gustaría. Podemos observar a un hombre que busca la verdad, una verdad que siempre permanece oculta. Harry escucha la conversación una y otra vez, resultando cada vez más difícil de entender lo que puede esconderse tras ella. Es difícil no acordarse también de la celebrada ópera prima de Florian Henckel-Donnersmarck, ‘La vida de los otros’. Ambas parten de la neutralidad más absoluta, muy bien caracterizada por una puesta en escena aséptica e impersonal, una auténtica prolongación de la psique del personaje-espía. Coppola hace que nos sintamos, con un talento incomparable, en el interior de ese profesional de las escuchas y su posición moral frente a su trabajo y frente a los sujetos sometidos a su vigilancia .
"La conversación" viene de otro tiempo y lugar ajeno al de los thrillers comerciales de hoy día, tan a menudo ingenuos. Esta película es un estudio del carácter tristemente observador de un hombre que se ha retirado de la vida, que cree poder observarlo todo, desapasionadamente, dentro de un sistema donde la tecnología es capaz de entorpecer cuanta libertad quede entre los humanos.
Antonio Cristóbal