"La culpabilidad es un invento judeocristiano y estamos sumergidos en esta cultura. No puedo ver el mundo bajo otro prisma. Pero la culpabilidad también es un problema filosófico, y no pretendo resolverlo, sólo hablo de ese problema."
Michael Haneke.
Nadie podría pensar que una familia como los Laurent tiene problemas. Georges, el cabecilla de la familia, es un famoso presentador de un programa de literatura en la televisión, su mujer Anne publica libros en una editorial y su hijo Pierrot es un adolescente que compite en natación con éxito. A juzgar por su estilo de vida, no les falta de nada, ni dinero ni amigos. Definitivamente viven bien.
Sin embargo, Haneke nos muestra en Caché algo que el refranero popular resume diciendo que “en todas las familias se cuecen habas” y para ello se basta con el elemento, verdadero protagonista del filme, del miedo. Un anónimo envía a la familia Laurent cintas en las que les demuestra que sabe no sólo donde viven, sino también algunos secretos de Georges que ni sus allegados conocen. Este hecho resulta ser desencadenante para que familia sin aparentes fisuras se vaya desbordando a medida que el nerviosismo se apodera de sus vidas.
Haneke implica al espectador en el acto de vigilancia |
Haneke no trata el miedo con un objetivo monodimensional, sino que en Caché, las consecuencias del miedo desembocan en trayectorias diferentes aunque paralelas. Por una parte, el miedo desnuda las mentes de los personajes. El matrimonio formado por Georges y Anne comienza a tambalearse. En lugar de permanecer unidos, pues son víctimas de la misma desconocida amenaza, discuten. Georges desconfía de Anne y le miente. Anne confía más en sus amigos que en su propio marido. En un momento de desesperación, Georges le desvela a Anne un secreto: hace un tiempo obstaculizó la vida de una persona. Pero no le quiere reconocer cómo lo hizo, alegando fallo de memoria. Sin embargo Anne no le cree, con toda lógica si tenemos en cuenta que Georges cree que aquella persona puede estar detrás de los videos que reciben y por lo tanto dejando latente su sentimiento de culpabilidad. Hasta su hijo comienza a desconfiar de sus padres. En definitiva, es una familia que vive bien en ignorando su vulnerabilidad, olvidando sus propios problemas, pero que se tambalea cuando ese bienestar peligra. De repente florecen los traumas pasados, las inseguridades actuales, los errores cuyo recuerdo se evita. Haneke utiliza el miedo como catalizador del lado oscuro de la psiqué de la familia de clase media.
Por otra parte, el miedo actúa como controlador de la vida de la familia Laurent. Uno de las cintas anónimas llega al trabajo de Georges, que ve peligrar su futuro programa. Llega al punto de tomar pastillas para poder dormir plácidamente entre las sábanas y la oscuridad. El matrimonio se asusta cuando su hijo Pierrot no aparece una noche por casa, desconfiando de los amigos del niño, dándonos a entender otra de las flaquezas de la familia.
Como ya he destripado suficientemente la película, tan sólo resta hacer hincapié en otro de los personajes, aquel al que Georges ha hecho daño en el pasado. Resulta que el personaje se llama Majid y es argelino. Haneke lo incluyó como crítica a una matanza que ocurrió en París en 1961, en la que murieron 200 argelinos a manos de los franceses. La inclusión de este personaje quizás nos de pie a entender que Caché en sí es una crítica a la sociedad francesa, a su pasado y a aquellos acontecimientos de la memoria negra del país que prefieren evitar. Y de paso subraya al sentimiento de culpa como uno de los objetivos de la película. Porque si bien el protagonista de Caché es el miedo, este no es más que una excusa para mostrar la desestabilizada conciencia de la clase media francesa, y sus complejos tanto particulares como generales.
No obstante, en cuanto a lo puramente cinematográfico, Caché no es una película dramática. En todo caso, podríamos calificarla como un thriller, pero sería un etiquetado muy cogido con pinzas. Haneke transciende más allá del miedo que muestra, no quiere que el espectador se empape de las sensaciones de los personajes. No busca que sintamos empatía o juzguemos con dureza sus actos. El miedo es el leit motif, el mensaje; los personajes, el medio. Hasta la realización nos aleja de sentir proximidad con algún protagonista. Los ángulos de los planos son abiertos y escasean los primeros planos. La música brilla por su ausencia. Aunque los personajes sí muestran sus sentimientos, ya sea de euforia o el llanto más amargo, Haneke nos mantiene tras la barrera. Su objetivo es más cercano al de experimento social que al de obra dramática, no quiere que el espectador sienta las mismas emociones que los protagonistas, simplemente quiere que veamos cómo reaccionan y qué consecuencias acarrean sus emociones.
Quizás esta sea la película que redondea este ciclo de Vigilantes y vigilados que La Filmoteca ha programado para este mes de febrero, porque aún situándola dentro del estado de paranoia – en lo que sí se asemejaría al resto de películas – producida por la sensación de ser vigilado, es, pese a alejar al espectador de los personajes, paradójicamente la más cotidiana de las películas del ciclo.