“Una película es como un campo de batalla, hay amor, odio, acción, violencia y muerte. En una palabra: emoción”.
Samuel Fuller en la película de Jean-Luc Godard “Pierrot El Loco” (1965).
“La vida es en color, pero resulta más realista en blanco y negro”.
Samuel Fuller en “El estado de las cosas” (1982) de Wim Wenders.
Samuel Fuller, el director americano del sempiterno puro en la boca. Su experiencia laboral como periodista de sucesos y escritor de noveluchas de bolsillo le sirvió para escribir algunos guiones e infiltrarse en el mundo del celuloide. Patriota hasta la médula marchó a la II GM a enfrentarse a los enemigos de EE.UU. Sus vivencias en las trincheras las consiguió reflejar con éxito en sus películas, a destacar Uno rojo, división de choque (1980). Su carrera estuvo llena de altibajos, según el apoyo que recibiera o no de los estudios, teniendo que manejarse siempre con presupuestos modestos y exprimiendo al máximo cada centavo que le otorgaban. En la serie B tuvo que forjarse un camino y lo consiguió, ya fuera con una atípica película del oeste como Balas Vengadoras (1949), filmes bélicos ambientados en Corea, Casco de acero, A bayoneta calada (las dos de 1951), o un homenaje a los inicios del periodismo en Park Row (1952). Sin olvidarme de El Barón de Arizona (1951) un film de estafadores que se mezcla con el cine histórico y el western.
Nunca le incomodó tratar temas como el de las relaciones interraciales, la locura, la prostitución, la pedofilia, o el racismo… muchas veces escupiendo a los espectadores y productores realidades de una forma de vida que miraba hacia otro lado. Fue esta rebeldía la que lo alejó del conservadurismo que las productoras buscaban.
Cartelería promocional de "Pickup on South Street" en Europa. |
Con Manos Peligrosas (1953), su 6ª película, y con el apoyo de un gran estudio (la 20th Century Fox), se adentró por primera vez en el cine noir. Su trabajo de cronista de sucesos le hizo perfecto conocedor del mundillo del hampa y sus escenarios. Él como nadie conocía la naturaleza del hombre y la violencia con la que se aferraba a la supervivencia. También tenía sus ideas de cómo reflejar esa violencia en la pantalla, dura y rápidamente, sin concesiones ni cámaras lentas, mediante una acción súbita y sin preámbulos, como en la vida real.
Además de Manos peligrosas rodó las siguientes películas de cine negro: La casa de bambú (1955), El kimono rojo (1959), Bajos fondos (1961), Una luz en el hampa (1964) y, porqué no decirlo, Corredor sin retorno (1963) que contiene muchas de las características que convierten al cine negro en lo que es (voz en off, mujer fatal, protagonista en busca de la verdad, final fatalista, ambientes opresivos, fotografía con claroscuros…)
Fuller se desenvolvió con frescura en este género, llevándolo a su campo e innovando todo lo que pudo. Para empezar fue de las primeras veces en que los personajes eran todos unos parias, unos seres despreciables que actuaban siempre por interés propio. La tripleta protagonista la forman un carterista de poca monta, Skip McKoy protagonizado por Richard Widmark (en Sudamérica la película se titula “El Rata” en honor a él), una mujer veleta que hace lo que le piden por un poco de dinero, Jean Peters (1) en el papel de la sensual Candy y una confidente/chivata, Moe-Thelma Ritter, a la que mueve el único deseo de tener un lugar digno donde ser enterrada después de morir. Los tres son personajes individualistas, cada uno actúa en su propio beneficio, pero siempre movidos por sentimientos como el amor, la culpa o la venganza. Ni siquiera el agente que trabaja para los comunistas parece hacerlo por un interés ideológico, simplemente es un ratero más que se busca la vida donde puede y que visto en una difícil situación actúa para sobrevivir.
Pese a que Fuller estaba fuera de sospecha en la caza de brujas del macarthismo y que la película trataba a los comunistas como a los malos malísimos, Edgar G. Hoover (director del FBI) no quedó del todo satisfecho. Criticó la moralidad ambigua del protagonista y la no cooperación con los agentes de la ley. Era 1953, en plena Guerra Fría, el cine de propaganda estaba a la orden del día y la más tontorrona de la comedías románticas era examinada bajo lupa en busca de contenidos comunistas subversivos. Aunque la naturaleza egoísta del carterista se conservó, hubo que retocar ciertas frases del guión original por orden de los censores. La más famosa de ellas es cuando un agente de la brigada anticomunista le advierte que de no cooperar sería tan culpable como él que le dio a Stalin la bomba A, a lo que el deslenguado de Skip McKoy contestaba “¡No agite la condenada bandera en mis narices!”. Esta última frase se tuvo que cambiar por la sarcástica de “¿está agitando una bandera?” en versión original, o en su más esclarecedora traducción al castellano “¿ondean una banderita para camelarme? Está claro que nadie podía decir de la bandera que fuese “condenada” y menos que se tratase con tanto desdén a los agentes de la ley. La frase se cambió sin problemas, pero se dejó muestra de los límites por los que Fuller pisaba. Mucho se le critica en la actualidad esa imparcialidad política, ese odio en contra del comunismo, pero el excelente guión no se hubiese visto afectado ni un ápice si en lugar de un microfilm con fórmula matemática dirigida al enemigo rojo hubiera sido sustituido por las joyas de un atraco o el cargamento de droga perteneciente al mafioso de turno.
La grandeza del film es debida a la poderosa dirección de Fuller, cimentada en una acción repentina repleta de violencia, la cámara sigue a los personajes en su deambular por la pantalla acercándose a reflejar sus rostros en primeros planos que hablan sin palabras mediante juegos de miradas o exprimiendo al máximo los gestos y diálogos de los actores. La fabulosa fotografía retrata a los personajes y lugares neoyorkinos de manera sórdida, en especial los muelles, el metro y los apartamentos. Como es costumbre en la filmografía del director, el comienzo de la película nos catapulta a la historia sin frenos y Manos Peligrosas no es la excepción. Baste disfrutar de la primera escena en el metro y la estación (menos de 4 minutos) en la que mediante diversos primeros planos se nos presenta a la pareja principal sin que tengan que abrir la boca, digna del cine mudo.
Jean Peters, Richard Widmark y Thelma Ritter. Samuel Fuller y su maestro uso del primer plano. |
Igual de importante fue la labor de los actores. Fuller nunca tuvo a sus órdenes a intérpretes de primera fila, salvo quizá en esta película con Richard Widmark, aunque reconozcamos que jamás fue un primerísimo cabeza de cartel, y a Barbara Stanwyck en 40 pistolas (1957), pero su trío actoral realiza unas actuaciones eficientes. Sobresale Widmark que ya contaba en sus haberes la participación en grandes películas del cine negro como El beso de la muerte de Henry Hathaway (1947), Pánico en las calles de Elia Kazan o Noche en la ciudad de Jules Dassin (ambas de 1950). La actriz Thelma Ritter con su participación en Manos Peligrosas consiguió su 4ª nominación a los Oscar como actriz de reparto ¡por 4º año consecutivo!. Ella participa en el que tal vez sea el diálogo más significativo del guión:
-“Ni siquiera un funeral lujoso vale la pena si tengo que tratar con basura como usted, y sé lo que usted quiere”.-“¿Qué sabe?”-“Que son comunistas y que buscan un film que no les pertenece.”-“Se está metiendo en la tumba antes de tiempo. ¿Qué más sabe?”-“¿De los comunistas? Nada. Se una cosa: no me gustan.” (en castellano lo tradujeron por “los aborrezco”).
Siempre será recordada por sus papeles en Eva al desnudo de Joseph L. Mankiewicz (1950), La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock (1954) o El hombre de Alcatraz de John Frankenheimer (1962) entre otras.
Samuel Fuller en la película de Jean-Luc Godard “Pierrot El Loco" (1965) a la izquierda, y en “El estado de las cosas” (1982) de Wim Wenders a la derecha. |
El director, junto a Nicholas Ray, Robert Aldrich y otros fue encumbrado a los altares por los cineastas europeos, sobretodo franceses que empezaban con la Nouvelle Vague y a los que atraía la idea del “autor absoluto”, el “Written, directed and produced by Samuel Fuller” que encabezaba la mayoría de sus películas hacía las delicias de los Godard, Chabrol, Jean-Pierre Melville (rey absoluto del cine negro francés o simplemente “polar francés”) o Truffaut. Al final de su carrera y ya en pleno declive tuvo que emigrar a Europa para rodar sus dos últimas películas, así como participar como actor en los rodajes de sus autoproclamados discípulos. El alemán Wim Wenders lo utilizó en tres películas, destacando la proyectada por la filmoteca en su ciclo “Nuevo Cine Alemán” con El amigo americano (1977) y El estado de las cosas (1982) en la que interpretaba a un director de fotografía en un rodaje abandonado a la deriva por el productor. También los hermanos finlandeses Kaurismäki, Mika y Aki, se sirvieron de él. Mika incluso rodó un documental llamado Tigrero: la película que no se llegó a hacer (1997) en el que Fuller, junto al director Jim Jarmush, es el gran protagonista. Por otro lado la joven generación de cineastas americanos de los 70 encabezados por los Scorsese (2), Coppola, Lucas, Spielberg y demás, creándose una base de influencias no dudaban en recuperar para el gran público a directores maltratados u olvidados. No es la primera vez que los citamos cuando hemos hablado en la Filmoteca de Akira Kurosawa, Michael Powell y como no Samuel Fuller.
Primera secuencia de Manos Peligrosas con la presentación de Richard Widmark y su peculiar estilo como carterista en el metro. Mantener el eje de mirada es primordial para ser un buen carterista...
La crítica de su tiempo lo llamó bárbaro, por donde se mire, sus películas eran batallas campales, sin presupuesto ni tiempo para desarrollarlas y finalizarlas como hubiese querido, pero su experiencia de periodista callejero, con el olfato atento a la verdad incómoda y al escándalo, rara vez le hicieron errar el tiro. Su voz iba dirigida a aquellos que quisieran escuchar, aunque ello les supusiera revolverse intranquilos en sus asientos.
J.M.T.
(1) Jean Peters es la más desconocida de los 3. Pese a que hizo varios trabajos en Hollywood en papeles casi siempre de chica explosiva y sensual su carrera terminó cuando se casó nada más y nada menos que con Howard Hughes. Tras 14 años casada con el personaje de El Aviador, se divorció y volvió a la interpretación, pero en este caso trabajando para la televisión. Este es el motivo por el cual no se la conozca como es debido.
(2) En El rey de la comedia (1983), Martin Scorsese rinde tributo a Manos Peligrosas en una de las escenas en la que Jerry Lewis está viendo la televisión, en ella se ven unos fragmentos de la primera escena en el vagón del metro y un poco más tarde se ve cuando Candy llama por teléfono al darse cuenta de que le han robado.
Bonus.
Viñetas.
Si todavía no sabes lo que es la proctología, para cuando quieras averiguarlo ya será demasiado tarde. |