El Gran Dictador de Charles Chaplin.


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.


“Mi dictador tiene cierto parecido con Hitler. Es una coincidencia que use un bigote como el mío, pero yo lo usé primero. Yo no remedo a ese individuo; no me presento con un rizo sobre el ojo. He tratado de hacer un resumen sobre todos los dictadores. No hay actor que no haya soñado con interpretar a Napoleón. Yo interpreto a la vez a Napoleón y a Hitler, al loco zar Pablo, a todos en uno.”


Charles Chaplin, en el estreno de El Gran Dictador
Nueva York, 15 de Octubre de 1940.


   Sin embargo, a pesar de las palabras del propio Chaplin tras el estreno en Nueva York de El Gran Dictador (The Great Dictator, 1940) en unas improvisadas y evasivas declaraciones a la prensa ese 15 de Octubre de 1940, es evidente que el personaje interpretado por él mismo en El Gran Dictador sólo remite a un único dictador, Adolf Hitler. La Sátira, la burla, la ridiculización pública del dictador, que Chaplin consideraba un gran actor de comedia, ridículo desde todos los ángulos; como su creación del pequeño hombrecillo vagabundo, “The Tramp”, más conocido como Charlot en España, que interpretó durante más de 25 años, y en cuyos inicios se desmarcaba una vena descarada y oportunista. Chaplin, más que nadie, intuía la psicología del dictador, pues aunque eran antagónicos como seres humanos, sin embargo, poseían multitud de paralelismos, más allá de su pequeño bigote.

     Sir Charles Spencer Chaplin nació el 16 de Abril de 1889, en Londres, Gran Bretaña. Adolf Hitler nacía sólo cuatro días más tarde, el 20 de Abril de 1889 en Braunau, Austria. Dos de las futuras figuras más importantes del siglo XX, llegaban al mundo con sólo cuatro días de diferencia; pero Chaplin llegó antes, sufrió penurias en la infancia antes, llegó a la fama antes, fue venerado por multitudes antes; incluso en Berlín, un 17 de Marzo de 1931, nadie había sido recibido con tanto entusiasmo nunca antes en la capital germana; y sobre todo, el bigote fue suyo mucho antes.


Cartel americano y alemán.

     En la mayoría de estudios realizados en la comparativa de ambas figuras, Chaplin es el que remeda o imita a Hitler, evidentemente debido a la coincidencia a partir del estreno de El Gran Dictador en 1940; sin embargo, ¿no sería Hitler quien comenzó remedando a Chaplin años atrás?; al menos, por lo que le tocaba como cómico de la exageración, como tremendista, como exacerbado personaje acaparador de multitudes en la gran pantalla, como demostraría al mundo a través del talento de la realizadora germana Leni Riefenstahl en los documentales propagandísticos al servicio del partido nazi, como El triunfo de la voluntad (1934) y Olympia (1938), entre otros.
Como decía, Chaplin alcanzó la fama mucho antes de que Hitler tan siquiera hubiera ido a la Guerra.

     En 1914, Chaplin presentaba por primera vez su personaje del pequeño vagabundo que en cuestión de meses sería conocido entre multitudes de todo el mundo; fue de forma espontánea, con vestimentas prestadas de cómicos colegas de compañía como Fatty Arbuckle, de quién tomaría prestados los famosos pantalones; fue en Kid Auto races at Venice, y el primitivo personaje distaría mucho del que protagonizaría sus largometrajes durante los años 20; era un personaje chulesco, acaparador y oportunista; rasgos que nunca dejaría de poseer por completo, pero que sin embargo, se relajarían a favor de signos mucho más emotivos, más cercanos.

     Ese mismo año, 1914, Hitler era fotografiado en Munich, entre otra multitud que atendía enfervorizada a la proclamación de la Primera Guerra Mundial. Ese año Hitler era un joven frustrado artística y militarmente, que había sido rechazado tanto por sus cualidades como pintor como en las de su primer intento de ingreso en el servicio militar, por su complexión débil para el uso de las armas. Tras la muerte de su madre en 1908 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, Hitler experimentó la miseria y la indigencia.

     En ese punto pues, 1914, uno de muchos entre ambas figuras, se encontraban por primera vez el personaje de ficción y el personaje real, Charlot y Hitler. Cabe recordar que el propio Chaplin, habría experimentado las mismas sensaciones de miseria en los barrios londinenses que tan fielmente escenificó en sus comedias; todo ello, unido a la enfermedad mental de su madre y la necesidad de emigrar a los Estados Unidos para trabajar en la compañía Keystone junto a su hermano Sidney. Al igual que Hitler, los años comprendidos entre 1910 y 1914, fueron realmente duros. ¿Cuál es el germen, pues, de naturalezas humanas tan dispares entre sí? Es uno de los casos más dignos de estudio que yo conozca. La infancia de Chaplin fue inclusive mas dura que la del futuro dictador. No hay ninguna clave; el germen es el propio ser y los acontecimientos sólo disparan sus actos. Seres cuyo activismo, en el caso de Hitler y Chaplin, fue diametralmente opuesto; antagónico.

     Entonces, ¿Quién fue el primero? ¿Quién imitó primero a quién? Evidentemente, Hitler a Chaplin. Pero como decía, tal vez de forma simplemente tangencial. De forma natural Hitler se convertía en ese ser oportunista, protagonista y acaparador, como el Charlot que se presentaba en Kid auto races at Venice en 1914. Hitler, como buen admirador del progreso y de las artes, reconocía en el arte cinematográfico unos de los mayores logros de inicio de siglo. Es sabido que fue un gran admirador del cine americano, y que incluso cuido y decoró los exteriores del cine reservado para los soldados durante su estancia militar. Es muy probable, por lo tanto, que conociese de sobra al artista cinematográfico más mediático de la industria americana. Ávido de protagonismo, y ya en las ciernes de su propio personaje a interpretar, es evidente que Hitler no dudaría en influenciarse de todo aquel que llegara a las masas. En su primera incursión de promoción política mediante el cinematógrafo, el Hitler orador en plena etapa silente, asumía un ridículo personaje exagerado, de gestos altivos y casi expresionistas; parecía sacado de un sainete chaplinesco. Tuvo que llegar el montaje de atracciones de Eisenstein, el cine sonoro y Leni Riefenstahl. Entonces sí, el mundo empezó a tomar en serio a la propaganda que llegaba de Alemania, al partido Nazi, a Hitler, y a su poder de oratoria y embriaguez colectiva.

     Por aquel entonces, en 1931, Chaplin viajó a Berlín y fue recibido por la multitud como nunca antes recordaba nadie en Alemania. Su personaje, el pequeño vagabundo, era uno de los más queridos en el mundo; un ridículo personaje, con un pequeño bigote, gesticulante, orgulloso, e incluso afeminado. Dos años después, en 1933, la realidad superaba a la ficción, y un personaje calcado en las formas volvía a ser aclamado por unas masas enfervorizadas.

     Siete años más tarde, el personaje de ficción se atrevía a plantar cara al dictador real. En El Gran Dictador, el cine reclamaba su derecho de propaganda al servicio de la Humanidad, en Guerra contra el horror y la barbarie, con el arma más poderosa, la comedia y la Sátira; Sátira con mayúsculas, en manos del único ser capaz de frenar eternamente al icono del terror. Antagonistas de nacimiento, Chaplin contra Hitler, el discurso humanista contra el discurso del terror.

     El Gran Dictador, cuyo rodaje comenzó tan sólo un día después de la Declaración de la Segunda Guerra Mundial, el 5 de Septiembre de 1939, se convertiría en la producción mas controvertida del momento. Es difícil entender como la cobarde industria americana, caracterizada por evadir alusiones y tomar partido, daba el visto bueno a la atrevida producción de Chaplin. Sólo un par de años atrás, por ejemplo, habían producido Bloqueo (Blockade, 1938), con Henry Fonda, dirigida por William Dieterle y ambientada en la presente Guerra Civil Española y, sin embargo, sin una sola referencia política a Franco, ni al frente nacional o republicano. Al parecer, se dice que Chaplin tuvo el beneplácito del presidente Roosevelt, quien tras el acoso de los más conservadores –desde hacia un tiempo y continuaría hasta la expulsión definitiva de Chaplin en el periodo del McCarthismo y la caza de brujas- le aseguró a Chaplin el estreno del film. Sin embargo, cabe recordar que la industria americana estaba regida principalmente por un sector judío. No sería de extrañar, que ante la propuesta de Chaplin, la propia industria americana alentara –de forma bastante cobarde- a su propio conejillo de indias, un entusiasmado y activista Charlie Chaplin.


Cartelería internacional.

     Chaplin siempre vivió en su mundo, alejado del resto de producciones, rodeado de sus más acérrimos colaboradores y a su ritmo artístico. En 1936, todavía realizaba su última película muda, Tiempos Modernos (Modern Times), y se mostraba como auténtico activista transgresor de los recientes cambios sociales, la industrialización y la cadena de montaje. Arremetía contra Henry Ford, primero de sus objetivos satíricos en su nueva etapa. Muy orgulloso, Chaplin, despreciaba a quienes lo tildaban de anclado artísticamente mostrando su faceta mas actualizada socialmente en sus recientes películas. Tanto es así, que tras la sátira al progreso mecanizado, llegaba su sátira política de los vertiginosos acontecimientos de finales de los 30. Chaplin conocía la repulsión que causaba entre los conservadores americanos y, sobre todo, entre el fascismo que llegaba a América desde Europa; tanto es así, que nadie dudaba de su origen judío. Algo que Chaplin nunca desmintió, aunque era bastante improbable que lo fuera. Sin embargo, entre los orígenes étnicos de Chaplin si se encontraba el Romaní, por parte de su madre. La gran empatía que Chaplin sentía contra los movimientos antisemitas, era pues reforzada por su herencia étnica maternal. Tras conocer los horrores que estaban sucediendo en Europa, Chaplin no dudó en plasmar en pantalla, algo que estoy seguro rumiaba desde hacía bastante tiempo, satirizar al dictador alemán. El dictador era él; idéntico; Chaplin debió entender que ningún otro cómico podría ser capaz de hacerle frente como por naturaleza el debía ser capaz de hacerlo. Sólo tras el estreno del film, y sobre todo, tras el pacto germano-soviético, Chaplin reconoció haber sentido miedo. Sin embargo, la película se estrenó y se distribuyó con normalidad, hasta las evidentes prohibiciones; en España, por ejemplo, se estrenó ni más ni menos que 36 años después, en 1976.

     El Gran Dictador contiene varias de las escenas más memorables de la Filmografía de Charles Chaplin. En su primera incursión en el cine hablado, que no sonoro –primera, sin tener en cuenta los contados planos en Tiempos Modernos, formalmente perteneciente al periodo silente-, Chaplin demuestra con creces su versatilidad con los diálogos. Durante toda la década de los 30, Chaplin había sido duramente criticado por su oposición al cine sonoro, con intentos intimidatorios y acusaciones de falta de limitación creativa ante la interpretación hablada; algo que Chaplin demostraría con creces, callando muchas voces.


     El Gran Dictador comienza situando la Gran Guerra en 1918 con la presentación del conocido personaje del vagabundo, esta vez como el soldado en el frente de Tomania, y más tarde el tranquilo y amnésico barbero judío. Chaplin, que ya había parodiado la Primera Guerra Mundial con la exquisita Armas al hombro (Shoulder Arms, 1918), presenta en esta primera secuencia, todavía resentida de su periodo silente, una notable inexperiencia en el ritmo sonoro; sin embargo, tras ver literalmente “defecar” al Gran Bertha –el arma del ejército de tierra más potente de Tomania- en su propio campo, asistimos a un pulido sentido de la sugestión cómica, resultado de más de 25 años de carrera cinematográfica. Pronto escuchamos tímidamente la voz del pequeño personaje, familiarizándonos con un nuevo modelo de cine por parte del genial Chaplin.

     Las secuencias en el Ghetto judío son alternadas por las secuencias del dictador de la ficticia Tomania, las más geniales de toda la película; la interpretación de Chaplin como Hynkel es soberbia, callando todas las bocas alzadas durante tanto tiempo contra la capacidad de reinvención del cineasta británico. Pero, Chaplin siempre iba más lejos, como en la secuencia del discurso del dictador Tomano, Hynkel, imitando el acento alemán desde el propio idioma anglosajón, en una escena con unos pocos insertos de montaje, simplemente memorable. Chaplin parecía sentirse como pez en el agua en el personaje del dictador, que controlaba a la perfección; como en otra memorable escena en la maravillosa danza con el globo terráqueo; o las divertidísimas escenas junto al personaje de Napaloni, dictador de Bacteria, genialmente interpretado por Jack Oackie, en otra ácida sátira de Benito Mussolini y el partido fascista.

     Sin embargo, tal vez, la escena mas recordada es la del discurso final. Uno de los discursos mas emotivos de la Historia del Cine. No es el barbero judío ni el dictador Hynkel; esta vez el propio Chaplin siente la necesidad de hacer acto de omnipresencia en su particular film, y él mismo recita el discurso en primer plano, mirada perdida, y una profunda emoción. Con el recordado discurso humanista del final de El Gran Dictador, Chaplin estremeció el corazón de millones de personas y consiguió alentar esperanza en un mundo acosado por el terror, cuya Segunda Guerra Mundial acababa de comenzar.

     No hay una ocasión parecida en toda la Historia del Cine comparable a esta escena final, única de un ser humano inigualable, un artista nunca superado.

     Hoy día, la visión de su contexto puede considerarse ingenua en su fondo, pero hay que tener en cuenta que en el momento de su realización no se tenía constancia de la inmensidad de la barbarie nazi. De hecho, el propio Chaplin afirmó que de haber conocido el horror y el genocidio que estaba sucediendo, no habría realizado la película.


     El Gran Dictador
, estuvo notablemente influenciada por la dirección realista-poética que estaba adquiriendo el cine europeo, más concretamente el cine francés; en la obra de cineastas como Jean Renoir, con una obra clave a finales de los 30, La Gran Ilusión (La Grande Illusion, 1937) de profundos tintes pacifistas y humanistas en clave poética, y otros cineastas como Jean Vigo, Marcel Carné o René Clair; este último incluso había demandado al propio Chaplin por un supuesto plagio de su obra Viva la Libertad (Á Nous la Liberté, 1931) en la realización del guión de Tiempos Modernos; asi pues, la evidencia de la influencia de la corriente francesa es más que remarcable.

     Por otra parte, la influencia de Chaplin, y especialmente, El Gran Dictador en otras corrientes europeas de postguerra es de mayores proporciones si cabe. Me refiero al Neorrealismo Italiano, una forma de entender el cine indiscutiblemente influenciada por la obra de Chaplin, en la obra de cineastas como Rossellini o De Sica. Incluso la obra musical de Chaplin en El Gran Dictador recuerda a las primeras bandas sonoras italianas neorrealistas de los 40.
La influencia del cine de Chaplin continua siendo de vital importancia en los cineastas contempóraneos más humanistas y constituye un legado histórico de valor incalculable.

     Hoy, 70 años y 3 meses después del estreno de El Gran Dictador en Nueva York, La Filmoteca de Sant Joan recuerda en su primer ciclo temático en Enero de 2011, dedicado a La Sátira en Guerra, aquel personaje interpretado por Charles Chaplin en El Gran Dictador, Hynkel, dictador de una Tomania de cualquier lugar, que continua su parodia en el tiempo, cada vez con más terreno ganado. Los actuales ridículos personajes en el ámbito político, en todas las partes del mundo, nos recuerdan que la parodia es necesaria, la sátira política es necesaria; pues, nos recuerda que ciertas aptitudes se repiten sin remisión. Recordar el trabajo de seres humanos como Charles Chaplin nos ayuda hoy a recordar que se puede hacer frente al horror, con uno de los gestos humanos más características y necesarios, el sentido del humor y la comedia.

Javier Ballesteros.

Discurso final de El Gran Dictador.


Lo siento.

Pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni ayudar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas.

Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco.

Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura.

Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.

Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oirme, les digo: no deseperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de homres que temen seguir el camino del progreso humano.

El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.

Soldados.

No os entreguéis a eso que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir.

Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina.

Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo lo que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.

Soldados.

No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capítulo 17 de San Lucas se lee: "El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres..." Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravilosa aventura.

En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.

Luchemos por el mundo de la razón.

Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.

Soldados.

En nombre de la democracia, debemos unirnos todos.

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Encontrado nuevo fotograma de El Gran Dictador.
 
Taberna Beer Garden, plano general. La cámara capta a Hynkel de espaldas, sentado encima de un barril. Las manos en el aire, está pontificando frente al gordo y tontorrón Herring, que será su ministro de Guerra, y a Garbitsch, afilado futuro titular de Propaganda. De repente, Hinkel se levanta. La cámara Dolly se acerca a sus nalgas, donde la madera ha dejado impresa la marca de la cerveza, dos pequeñas cruces. Él se mira y exclama entusiasta: "¡Qué bonita imagen para representar mi Imperio!".
Enlace con la noticia del 10/07/2011 pinchado aquí.
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