«Hay una falta de valorización de las niñas y mujeres jóvenes, y en ese contexto vemos que sus cuerpos son percibidos como espacios que cualquiera puede vulnerar.»
Emma Puig (Asesora de Género e Inclusión para América Latina y el Caribe de Plan International).
Paulina (Dolores Fonzi) abandona un futuro prometedor como abogada para enseñar política a los adolescentes de una provincia rural de Argentina. Frente a esta decisión, el disgusto de su padre Fernando se convierte en mayúsculo. Lo ideal a ojos de su progenitor es que ella continúe su carrera y termine su doctorado.
En esta parábola sobre la violencia sistémica del guionista y director argentino Santiago Mitre, Paulina persigue sus ideales con un entusiasmo casi patológico, viviendo una experiencia que sirve como exploración psicológica del idealismo político. Las acciones de la protagonista, impregnadas de una actuación feroz por parte de Fonzi, juegan al desconcierto con los personajes que la rodean, de modo que cada espectador empatiza de una manera dependiendo de su interpretación de la película.
Si el debut como director de Mitre en 2011, "El estudiante", usaba con brillantez las relaciones estudiantiles en la Universidad en Buenos Aires para hacer un comentario sobre los acuerdos políticos en Argentina, Paulina busca inspiración en la película de 1960 "La Patota", igualmente alegórica y densa.
Este remake contemporáneo del clásico argentino contempla la repercusión de un asalto sexual con una complejidad que se extiende más allá de la víctima, de su familia y amigos, de los violadores, de los testigos e incluso del propio sistema de justicia. El eje principal de la película es una interpretación poderosamente interiorizada de Dolores Fonzi que trata permanentemente de evitar dar respuestas directas, en favor de cuestionar todo lo que observa. Si bien algunos pueden encontrar cierto distanciamiento en relación con la brutalidad del evento central de la trama, la película toma en consideración a una mujer que sopesa la experiencia de la violación como una agresión a sus convicciones sociales.
El enfoque sombrío del material limitará la aprobación de la audiencia, pero eso no quita que Paulina destaque por la madurez del estilo natural de Mitre, o la precisión del director de fotografía Gustavo Biazzi, que examina cada pensamiento que pasa por el rostro de la protagonista, siendo la gran mayoría de ellos ilegibles. También el co-guionista Mariano Llinas, abre una ventana que conduce al aprendizaje, teniendo en cuenta los resultados de un conflicto ideológico puesto a prueba por la violencia.
Cartelería internacional de Paulina.
¿Cómo debe situarse una mujer en relación a la violencia que la rodea? ¿Hay alguna diferencia si ella ya ha experimentado la violencia? ¿Cuál es la respuesta adecuada y qué debe priorizarse? Estas son algunas de las preguntas planteadas por el remake de Santiago Mitre del clásico de Daniel Tinayre.
La película comienza con una toma única en la que incurren Paulina (Fonzi) y su padre, el juez Fernando, interpretado por Oscar Martínez. La dualidad manifiesta que forman ambos personajes, convierte cada secuencia en la que discuten en una olla a presión.
Ella ve el trabajo como una oportunidad de hacer algo diferente por las personas más necesitadas, mientras que él considera que su hija está desaprovechando su elevada cualificación como abogada. Los continuos reproches del padre desde, no pueden hacer nada por parar a Paulina, que desea con firmeza dar clases en una aldea remota y empobrecida, cercana a la frontera entre Paraguay y Brasil.
Su llegada a la pequeña ciudad donde debe enseñar, introduce al espectador en un área brutalizada por la deforestación. Se contempla un territorio hostil para la educación desde los primeros pasos de la protagonista hacia su nuevo puesto de trabajo: los estudiantes no son receptivos y optan por salir del aula en lugar de participar en un debate filosófico sobre la libertad de elección, eligiendo la acción antes que la retórica con la que Paulina expone sus ideales.
Las clases se cancelan con frecuencia y sus estudiantes se desconectan constantemente. La cruda realidad es tan decepcionante que Paulina busca consuelo en la amistad de su compañera de trabajo Laura (Laura López Moyano).
El enfoque de la situación durante las clases de Paulina recuerda ligeramente a "La clase" de Laurent Cantet. Su metodología y su política educativa se basa en ilustrar que, como empleada del estado, es ella la que trabaja para los estudiantes y no a la inversa. Al principio de las clases, hablando de democracia, Paulina pregunta a sus estudiantes "¿Quién tiene el poder?" Mientras ella recompone su vida, es una pregunta a la que la película sigue volviendo.
Después de unas escenas de Paulina en un ambiente muy distendido junto su compañera y confidente Laura, la película se retrotrae para mostrar la historia de Ciro (Cristian Salguero), un trabajador de un aserradero que se siente humillado por el rechazo de su ex novia Vivi (Andrea Quattrocchi).
Ciro, el único miembro de "la patota" que no va a clase, está tremendamente resentido por el abandono de su ex-novia.
Tras la velada en casa de Laura y unas cuantas botellas de vino, Paulina regresa a casa en una moto prestada y es atacada y violada por una pandilla de muchachos locales (La patota, título original de la película, hace referencia a un término coloquial empleado en el Cono Sur para definir a las pandillas de gamberros). Ciro viola a Paulina en una secuencia muy turbia, en la que Mitre, al retratar el asalto y la violencia sexual, decide no recrearse con la cámara y utilizar una iluminación tan natural que oscurece todo cuanto sucede.
El enfoque de la película no está en la violación en sí, y no está en el sufrimiento de Paulina. Ella hace todo lo que se le dice a las víctimas que hagan, excepto sufrir un colapso emocional. Esta diferencia la distingue y la convierte en un personaje desafiante ante lo que los demás esperan de ella. Al continuar existiendo con normalidad, su respuesta resulta devastadora para quienes intentan ejercer una influencia sobre ella.
Con su enfoque cambiante y diversos flashbacks, la película desarrolla una revisión compleja de las acciones y motivaciones de varios de sus personajes. Junto con escenas en las que ella relata lo ocurrido, la terrible experiencia de Paulina también se representa a través de los ojos de su violador Ciro. También vemos la incapacidad de Fernando para comprender la respuesta gélida de su hija a un ataque que siempre presenta graves consecuencias emocionales en las víctimas. Por parte de Fernando, los intentos de tomar el control a través del novio de Paulina (Esteban Lamothe) y del sistema legal se convierten en una frustración continua.
Tras el régimen de preguntas humillantes, exámenes médicos y medicamentos antirretrovirales, Paulina, que no llegó a ver con claridad a sus atacantes, no deja que su recuperación la impida cumplir con su cometido: la enseñanza. Su regreso a la escuela, incluso sospechando que algunos de sus propios estudiantes pueden haber sido responsables del crimen, descoloca a propios y a extraños.
La actuación de Fonzi está perfectamente equilibrada; transmite capacidad de control sobre sí misma, sabiendo actuar en cada situación, y convenciéndonos de la cordura de su personaje sin perder de vista su fortaleza interior.
La insistencia en el trauma psicológico de Paulina al tiempo que se produce un efecto de distanciamiento de los puntos de vista es inquietante, lo que dificulta una respuesta convencional o empática hacia el personaje. Aunque Paulina está casi constantemente en pantalla, sigue siendo inescrutable, y Dolores Fonzi logra establecer una presencia magnética en pantalla, incluso a pesar de su impenetrabilidad.
Paulina es una película dura, pero la seriedad de sus propósitos y el desapego por el melodrama banal la diferencian de otros dramas sociales más convencionales.
Aunque la oposición del firme idealismo de Paulina con el conservadurismo comparativo de su padre es un poco chocante, ayuda a explicar una serie de reacciones comunes a la violación. Si la respuesta 'correcta' al ataque sería que Paulina denuncie a sus agresores y someta su cuerpo a estructuras ideológicas establecidas (su padre, su novio, médicos, consejeros o la policía), su negativa a hacerlo se convierte en un acto radical y antisistema. La libertad de elección que defiende a lo largo del relato debe ser absoluta, y no quedarse en el plano teórico.
Cuando Paulina se aísla de su entorno, Mitre está creando una distancia emocional con la audiencia, empujándonos hacia una comprensión más compleja del comportamiento de su protagonista que no se quede en un sentimiento primario de lástima, rabia o compasión. Bordeando una resolución satisfactoria, la película ofrece examina la condición humana como lugar de conflicto político; De la política hecha personal, y de los ideales llevados al extremo.
Santiago Mitre demuestra un estilo realista, cotidiano e influenciado por las injusticias de su contexto socio-económico, de similitud con otros miembros del nuevo cine argentino como Pablo Trapero. Según una nota del director, Mitre estaba interesado en sustituir la dimensión religiosa de la película original por las convicciones políticas, y esta apuesta genera una confusión muy afilada y una serie de dilemas éticos propios de otras películas de autor contemporáneas.
La película participó en la 68ª edición del festival de Cannes donde ganó el premio principal de la semana de la crítica y el premio FIPRESCI de la crítica internacional.2 También fue galardonada en el Festival de San Sebastián donde obtuvo los premios principales de su sección El Gran Premio Horizontes Latinos, el Premio EZAE de la Juventud, y el Premio Otra Mirada.
En conclusión, Paulina entiende que sus atacantes forman parte de un círculo de violencia estructural que va más allá de las propias experiencias individuales. Su desconfianza en un sistema de justicia "que no quiere la verdad, solo a los culpables", hace que se identifique la postura del padre como antagónica, frente a un ejercicio crítico de Paulina que no tiene porque ser comprendido, pero al menos si respetado. Paulina muestra que las víctimas también están capacitadas para establecer sus propias conclusiones, incluso cuando sufren la peor de las vejaciones.
Toni Cristóbal