“En una era de depresiones y guerras, traté de ayudar a las personas a escapar de toda la miseria. . . ocupando sus mentes con otra cosa. Quería hacer feliz a la gente, aunque solo fuera por una hora ".
Busby Berkeley.
La calle 42 (42nd Street, 1933) de Lloyd Bacon es un icónico musical producido en plena era de la Gran depresión y protagonizado por estrellas de la época como Ruby Keeler o Dick Powell. Se trata de un musical revivido constantemente en Broadway y en giras nacionales de EEUU, lo que confirma su popularidad entre el público de varias generaciones.
Tras el estreno el 9 de marzo de 1933 en el Teatro Strand, fue una de las películas más rentables del año en taquilla y se podría decir que salvó la película musical. En este punto, los musicales estaban vistos como un producto moribundo. Los primeros musicales sufrieron severas limitaciones por un uso de la cámara irregular y una mala puesta en escena, lo que llevó a enormes pérdidas financieras para los estudios.
Basada libremente en una novela homónima de Bradford Ropes, La calle 42 (42nd Street, 1933) fue un remake no oficial de la anterior "On With the Show" (1929) de Alan Crosland, y contiene todos los personajes típicos de una historia entre bastidores que aportó una atmósfera repleta de honestidad y júbilo. Aunque hoy se la conoce más como una película estadounidense pre-code, brilla como un musical backstage definitorio, basándose en una novela que apareció tan solo un año antes, con un guión escrito por Rian James, James Seymour y Whitney Bolton. Reimaginada como musical, la película de Lloyd Bacon presentó canciones con música de Harry Warren y letras de Al Dubin.
La calle 42 cuenta la historia de dos productores de Broadway durante la Gran Depresión, Jones (Robert McWade) y Barry (Ned Sparks), quienes están preparando un musical llamado Pretty Lady, protagonizado por la actriz Dorothy Brock (Bebe Daniels). Con George Brent haciendo de su amante, Bebe Daniels es la clásica estrella de la función que se lesiona y se ve obligada a ceder su puesto. Dick Powell es Billy Lawlor, un cantante eufórico y sonriente, mientras que Lorraine Fleming (Una Merkel) y Ann “Anytime Annie” Lowell (Ginger Rogers) son las dos coristas que finalmente se unen a la protagonista Peggy Sawyer (Ruby Keeler). Julian Marsh (Warner Baxter) tiene la tarea de dirigir el espectáculo, aunque su médico le advierte que su vida corre peligro si acepta las demandas de hacer otro programa. Aunque Julián es un director exitoso, no tiene un céntimo debido a la caída de la Bolsa de Valores de 1929; esto le motiva a convertir Pretty Lady en un éxito masivo. Si tiene éxito, podrá retirarse de su profesión cómodamente, o morir en el intento.
La película transmite todo el agobio de los castings en una época en la que la carrera de los artistas era una huída hacia delante para alejarse del hambre. La selección de intérpretes para Pretty Lady comienza y el escenario se llena de mujeres que buscan asegurarse un papel en la última producción de Jones y Barry. Casi de inmediato, las bromas ingeniosas y el diálogo irónico despegan para quitar hierro al asunto y hacer saber al espectador que está ante una comedia.
Peggy Sawyer (Ruby Keeler), inocente e inexperta, llega de su ciudad natal de Allentown, Pensilvania, para encontrar trabajo como actriz. Mientras que es motivo de burla, engaño e ignorancia, llega el momento en el que Lorraine Fleming y Ann "Anytime Annie" Lowell deciden guiar a la protagonista en el cumplimiento de todos sus propósitos. La película se presentó como un romance de Ruby Keeler con Dick Powell, aunque la novela inicial en la que se basó la película requería que Julian y Billy fueran amantes. Como las relaciones homosexuales eran inaceptables en las películas de ese momento, los guionistas reemplazaron dicha relación con un romance entre Billy y Peggy. Keeler y Powell trabajaron en exceso tanto dentro como fuera de la pantalla, y posteriormente protagonizaron seis películas más juntos.
El que en principio iba a ser el director de la película, Mervin Leroy, tuvo que declinar el puesto tras enfermar. Fue reemplazado por Lloyd Bacon, un director menos ambicioso y exitoso, pero que tenía un buen sentido del ritmo como ya demostró dirigiendo ese mismo año el musical protagonizado por James Cagney, Footlight parade (Desfile de candilejas).
Las canciones de Warren y Dubin brillan en este musical, con "Shuffle Off to Buffalo", "Young and Healthy" y "42nd Street" recibiendo especial atención y tratadas como himnos dentro y fuera del género. Las innovadoras coreografías de Busby Berkeley hacen que sean aún más vivaces. En total, hay cinco números musicales clave en la película: “You’re Getting to Be a Habit With Me,” “It Must Be June,” “Shuffle Off to Buffalo,” “Young and Healthy,” and “42nd Street.”
Con un gran presupuesto y las mejores instalaciones técnicas a su disposición, el coreógrafo encargado de la película, Busby Berkeley, abrumó al público con sus diseños geométricos y una visión llamativa, sensual y de rutinas de baile portentosas. Al ver el nombre de "Busby Berkeley" brillar entre los títulos de crédito de una película, uno ya tiene la seguridad de que va a asistir a una obra llena de ritmo, bailes multitudinarios y unas piezas musicales de lo más ingenioso. Siendo uno de los coreógrafos más destacados de su época, el trabajo de Berkeley definió el musical de los años treinta.
Las coreografías de Busby Berkeley eran el resultado de unas composiciones de baile complejas, mostradas a través de planos tan sublimes como intrincados.
Berkeley convirtió el musical estadounidense en un deleite escapista para una nación de espectadores que soñaban con sus espectáculos, y queda claro que gracias a Warner pudo desarrollar la grandiosidad de sus coreografías, empleando a decenas de bailarinas en espectaculares movimientos rítmicos, que además se veían acompañados por unos ángulos de cámara igualmente originales y atrevidos, conformando así una obra tremendamente sugestiva.
Junto a La calle 42, Berkeley también es recordado por otros musicales de la época como la mencionada Footlight Parade y Gold Diggers of 1933 (Vampiresas 1933). El estilo de Berkeley se podría definir como pre-MTV y define a la perfección el cine musical pre-code realizado durante la Gran Depresión.
Sus abundantes números empleaban a multitud de extras dentro de unos patrones de diseño caleidoscópico, con abundantes muestras de sensualidad femenina disolviéndose en formas de estrella, fruta, explosiones, hojas de nenúfares o copos de nieve.
Sin embargo, no solo la coreografía hizo que los números de baile de Berkeley fueran emocionantes. Sus secuencias se filmaban de manera impecable y eran el producto de todo tipo de inventos que permitían una mayor movilidad de las cámaras, con planos que iban desde una perspectiva cenital hasta el ras del suelo. En su búsqueda del enfoque correcto, Berkeley llegaba a hacer agujeros en el escenario o a través de los techos.
Por supuesto, el estilo de Berkeley era tildado de erótico, y sus tiros de cámara o sus planos en movimiento tenían por aquel entonces la consideración representativa del acto sexual. Estas evidencias se produjeron más en su etapa con Warner que con la mayoría de las películas que hizo más tarde en MGM.
En cuanto a Ruby Keeler, en la década de los 30, protagonizó una serie de musicales que se han convertido en clásicos, y en casi todos ellos solía interpretar a una chica de carácter dulce, elegida en el último momento para reemplazar a una estrella temperamental e inestable.
Keeler hizo solo 12 películas, y nunca fue capaz de perfeccionar un estilo de baile más bien torpe, de línea principiante, pero que compensaba siendo extremadamente agradable ante la cámara. El carisma de Keeler estaba más ligado a su apariencia ordinaria, y el hecho de que no era excesivamente glamurosa, en combinación con una mezcla muy potente de ingenuidad y ambición, hacía que el público se identificara con ella de inmediato.
Aunque el reparto incluye muchos nombres notables, La calle 42 ha destacado más por ser el debut cinematográfico de Ruby Keeler.
La película encarna las contradicciones ideológicas inherentes al sueño americano durante la Gran depresión. Por ello el personaje de Peggy, se ve recompensado no solo por el trabajo duro, sino también por el destino, y las audiencias de la época estaban ansiosas por ver historias de éxito que transcurrieran de la noche a la mañana.
La Calle 42 es una de las primeras películas en usar una narrativa entre bastidores perfectamente reconocible. Estructuralmente, los números musicales y de baile se reparten entre una primera parte de ensayos y preparación, que sirve de aperitivo para las tres grandes actuaciones concentradas hacia el final del metraje.
Como obra de teatro musical, La calle 42 se estrenó en 1980 en el Winter Garden Theatre en Nueva York, y siguió en cartelera hasta 1989 en varios teatros de forma ininterrumpida. La obra ganó los premios Tony a su coreografía y mejor musical.
En 2001 la obra volvió para ser estrenada en el Ford Center, que se encuentra precisamente en la Calle 42 de Manhattan. Cerró en 2005 tras 1556 funciones y ganó los Tonys a mejor actriz en un musical, y mejor reposición de un musical.
Los fanáticos de los musicales tienen una deuda con los innovadores medios de narración de 42nd Street, que sirvieron para renovar el interés en el musical de Hollywood. Además, la coreografía de Berkeley hizo que el musical de Hollywood se convirtiera en un arte más cautivador a través del perfecto posicionamiento de los bailarines y el exquisito trabajo de cámara.
La superación de los encasillamientos vigentes era algo necesario para el género en aquel momento, teniendo en cuenta la masificación de obras desarrolladas en espacios muy poco aprovechados desde un punto de vista cinematográfico. Figuras como Lloyd Bacon y Busby Berkeley fueron más allá de los simples catálogos de números teatrales. Con sus avances a nivel narrativo y técnico, lograron crear una nueva ola de los musicales que se ha mentido como una referencia dentro de la industria del entretenimiento hasta nuestros días. Después de todo, los aficionados al cine siguen discutiendo sus imaginativas y fascinantes coreografía 86 años después.
Toni Cristóbal