El hombre mosca de Fred C. Newmeyer y Sam Taylor


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Debía ser el típico joven americano medio, y hacer frente a los obstáculos y problemas desde un punto de vista optimista y en tono de comedia. Mi humor nunca fue cruel o cínico. Simplemente agarraba la vida y le daba un codazo de diversión. Lo hacíamos de manera que todo el mundo lo entendiera, sin las barreras del lenguaje. Parece que también hemos conquistado las barreras del tiempo.»

Harold Lloyd.

«El personaje de Lloyd era bastante diferente al de Chaplin y al mío. El interpretaba a un niño de mamá, que sorprendía continuamente a todos, incluyéndome a mí, triunfando sobre una situación imposible y demostrando con puños y respingos el coraje de un león. A menudo Lloyd parecía más un acróbata que un cómico. Pero fuera lo que fuese en la pantalla, siempre lo hacía mucho mejor que muy bien.»

Buster Keaton.



A Harold Lloyd se le considera el tercero en el pódium de los grandes cómicos de la era silente del cine americano. Muchos otros actores dedicados a la comedia eclosionaron en los felices años 20, una época de bonanza económica que abarcó el período de entre guerras y que se caracterizó por ser el comienzo de la liberación femenina, la adopción del sistema productivo implantado por Ford, la era del Jazz y el establecimiento del cine como entretenimiento de masas. Esta época está considerada como la edad de oro del cine mudo y comprende desde 1915 con El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation) de D.W. Griffith, hasta un par de años después de haber sido inventado el cine sonoro con El cantor de Jazz (The Jazz Singer, 1927) de Alan Crosland. El arte de la interpretación gestual encontró su cúspide durante este período. Los genios del vodevil, el music-hall y espectáculos de variedades de todo el mundo hicieron las maletas con destino a los Estados Unidos. El jovial público de entre guerras encumbró a los altares de la meca del celuloide a estos cómicos. En un principio, se vieron relegados a la realización de cortometrajes y conforme la demanda del público fue creciendo, las tramas pasaron de ser meros gags a historias más elaboradas, con ellas consiguieron competir en igualdad de condiciones que el resto de géneros. El Star System —sistema de producción rentabilizado con el rostro del actor o actriz protagonista— convirtió a estos actores en verdaderos gurús de este periodo. Charles Chaplin y Buster Keaton tal vez tengan hoy en día un mayor reconocimiento, pero fue Harold Lloyd el favorito del espectador de su época. Charles Chaplin llegó a ser el hombre más famoso del mundo en su tiempo, pero se vio salpicado por la persecución de comunistas de la era McCarthy, y Buster Keaton fue un genio sin parangón, pero la crítica y sus erróneas decisiones profesionales le condujeron a desaparecer prontamente. Estas circunstancias llevaron a Harold Lloyd a ser el actor mejor pagado de su época. Los tres realizaron un tipo de comedia muy visual y caricaturesca propia del cine mudo: el slapstick. Este género cómico, que traducido del inglés viene a significar bufonada o payasada, se caracterizaba por estar repleto de acción, en el que destacaba la violencia física exagerada produciendo hilaridad al estar fuera de la ecuación el dolor o la tragedia fruto de esos golpes, caídas o accidentes. El asombro que causaban estas peripecias estaba fuera del alcance del sentido común y por lo tanto el público disfrutaba con las desgracias del protagonista, ya que siempre salía ileso de las situaciones más rimbombantes.


Cartelería internacional de El hombre mosca.


Harold Lloyd comenzó en el cine imitando descaradamente a Charles Chaplin con personajes que se le asemejaban bastante. Consiguió la fama con el vagabundo Lonesome Luke, un verdadero remedo de Charlot, que dirigido por el productor y director Hal Roach consiguió sobresalir en decenas de cortometrajes. Pero ser un simple calco a rebufo del gran Chaplin no entraba en los esquemas de Harold Lloyd y fue buscando su hueco en la industria hasta que dio con el personaje con el que se haría famoso. No fue hasta que configuró al joven de gafas de pasta redondas y sombrero panamá de paja, cuando definitivamente hizo enloquecer a los espectadores. El secreto fue que su personaje, llamado simplemente Harold, representaba al ciudadano normal, a cualquiera sentado en su butaca frente a la pantalla o al chico de la casa de al lado. Un joven simpático, de buen fondo, torpe, optimista, habitualmente de clase media, que para conseguir sus sueños o a la chica de sus desvelos se veía inmerso en mil y una dificultades (casi siempre con figuras autoritarias como policías, jefes, padres, suegros, futuros suegros, etc.). Para solventarlas no dudaba en pelear hasta el final y siempre acaba con la chica agarrada del brazo, aunque para ello tuviera que batirse a mamporros o protagonizar las más delirantes persecuciones. Este joven representaba el mito americano del hombre hecho a sí mismo, el cual, a través del esfuerzo y la perseverancia conseguía sus propósitos, es decir, el optimista sueño americano y el prototipo de triunfador. Sus andaduras se databan en los propios años 20, lo que hacía que la empatía con el espectador fuera mayor. Vista hoy en día, El hombre mosca (Safety Last!, 1923), dirigida por Fred C. Newmeyer y Sam Taylor, retrata perfectamente lo que podría ser un día normal en Los Ángeles. El Harold Lloyd actor y productor no distaba mucho de su creación y consiguió llegar a lo más alto aún siendo de orígenes humildes. Nacido en Nebraska, se compara su niñez con las creaciones de su escritor favorito, Mark Twain: Tom Sawyer y Huckleberry Finn. En cuanto a sus méritos para conseguirlo, siempre fue un prodigio atlético, su humor contenía un importante peso físico. Si el elemento base de la comedia era el gag, Harold Lloyd era la perfección del gag. Alcanzar algo semejante en la considerada como la más difícil de las artes interpretativas, es decir, la comedia, ya tiene una escala a la que muy pocos pudieron llegar. Para ello, fue uno de los primeros cineastas en contar con los test de audiencia. Sesiones previas y privadas realizadas antes del montaje definitivo que medían la reacción del público. De este modo, si un gag no era lo suficientemente gracioso se volvía a filmar de nuevo con algún cambio, se sustituía por otro o se eliminaba sin piedad. El gag solía crearse alrededor de una idea simple a la cual se le añadía posteriormente un breve guion. En cuanto los cortometrajes protagonizados por Lloyd, subieron de bobinas, es decir, de minutaje, y éste contrató a legiones de autores de gags con los que experimentaba hasta dar con la tecla.


De izquierda a derecha: Fred C. Newmeyer, el director, hace un cameo como conductor del coche que se presta a devolver a Harold al trabajo. En el centro junto a la actriz Mildred Davis, con la que se casaría tras la filmación de la película y con la que vivió toda su vida. Y a la derecha, Bill Strother, el verdadero hombre mosca contratado por Lloyd y que en la película se le ve cojear porque todavía no se había recuperado de una lesión. Lo acreditaron com "Bill, el Cojo".


En el caso de El hombre mosca la historia se amoldaba a lo establecido: un chico de pueblo que emigra a la gran ciudad para ganar dinero y casarse con su novia. Una aspiración de lo más lícita. La conquista de la chica como fin último constituía la mayoría de las historias que se venían rodando, pero fue el colofón final de El hombre mosca, el de la escalada, lo que grabó a fuego el nombre de su autor en la iconografía popular y en los libros de historia del séptimo arte. Además del slapstick, la comicidad radicaba en este filme en el equívoco. Continuamente Harold debía recurrir a la picardía para hacerse pasar por quien no era: un simple vendedor que engaña a su novia haciéndola pensar que era el director general de unos grandes almacenes, el mismo joven haciéndose pasar por un hombre mosca ante los paseantes expectantes, un maniquí que no lo es, una soga de patíbulo malinterpretada... Previamente a su filmación, Lloyd ya había experimentado con la sensación de vértigo y suspense en Look out below (1919) de Hal Roach y en La caza del zorro (Never Weaken, 1921) de Fred C. Newmeyer. En ambas, el protagonista hacía equilibrismo en un edificio en construcción saltando y cayendo de viga en viga. La cámara lo aislaba en el vacío, con las bulliciosas calles repletas de vehículos y transeúntes a una distancia de infarto. En Harold, el nuevo doctor (High and Dizzy, 1920) de Hal Roach, también se paseaba por la cornisa de un edificio. En el filme que nos ocupa, Lloyd buscaba repetir la fórmula mágica de suspense e hilaridad. La idea de El hombre mosca, título en español que hace referencia a los escaladores de edificios, se le ocurrió a Lloyd cuando paseando por una calle de Los Ángeles se topó con una gran multitud de personas congregadas para ver a una verdadera mosca humana escalar un edificio y comprobó la emoción con que los allí reunidos observaban. Su reacción y la del público fue tal que Lloyd pensó en llevar a la gran pantalla ese magnetismo causado por el peligro y la alegría resultante al superarlo. Al finalizar la ascensión, subió inmediatamente a la azotea y contrató al escalador, cuyo nombre era Bill Strother. En El hombre mosca, Strother iba a interpretar al compañero de piso de Harold; curiosamente antes de empezar el rodaje resbaló subiendo otro edificio y se rompió una pierna, y es por ello que saliese acreditado en el filme como Bill El Cojo, ya que todavía no se había recuperado totalmente de una pierna. La escalada volvió a ser replicada años más tarde en ¡Ay, que me caigo! (Feet First, 1930) de Clyde Bruckman, pero la estampa de Harold colgando de las agujas del reloj habría de eclipsar cualquier otro intento de emularlo. Pese a ser un actor consagrado, el empujón de El hombre mosca le llevó a rodar una serie de películas fabulosas entre las que destacan El tenorio tímido (Girl Shy, 1924), El estudiante novato (The Freshman, 1925), ¡Ay, mi madre! (For Heaven's Sake, 1926), Relámpago (Speedy, 1928) y la sonora Cinemanía (Movie Crazy, 1930). Sobresale por encima de ellas otra pequeña joya, El hermanito (The kid brother, 1927) dirigida por Ted Wilde, J.A. Howe y un incipiente Lewis Milestone, en la que su muchacho de gafas volvía a hacerse pasar por quien no era para conseguir la admiración de una bailarina ambulante.

La caterva de directores que acompañaban a Harold Lloyd en los títulos de créditos, al igual que les pasaba a los acreditados en las películas de Chaplin y Keaton, tenían que conformarse con la labor de hábiles técnicos y poco más, ya que las estrellas mantenían el control total sobre cada uno de los aspectos de la filmación. Por lo general, además de ser el actor principal, Lloyd también ejercía funciones de productor, guionista, montador, director o co-director. Él tomaba las decisiones vitales. Pocos fueron aquellos que consiguieron triunfar con sus carreras en solitario tras abandonar el cobijo de la gran estrella. Harold Lloyd contaba con un equipo artístico y técnico fijo, al que mantenía en nómina aunque no estuvieran trabajando. La actriz Mildred Davis, que aquí hace de novia de Harold, venía siendo su compañera de reparto desde hacía años y tras rodaje de El hombre mosca se casó con él y poco después se retiró de la actuación.

Durante muchísimo tiempo se pensó que Harold Lloyd había protagonizado la escalada final sin ningún tipo de truco. No fue hasta su muerte, en 1971, cuando se desveló la magistral forma en la que está rodada. El propio Lloyd reconoció que se utilizó a Strother para los planos generales y él hizo las partes más fáciles; en los primeros planos y planos medios se le ve siempre a él, sin transparencias y a mucha altura. Parte de esas proezas y acrobacias tomaron forma gracias a la técnica cinematográfica. En la azotea de un alto edificio se construyeron dos pisos más de falso edificio y la cámara se colocó de tal manera que se pudiese ver la calle de abajo. Debajo del actor se colocaron colchonetas a modo de protección en caso de caída. A pesar del truco visual consistente en la perspectiva forzada, la mayor o menor apertura del plano y la utilización de dobles, la escena no estaba carente de peligros y eran los planos del propio Lloyd los que lograban una mayor vertiginosidad en el público. El montaje de toda la secuencia es un ejemplo digno de estudio; ninguno de los aproximadamente 20 minutos de duración está de sobra, consiguiendo que la tensión aumente con cada nuevo peligro. A ello habría que apuntar otro dato sorprendente y que dota todavía de más mérito al escalador Harold Lloyd, y es que en 1919 sufrió un accidente al explotarle una bomba, supuestamente de atrezo, en la mano derecha, volatilizándole los dedos pulgar e índice y dejándole ciego. Tras un tiempo de recuperación, en el que peligró su carrera, consiguió recuperar milagrosamente la visión y pese a que perdió los dos dedos se acostumbró rápidamente a realizar todo tipo de cabriolas con la mano izquierda. Aunque fuera de dominio público su mutilación, en las películas siempre salía con un guante especialmente diseñado que ocultaba la ausencia. La prótesis funciona tan bien en pantalla que de no ser apercibidos por este detalle jamás se caería en la cuenta.


Icónica estampa de la comedia del cine mudo. Harold Lloyd será siempre recortado por esta secuencia de El hombre mosca.


A menudo se ha identificado esta escalada del edificio de los grandes almacenes como una metáfora del ascenso social. Como en la vida, cada faceta, cada piso, tiene sus retos y sus descansos. El muchacho de las gafas conseguía superarlos todos y se hacía con la chica, con el beneplácito de sus superiores y con una jugosa cantidad de dinero. Si la parodia y la caricatura son un principio de la crítica, aquí, en el país de las oportunidades y el consumismo, uno puede reírse de la frenética vida de la gran ciudad con sus medios de transporte abarrotados y su hambre de consumo desorbitado (la escena de las rebajas es magistral). A pesar de tener trabajo, al bueno de Harold apenas le alcanza el sueldo para permitirse pagar el alquiler. La presión de triunfar y llevar buenas noticias a casa le hacen apretarse el cinturón, ya que prefiere comprarle una cadena a su novia que llenarse el estómago.

Tras la llegada del cine sonoro, Harold Lloyd continuó trabajando en películas como la anteriormente citada Cinemanía, La Vía Láctea (The Milky Way, 1936) de Leo McCarey o El pecado de Harold Diddlebock (The Sin of Harold Diddlebock, 1947) de Preston Sturges en la que se realizaba un último y delirante paseo por una cornisa de un rascacielos atado con una cadena a un león. A pesar del prestigio de estos dos últimos directores y de que su adaptación al medio hablado fuera aceptable, las nuevas estrellas de la comedia ya habían copado los carteles y la verborrea de Los Hermanos Marx era la tónica dominante entre el gusto popular. También es cierto que el tipo de humor en el sobresalió, el slapstick, era más fácil de hacer con veinte o treinta años que con cuarenta o cincuenta. El legado que dejó Lloyd junto al resto de cómicos de su generación, esos “grandes genios de la comedia silente” a los que añadiríamos sin rubor al francés Max Linder, Laurel y Hardy, Harry (Baby Face) Langdon o Larry Semon, continúa hoy en día gracias, sobre todo, a la animación, un medio perfecto para la exageración. Martin Scorsese, adalid de la restauración y recuperación de viejos filmes, hizo un gran homenaje al cine mudo en La invención de Hugo (Hugo, 2011) en la que reivindicaba la figura del pionero George Méliès. Scorsese colaba a sus protagonistas en un cine para visionar El hombre mosca y, casi al final del filme, redondeaba su homenaje haciendo colgar a Hugo de la agujas de un reloj gigante.

El muestreo de estas cuatro películas escogidas por la Filmoteca de Sant Joan d´Alacant deja el regusto de lo sublime en el paladar. El público asistente a la sala ha disfrutado como nunca con las correrías de Harold, Charlot, Hulot y el maquinista con su adorada “La General”. Como dijo el crítico norteamericano Joe Franklin en el libro Classics of the silent screen: “Si usted nunca estuvo sentado en un cine lleno a rebosar y partiéndose de risa ante las hazañas de Harold Lloyd, entonces se ha perdido usted uno de los mejores regalos que nunca ha ofreció el cine. Compartir la risa sana fue una de las contribuciones más felices de las películas mudas al bienestar de la humanidad y Lloyd fue uno de sus triunfantes benefactores”. Satisfechos con el resultado, nos quedamos con las ganas de proyectar en el futuro otra remesa de estos u otros fenómenos. Como dijo Lloyd en la cita inicial, los cómicos del cine silente universalizaron la comedia y la sonrisa rompiendo la barrera del idioma, pero además y como ha quedado demostrado también rompieron la barrera del tiempo. Mostrar cine mudo siempre es un riesgo, pero llevamos dos eneros seguidos haciéndolo. Ojalá se convierta en una cita anual que continúe año tras año, ya que no será por ganas y por películas.


JMT



Vídeo introductorio a El hombre mosca
por JMT.






El maquinista de La General de Buster Keaton


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«El cine es el tren eléctrico más grande que cualquier niño haya tenido.»

Orson Welles.


Son muchos los que se sienten decepcionados cuando ven por primera vez El maquinista de La General (The General, 1926) porque han oído que es una de las películas más divertidas que se han hecho. No lo es. Keaton hizo muchas otras películas que como muestras de humor hilarante son mucho más modélicas, incluyendo El moderno Sherlock Holmes (Sherlock Jr., 1924), El navegante (The Navigator, 1924), y Siete ocasiones (Seven Chances, 1925), todas ellas disponibles gracias a Kino. Lo de “La General” es otra cosa, una parodia histórica establecida durante la Guerra Civil.

Aunque en un primer momento se desmoronara en taquilla arruinando parte de su carrera, Buster Keaton siempre consideró El maquinista de La General como su mejor película. Realizada en 1926, y dirigida por Keaton junto a Clyde Bruckman, se trata de una obra muda con un presupuesto de 750,000 $, descomunal para la época, y que protagoniza un conductor de trenes inexpresivo, Johnnie Gray, y que interpreta Keaton.


Cartelería internacional de El maquinista de La General.


Como comedia es rica e insinuante, ya que no pretende dividirse en diferentes pedazos, sino más bien sostener durante sus 78 minutos una sensación continuada de asombro, interrumpida por varias carcajadas perfectamente sincronizadas. El maquinista de La General pertenece al menos a tres géneros cinematográficos: comedia, historia y persecución. La mayor parte se construye alrededor de una persecución tan implacable como cualquiera de las expuestas en la saga Bourne, involucrando a una locomotora Confederada, llamada La General, secuestrada por espías de la Unión.

La historia se inicia con el maquinista mostrándonos sus dos amores. Por un lado vemos el recelo con el que guarda la fotografía enmarcada de su prometida Annabelle Lee (Marion Mack), y por otro lo bien que luce su enorme locomotora sureña de vapor (La General). Su intención es conducir hasta la casa de Annabelle en Marietta, Georgia, para una breve visita que coincidirá en el tiempo nada menos que con el estallido de la guerra civil estadounidense, activa entre el 12 de abril de 1861 y el 9 de abril de 1865.

De inmediato Annabelle deja clara una cosa: Johnnie no tendrá nada que hacer con ella si no se inscribe en el ejército confederado. A pesar de los esfuerzos de Johnnie por ser el primer hombre en alistarse, volverá de vacío de la oficina de reclutamiento. La conclusión es que es más valioso para el Sur ejerciendo de ingeniero de Ferrocarriles Occidentales y Atlánticos. Desafortunadamente, nadie le dice a Johnnie la razón por la que no le permitirán alistarse y esto le provoca una sensación indigerible, en una época en la que si no demostrabas tu bravura como soldado, serías excluido de tu comunidad.


La ejecución de El maquinista de La General sigue dejando caer mandíbulas 90 años después de su estreno.


Tras la introducción pasamos al motor de la película (nunca mejor dicho), que no es otra cosa que una persecución en locomotora de unos 225 Km, entre Marietta y Chattanooga, y que da comienzo cuando un grupo de espías de la Unión roba La General con Annabelle dentro. Ignorando el secuestro de Annabelle, Johnnie persigue su locomotora por todos los medios; a pie, en bicicleta o sobre un cañón móvil. Durante la persecución Keaton realiza acrobacias alucinantes, de un equilibrio y precisión ni tan siquiera concebibles para el doble de Jackie Chan más experimentado.

El ingeniero Johnny Gray pasa la primera mitad de la película enfrentado en la inmensidad de la lucha entre el hombre y la máquina, y en última instancia, representa lo que sería la simbiosis perfecta entre ambas. Keaton utiliza el tren como inspiración incesante para su genio inventivo, y muchos de los pasajes que atraviesa junto a su máquina destilan un suspense minuciosamente elaborado, que acaba siempre con el éxtasis de la liberación del vapor, una bocanada de oxígeno que como espectadores respiramos de la forma más placentera.

Keaton controla la película a su gusto y logra hacer que su personaje se sienta como un perdedor incluso cuando juega con ventaja, pero ni sus momentos de bufonería más patéticos nos llevan a dudar de su capacidad. Mientras que camine, o más bien se arrastre sobre cada centímetro de La General, deberá sortear todas las trampas que le prepararán tanto sus enemigos como una adversa providencia. Todo ello con gracia, despliegue físico y en armonía con expresiones faciales de incómoda tranquilidad. Se mantiene así un espectáculo meticuloso, que transcurre a lo largo de cada secuencia de la persecución bajo la dirección de un actor talentoso que, para colmo, no dejará de sorprendernos con un conocimiento de los trenes tan práctico como profundo. Definitivamente Buster Keaton nos introduce en una clase magistral de como manipular maquinaria pesada disimulando perfectamente el gran esfuerzo que debía suponer.

Con un esquema narrativo basado en las memorias de William Pettenger, dispuestas en su obra The Great Locomotive Chase, todas las tomas de la película muestran una autenticidad y un cuidado en la composición que podría recordarnos al sentido visual de las fotografías de Mathew Brady y Alexander Gardner. El maquinista de La General transmite la ilusión de que las fotografías más afamadas sobre la Guerra de Secesión cobran vida. Nadie, ni siquiera cineastas de la talla de D.W. Griffith, Victor Fleming o John Huston, ha podido capturar el aspecto visual de la Guerra Civil mejor que Buster Keaton.

El incidente al que se hace referencia ocurrió sólo 64 años antes del rodaje. En 1862, un espía civil de la Unión, James Andrews, atravesó 321 Km de territorio enemigo junto a una pequeña unidad de soldados, consiguiendo robar una locomotora de la Western & Atlantic Railroad. El ingeniero de La General, William Fuller (la base del personaje de Keaton ), condujo la persecución de sus enemigos hasta lograr su captura. Algunos fueron ahorcados, mientras que otros escaparon y se convirtieron en los primeros beneficiarios de la Medalla de Honor. Entre estos últimos estaba William Pittinger, que publicó una memoria, Daring and Suffering: A History of the Great Railroad Adventure, que se puede descargar libremente como parte del proyecto Gutenberg.

Cuando se supo que Keaton estaba haciendo una comedia sobre la historia de Pittinger, se le negó el permiso para usar La General, que había sobrevivido y que más tarde —en parte a causa de la película de Keaton— se reformaría para su exposición en un museo de Georgia. La ciudad de Marietta, donde empieza la historia, no quería tener nada que ver con todo este embrollo, así que Keaton tuvo que recrear Georgia en el Noroeste de EEUU.

Como otras películas de Keaton, The General funciona como registro romántico de lo que es la vida en las ciudades americanas, llenas de actividad y siempre situadas frente a esplendorosas montañas, arroyos, ríos o campos. En Cottage Grove (Oregon), municipio establecido como localización principal, Keaton preservaba dos eras: la guerra de Secesión, recreada con una atención desalentadora por el detalle, y el año 1926. Los trajes eran del Siglo XIX, pero los edificios y el entorno se vieron ligeramente modificados para la ocasión. Otras películas que dramatizan la misma historia, como es el ejemplo de la producción de Walt Disney Héroes de hierro (The Great Locomotive Chase, 1956), no resultaron ser más que desfiles hollywodienses de pompa y vacío.


El maquinista de La General es una reivindicación de lo que es capaz de hacer un hombre pequeño, solitario y en apariencia débil por recuperar lo que desea.


La autenticidad de Keaton y su sobriedad cómica hacen de El maquinista de La General una experiencia todavía moderna. La narración y las bromas contenidas aparecen libres de sentimentalismo y clichés. Tenemos una escena de batalla, de cuatro minutos, que es sencillamente una de las más emocionantes de la historia, sin faltarle sus respectivas dosis de hilaridad. Y aún con momentos de clímax espectaculares, que implicaron hasta el colapso de un enorme puente en llamas —equiparable a la famosa destrucción de El puente sobre el río Kwai (David Lean; The Bridge on the River Kwai, 1957)—, la alegría de ver El maquinista de La General sigue radicando en unos gags planeados cuidadosamente, que Buster Keaton parece improvisar a cada instante. El contraste entre la restricciones emocionales de su personaje y su esfuerzo constante por mostrarse como un enérgico héroe resulta maravilloso a ojos del espectador. Si le sumamos la banda sonora de Carl Davis compuesta en 1987, al frente de la Thames Silents Orchestra, nos damos cuenta de que se trata de una obra maestra cinematográfica que mantiene su propia identidad frente a todo lo que Hollywood haya intentado crear a posteriori.

El maquinista de La General hace un trabajo titánico por mantener a la audiencia agarrada a sus asientos. Hay una parte importante de comedia de gags y payasadas varias, pero los esfuerzos de Keaton como actor van más allá, con largas escenas donde se las arregla para transmitir sus sentimientos, ideas y preocupaciones con sólo dirigir su mirada. A su lado, Marion Mack debió vivir un auténtico caos: reveló años después que, durante el rodaje, no siempre sabía lo que estaba a punto de suceder. De ahí sus reacciones tan sorprendentes y espontáneas.

Las películas mudas están destinadas a verse en cines, donde la audiencia está más receptiva a transformarse, respondiendo a cada momento con la máxima complicidad. Con las comedias se acentúa la necesidad de una sala bien equipada, con esos vendavales de risas contagiosos, algunos fugaces y otros más longevos, pero que provocan reacciones de agradecimiento en cadena. Aquí comprobamos como en las comedias de Keaton (y de Charlie Chaplin también) se aprovechan las condiciones del mundo silente en el que habitan para potenciar el gag. Un ejemplo es el desconocimiento que muestran sobre lo que pueden encontrarse los protagonistas al girarse. Así mientras Keaton mira hacia adelante, ni se inmutará aunque todo el ejército de la Unión pase por detrás, lo que provoca un cosquilleo incesante en el espectador, que en cualquier momento puede derivar en un golpe de diversión.

También son muchas las cintas de acción que han trazado comparaciones con el hito cinematográfico que supone El maquinista de La General. Mad Max: Furia en la carretera (George Miller; Mad Max: Fury Road, 2015) es un ejemplo reciente de ello, dejando claro que las escenas colosales en las que se desafía a la muerte con aplomo mientras el mundo se derrumba alrededor de los protagonistas nunca dejará de pasar de moda. Hay pocas películas con un propósito tan singular como el visto en El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot; Le salaire de la peur, 1953), El diablo sobre ruedas (Steven Spielberg; Duel, 1971) o Carga maldita (William Friedkin; Sorcerer, 1977).

Con el paso del tiempo nos ha quedado clara una cosa: sólo había un Buster Keaton y, 91 años después de que fuera realizada, este clásico pasó finalmente por una restauración, en 2013, que mereció hace tiempo. El resultado es espectacular y la edición a proyectar en la Filmoteca de Sant Joan d'Alacant será la restaurada a 4K en la Modern Videofilm, hecha a partir de una impresión sobre el negativo original de 35 mm y bajo la supervisión de la Cohen Film Collection. Un trabajo de restauración que se estrenó en los festivales de TCM y Cannes, y que ha hecho revivir El maquinista de La General en forma de edición digital, sintiéndose más brillante y fresca que nunca, reviviendo su impacto original para ganarse así a toda una nueva generación de seguidores.



Toni Cristóbal



Vídeo introductorio a El maquinista de La General
por Toni Cristóbal.




Las vacaciones del señor Hulot de Jacques Tati


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Quiero que los niños se diviertan en el cine como yo en el circo cuando era pequeño […] Se debe crear un clima verdaderamente festivo.»

Jacques Tati, 1961.


El 27 de febrero de 1953 se estrenaba en París Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de M. Hulot), filme con el que Jacques Tati —director, guionista y actor del mismo— iniciaba la transición entre el clasicismo y la vanguardia en el género de la comedia.

Esta evolución queda encarnada en el susodicho señor Hulot, personaje concebido e interpretado por el propio Tati, en torno al que desarrollaría una saga que ocupó la mayor parte de su exigua filmografía, protagonizando Mi tío (Mon oncle, 1958), Playtime (1967) y Tráfico (Trafic, 1971). Su figura parece construida en la tradición de los iconos de la comedia silente. Al igual que Chaplin, Keaton y Lloyd, Tati proporcionó a su personaje de cabecera una imagen y unas características emocionales identificables. Hulot es alto, de andares estrafalarios y es inseparable de su vestimenta formada por sombrero, pipa, gabardina y pantalones entallados por los tobillos. Su gran diferencia con los clásicos es de personalidad. No se trata de un vagabundo que busca sobrevivir en circunstancias adversas o de un pícaro que para salirse con la suya no duda en poner en peligro su integridad física. Hulot es un hombre discreto de mediana edad, carácter afable e inocentón y de espíritu próximo a la infancia. Sus enredos se producen como consecuencia de su torpeza, no de sus actos interesados.


Cartelería internacional de Las vacaciones del señor Hulot.


Hay que mencionar que antes de interesarse por la cinematografía, Tati había sido intérprete de rutinas cómicas y mimo. Y previamente a esto, había sido un deportista con potencial de profesionalización. Formarse en estas actividades le proporcionó una potencia física y un control corporal sobre los que desarrolló su expresividad en detrimento de la emoción facial, otro rasgo que le diferencia de los maestros. Los gestos de Lloyd poseen la facultad de lo hilarante, el hieratismo de Keaton puede esconder el mayor de los absurdos y el rango interpretativo de Chaplin es monumental, pero Tati hace irrelevante el rostro de Hulot y se decanta por una comunicación corporal sofisticada. La sutil comicidad y el carácter entrañable de Hulot se encuentran en gran parte en su larga figura, sus poses anguladas y sus movimientos y brincos sincopados. La planificación de las películas tiene la intención de explotar estas características. En Las vacaciones del señor Hulot priman los planos generales, de modo que no se pierda no sólo la vis cómica de Tati, sino también su impecable dirección. Los planos cerrados sobre ciertos detalles están marcados por necesidad de la narración. Si además tenemos en cuenta que el objetivo de la cámara permanece rigurosamente estático, cualquiera podría pensar que se trata de un cine cercano al modo de representación primitivo (es decir, el cine silente pionero). Pero nada más lejos de la realidad.

El argumento es un mero vehículo para los gags. La estructura clásica de “introducción – nudo – desenlace” permanece anecdótica en estos filmes. Tati despliega su bestial capacidad narrativa en la escritura situacional, incluya gag o no. Pero también hay que hacer hincapié en la puesta en escena de Tati. Allá donde enfoca la cámara, nace la vida. No se trata de que en cuadro haya acción simple o de que los extras se muevan por el idílico escenario costero. Al realizador le apasionan los planos secuencia rodados para la película, que garantizan la continuidad espacio-temporal que tan cercana es a la visión humana. Tati quiere que podamos entender hasta al último de los figurantes, desde el dominguero que se tuesta bajo el sol tumbado en la arena de la playa, como el que juega a las cartas en la cafetería del hotel. Más allá de la cuestión técnica del movimiento y el espacio ante la cámara, esta sensación de vida se fundamenta sobre todo en la democratización del gag que impone el realizador. El señor Hulot sirve como epicentro de la película, pero la comicidad es coral. Muchos gags son protagonizados por personajes secundarios, lo que fija esta sensación de vida. A veces, Tati recurre a lo que queda invisible al espectador, ya sea rematando gags fuera de campo o con visiones de carácter poético —una constante en su obra— como cuando, después de un estruendo nocturno, un plano del exterior de la casa de la playa nos muestra las luces del edificio encendiéndose paulatinamente, indicando que el jaleo ha despertado a los inquilinos de las habitaciones.


La inconfundible postura del señor Hulot (Jacques Tati).


Rotundamente moderna es la producción de la banda sonora (entendida como el compendio de sonidos que acaba registrado en la cinta del film, no sólo las canciones que suenan durante el mismo). Tati utiliza los efectos de sonido como elemento narrativo independiente de los motivos visuales. Los créditos iniciales consisten en un tema musical —que será el leitmotiv de la película— que suena sobre la imagen de la orilla de la playa. Cuando una ola rompe, la canción se interrumpe totalmente y da paso al sonido que la ola produce. El cineasta pone gran empeño en cuestiones en teoría menores como el sonido de una puerta al abrirse. Pero es que en la obra de Tati, los detalles se deben disfrutar tanto como el conjunto de una obra. Por el contrario, reduce los diálogos a la categoría de mero efecto sonoro. Entre los personajes sólo ocurren conversaciones anecdóticas que ponen en evidencia lo insulso y despreocupado de la charlas entre veraneantes.

Lo sonoro no debe analizarse a la ligera, pues abre diferencias estilísticas entre Tati y los demás maestros. Si calificamos al cine silente como tal es porque no tiene banda sonora, pero no se puede decir que sea “mudo” —calificativo generalmente aceptado—. Es decir, los personajes “hablan” en el sentido estricto de la comunicación verbal, en ningún caso son “mudos”. Tati, con el desarrollo tecnológico a su favor, retoma la tradición física de la comedia de la era silente, pero sus personajes hablan entre muy poco o nada, y sólo cuando al realizador no le queda más remedio que obligarles a hablar. Es por eso que podemos decir que el cine de Tati es más “mudo” que silente. Al menos, a causa del detallismo sonoro, dista muchísimo de poder calificarse de comedia silente. En cualquier caso, sus largometrajes destilan una búsqueda de pureza audiovisual. La producción de Las vacaciones del señor Hulot se afana para que todo el lenguaje proceda de la imagen y el sonido, utilizando la palabra en sí misma como un recurso cuando no queda más remedio, en lugar de ser causa o consecuencia de la narración.


El carro de los helados, una de las obsesiones infantiloides del protagonista.


Con estas armas Tati retrata el universo de la pequeñita localidad vacacional en la que irrumpe el señor Hulot. Un personaje con unas actitudes y deseos diferenciados del resto de veraneantes hasta tal punto que se origina un choque entre protagonista y demás caracteres. Tati deja que nuestra primera impresión de Hulot sea la de un tarado en un mundo de cuerdos, pero conforme se desarrolla la película la premisa se difumina. La excentricidad de Hulot es innegable, pero es sobre otros personajes sobre los que el director dispara a dar. Son los que no saben gozar de sus vacaciones por estar sujetos a las apariencias, por ser presos de sus negocios —un hombre recibe llamadas constantes de sus negocios que le imposibilitan disfrutar del ocio— o porque son incapaces de ver la vida fuera de su perspectiva ideológica —hay un joven comunista que sermonea a todo al que se le acerca—. Hulot, con sus actos espontáneos y, por qué no decirlo, infantiloides, se enfrenta inocentemente al materialismo que impide a las personas vivir sus propias vidas.

Por encima de todo, Las vacaciones del señor Hulot reivindica la alegría de vivir, casi como una rebeldía ante las ataduras de la vida moderna. En una escena en la que el protagonista acaba por accidente en un entierro celebrándose en un cementerio, Tati se atreve con un humor negro muy fino. Una rueda de automóvil se convierte por accidente en una corona de flores, y cuando se desinfla, se remata la hilaridad. La saga Hulot es una loa a la sencillez de la vida, una invitación disfrutar de cada momento y de cada pequeño detalle. Especialmente, si en la memoria reciente habita la pesadilla de una gran guerra. Tati festeja la posibilidad de regocijarse en las olas de la playa, en el grave sonido de una puerta al abrirse, en una partida de tenis, una canción o un baile de disfraces. No es casualidad que los personajes mejor tratados por el realizador sean los niños, los seres más capaces de sintetizar este sentimiento. Son retratados en otras de sus obras como Día de fiesta (Jour de fête, 1949) o Mi tío como seres inocentes y felices en la simplicidad, características que comparten con el señor Hulot. Cuando aparece un niño ante el objetivo de la cámara de Tati, la escena se inunda de espontaneidad y de esa alegría que tanto se demanda. En cierta manera, ocurre porque el propio realizador muestra añorar esa inocencia, no sólo en lo personal sino también en las formas cinematográficas. Jacques Tati, como los pintores vanguardistas pioneros, fue un profundo conocedor de la tradición de su arte, el de la comedia. Como Gaughin o Cézanne, fue hacia atrás para evolucionar, intentando reducir la expresión del medio a los elementos básicos: la imagen y el sonido. El resultado es una trayectoria cinematográfica que explota los conocimientos en beneficio de una pureza comunicativa, dando así obras que pavimentaron el camino para la venidera modernidad del séptimo arte, cómico o no.



Antonio Ruzafa



Vídeo introductorio a Las vacaciones del señor Hulot
por Antonio Ruzafa.




La quimera del oro de Charles Chaplin


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Lo que he hecho en La quimera del oro es exactamente lo que quería hacer. No tengo excusas ni coartadas. Esta película la he hecho tal y como he querido.»

Charles Chaplin.


Sobran las presentaciones. Sir Charles Spencer Chaplin fue, sin duda, uno de los mayores genios de la historia del cine. Su legado fílmico como actor, director, guionista, productor y músico es tan amplio como su leyenda, con 81 obras en total. Sin embargo, su filmografía tan solo comprende 11 largometrajes —obras de más de una hora de duración o más de seis rollos— realizados en sus últimos 46 años de actividad, desde El chico (The Kid, 1921) hasta La condesa de Hong Kong (A Countess from Hong Kong, 1967), mientras el grueso de su filmografía comprende el resto de 70 obras —cortometrajes y mediometrajes, con la única excepción del largometraje Tillie's Punctured Romance (1914), en el que solo actuó— realizadas desde 1914 hasta 1923, en tan solo 9 años. Durante estos primeros años la leyenda de Chaplin creció como la espuma, firmando contratos millonarios que se duplicaban o triplicaban en su paso de una compañía a otra, desde la inicial Keystone, pasando por Essanay y Mutual, hasta la First National.

Pero la ambición de Chaplin por poseer el control absoluto sobre sus films no tenía límites y lo derivaría, finalmente, a fundar su propia compañía cinematográfica el 5 de febrero de 1919, junto a D.W. Griffith, Douglas Fairbanks y Mary Pickford, desafiando, de este modo, el poder de los grandes estudios de la época. Había nacido la United Artist y, de algún modo, el cine independiente y el cine de autor. Bajo el sello de la compañía estadounidense, Chaplin dirigió 8 largometrajes, todos ellos absolutas obras maestras: Una mujer de París (A Woman of Paris: A Drama of Fate, 1923), La quimera del oro (The Gold Rush, 1925), El circo (The Circus, 1928), Luces de la ciudad (City Lights, 1931), Tiempos modernos (Modern Times, 1936), El gran dictador (The Great Dictator, 1940), Monsieur Verdoux (1947) y Candilejas (Limelight, 1952). Ya en tierras británicas —desde su forzado exilio americano en septiembre de 1952— rodaría sus dos últimas películas: Un rey en Nueva York (A King in New York, 1957), producción británica de Attica-Archway, y La condesa de Hong Kong (A Countess from Hong Kong, 1967), producción también británica de Universal Pictures y su única película filmada en Panavision y Technicolor.

De entre todas ellas, Chaplin siempre se refirió a La quimera del oro como la película por la que le habría gustado ser recordado, tal y como afirmó durante toda su vida en varias ocasiones. Y no es difícil suponer el por qué. Su primera y esperada película para United Artist en 1923, Una mujer de París, fue, para sorpresa de todos, un drama y no una comedia; un drama, además, no protagonizado por Chaplin que significó un relativo fracaso de taquilla, a pesar de obtener muy buenas críticas. Para su segunda película en United Artist, Chaplin entendió que debía realizar una obra perfecta, que cumpliera con las expectativas tanto del público como de la crítica, volviendo a la comedia, siempre como recurso para describir la naturaleza trágica de la vida —fundamental en el cine de Chaplin—, y a caracterizarse de su icónico personaje del vagabundo. Chaplin se había retado a sí mismo, inmerso en la absoluta libertad que le proporcionaba su propia compañía, a crear una obra inmortal que reventara la taquilla y que fuera considerada como la obra de un autor único e independiente. Y lo consiguió, con creces. La quimera del oro cuadriplicó su ya desorbitado presupuesto inicial para la época, de casi un millón de dólares —el más elevado para una comedia en toda la etapa del cine silente—, recaudando 4 millones de dólares en las taquillas de todo el mundo. La quimera del oro es la quinta película más taquillera del periodo mudo y una de las más influyentes de las historia del cine hasta nuestros días. Posteriormente, el genio británico crearía el resto de sus obras maestras en plenitud de libertad creativa, bajo su deseada propia compañía, muchas de ellas igual de exitosas e influyentes. Pero La quimera del oro fue la primera de todas. La obra que le permitió continuar explorando su genialidad. Tal vez, esta sea la clave de la devoción que el propio Chaplin sintió por La quimera del oro hasta el final de sus días.


Cartelería internacional de La quimera del oro.


Durante toda su vida, Chaplin hizo muchas alusiones a la necesaria coexistencia entre la tragedia y la comedia, y a cómo esta relación marcó su estilo narrativo y discursivo. Sirvan de ejemplo las siguientes citas de su autobiografía, escrita en 1954:

«Para reírte de verdad, tienes que ser capaz de agarrar el dolor y jugar con él.»

«En la creación de la comedia se parte de la paradoja de que la tragedia estimula el espíritu de lo ridículo; a causa de su ridiculez, supongo, ésa es una actitud de desafío: nos vemos obligados a reírnos en la cara de nuestra indefensión ante las fuerzas de la naturaleza para no caer enfermos.»

Como ya hiciera en El chico —film que evocaba la propia experiencia trágica de su infancia—, para su segunda película en United Artist Chaplin necesitaba partir de nuevo de una experiencia dura en su vida. Encontró la idea una mañana de un domingo, mientras pasaba el fin de semana con sus amigos y socios Douglas Fairbanks y Mary Pickford, quienes le mostraron varias fotografías estereoscópicas de las regiones heladas que separan Alaska del Canadá donde se había desarrollado la famosa “fiebre del oro de Klondike”, la mayor búsqueda del preciado metal de la historia, entre 1896 y 1901, en plena crisis económica de los Estados Unidos, y en la que participaron unas 100.000 personas, de las cuales tan solo 4.000 encontrarían oro. La idea de retratar en pantalla la fiebre del oro de Klondike le entusiasmó de inmediato, pero aún precisaba de una historia que relacionara su experiencia vital con aquello. Chaplin encontraría lo que necesitaba en varios textos sobre la expedición de los hermanos Donner en otra de las célebres fiebres del oro, entre 1846 y 1847, en la que casi un centenar de hombres se perdieron en las montañas de Sierra Nevada en su camino por la conquista del Oeste. En dichos textos se afirmaba que prácticamente la mitad de los migrantes murieron por inanición o congelados y que algunos de los supervivientes habían practicado el canibalismo, mientras que otros se habían comido casi todo lo que estuviera a su alcance, incluidas sus propias botas. Chaplin, que había experimentado el hambre en su juventud, encontró el motivo perfecto en este relato para jugar con el recuerdo de su propio dolor y partir de la tragedia hacia la comedia.


Solo un genio como Chaplin pudo transformar una de las situaciones más trágicas que puede pasar un ser humano, como es el hecho de pasar hambre, en pura comedia.


Chaplin se documentó durante varias semanas de todas las fotografías a las que tuvo alcance sobre la fiebre del oro de Klondike, para tratar de plasmar lo más fielmente posible en el rodaje aquellas imágenes y localizaciones. Por primera vez con una historia completa redactada, pero sin un guion concreto, en diciembre de 1923 comenzó el rodaje de las secuencias iniciales de la película, que imitarían aquellas expediciones que aparecían en fotografías donde se formaban larguísimas filas de hombres que ascendían desde los recientes pueblos creados para la ocasión, cuales hormigas entre la nieve, camino de las montañas heladas. Para ello trasladó a su equipo a las montañas del norte de California durante dos semanas y contó con unos 600 extras —en su mayoría, vagabundos de Sacramento— contratados por un único día de rodaje para rodar el gran plano general que da inicio al film. De nuevo, partió de las fotografías para recrear las localizaciones de la película en su estudio, como las del original pueblo de Klondike o los interiores de los salones de otros pueblos creados alrededor de las expediciones bajo las montañas. Para recrear estas localizaciones en el estudio se necesitaron 100 barriles de harina, 285 toneladas de sal, 200 toneladas de yeso y grandes cantidades de confeti. El escenógrafo David Hall se encargaría de recrear una cadena montañosa a escala durante dos meses. Al mismo tiempo diseñó una cabaña en la que transcurriría el relato relacionado con la verdadera expedición de los hermanos Donner.

Todavía sin un guion definido ni un título para la película —durante el transcurso del rodaje se barajaron títulos como The Lucky Strike o The Northern Story— Chaplin solo era consciente de que el relato constaría de tres actos y de que se situaría geográficamente en algún lugar de la frontera entre Alaska y Canadá en 1890. El relato giraría alrededor de la historia de un solitario buscador de oro, encarnando de nuevo al mítico vagabundo, y de su convivencia en condiciones extremas en una cabaña con otro buscador de oro, además de incluir un romance con una bailarina del pueblo más cercano. De este modo, durante todo el proceso de producción de la película, Chaplin se dejó llevar por su instinto creativo para conformar el guion a medida que avanzaba el rodaje. En plenitud creativa, Chaplin consiguió articular el argumento alrededor del primer guion escrito para la trama de la cabaña entre los buscadores de oro, que incluía un tercer personaje como verdadero antagonista; un tirano sin escrúpulos que focalizaría toda la carga realista del relato de supervivencia. Mientras tanto, la historia del encuentro con la bailarina la situó en vísperas del nuevo año en un salón del pueblo. A partir de estas premisas argumentales, sin un guion definitivo, y con una metodología basada en la confianza por su instinto creativo —un método con el que trabajó en casi toda su filmografía—, Chaplin ideó, escribió y rodó toda la película durante 18 meses, de los que solo 235 días fueron hábiles para el rodaje.

Para encarnar a Big Jim McKay, el personaje con el que compartiría prácticamente todas las secuencias cómicas de la película en la cabaña, Chaplin no dudó en reclutar a Mack Swain, uno de los actores secundarios de sus películas con los que más había trabajado desde 1921. Big Jim representaba el típico contrapunto chaplinesco en sus comedias; un gigante de aspecto temible con quien el pequeño hombrecillo que él encarna debe convivir. El papel del malvado Black Larsen, un fugitivo de la justicia que vive en la cabaña hasta la llegada del vagabundo y de McKay, lo interpretaría Tom Murray, quien ya había trabajado con Chaplin en El peregrino (The Pilgrim, 1923). El papel de la bailarina fue inicialmente para Lita Grey, una joven menor de edad que ya había aparecido en El chico en 1921. Lita Grey interpretó a la joven bailarina durante seis meses, hasta que quedó embarazada de Chaplin, con quien mantenía una relación amorosa en secreto. Chaplin tuvo que parar el rodaje durante tres meses y casarse precipitadamente con Lita Grey en México, para evitar un escándalo por mantener relaciones sexuales con una menor. Para retomar el papel de la bailarina Chaplin contrató a otra joven actriz, Georgia Hale, una actriz de Chicago a quién había visto en The Salvation Hunters (1924), de Josef von Sternberg. Con Georgia Hale volvería a rodar todas las secuencias que ya había rodado con Lita Grey. Además, Chaplin le asignó su propio nombre, Georgia, al personaje que ella interpretaba. Debido a las interrupciones en el rodaje por la turbulenta vida privada de Chaplin, el rodaje se prolongó durante casi año y medio.


Para Chaplin la comedia era un recurso más para describir la naturaleza trágica de la vida.


La quimera del oro contiene muchas de las secuencias más hilarantes y recordadas de la filmografía de Chaplin. Entre ellas, la secuencia en la que el vagabundo y Big Jim McKay se comen una bota en el día de acción de gracias, sin nada más que poder echarse a la boca. Para rodar la secuencia se necesitaron 3 días, 20 pares de botas de regaliz y 63 tomas, ya que el efecto laxante del regaliz tuvo sus efectos tanto en Chaplin como en Swain y el rodaje se debía interrumpir continuamente por la lógica indisposición de ambos. Otra secuencia memorable es la que presenta a Big Jim McKay enajenado por el hambre voraz, y cree ver a un pollo en lugar del vagabundo. El propio Chaplin se enfundaría el traje de pollo para dar vida a la alucinación de McKay, con una interpretación magistral, en una secuencia de la que es casi imposible evitar la carcajada. Chaplin se inspiró para ambos gags en los sucesos reales acontecidos durante la expedición de los hermanos Donner en 1846, en la que muchos hombres practicaron el canibalismo y otros llegaron a comerse sus propias botas. Solo un genio como Chaplin pudo transformar una de las situaciones más trágicas que puede pasar un ser humano, como es el hecho de pasar hambre, en pura comedia.

Pero, quizá, el gag más memorable de La quimera del oro es la del baile de los panecillos. Un gag situado en la secuencia de la cena de Nochevieja en la cabaña junto a las chicas del pueblo. Durante los pases de la película, muchos espectadores pidieron al proyeccionista que parase la proyección y retrocediera la película para ver de nuevo el gag, incluida la célebre premiere de la película en Berlín. Chaplin no dudó en reinterpretar el baile de los panecillos en varias ocasiones cuando le era reclamado entre sus colegas. Sin embargo, la idea del célebre gag no surgió del propio Chaplin sino de su amigo Roscoe 'Fatty' Arbuckle, quien ya lo había interpretado en el cortometraje Tres pies al gato (The Rough House) en 1917, aunque sin la gracia y dedicación del genial Chaplin.

Otra de las secuencias míticas y, probablemente, la que más haya influenciado al resto de cómicos en el futuro, es la de la cabaña en el borde del precipicio de una montaña. Para confeccionar los planos generales exteriores se tuvo que recrear una maqueta de la cabaña en miniatura, que alternaba con los planos interiores de la cabaña real y el juego de cámaras, en una de las secuencias cómicas más largas y con mayor suspense del film.

Tal es la adoración que Chaplin sintió toda su vida por la película que en 1942 reestrenó La quimera del oro totalmente sonorizada, con efectos de sonido y una extraordinaria banda sonora compuesta por él mismo. También narró la película y la reeditó eliminando los intertítulos originales, alargando algunas secuencias y acortando otras. La versión de 1942 es otra obra maestra por sí misma. Sin embargo, Chaplin decidió eliminar —se desconoce el motivo— la secuencia final de la película de 1925, que contenía un primer plano de un beso entre Georgia y el vagabundo que, sin duda, poseía una naturalidad exquisita.

La quimera del oro es la obra de un genio en pleno apogeo de su creatividad artística y de su personaje, el pequeño vagabundo, Charlot. La comedia más exitosa del periodo silente y una de las películas más influyentes de la historia del cine.



Javier Ballesteros



Vídeo introductorio a La quimera del oro
por Javier Ballesteros.




Presentación del ciclo "Genios de la comedia silente". Enero 2017.



«El silencio es de los dioses, sólo los monos charlan.»

Buster Keaton.


Comienza el año 2017 con fuerza, en el que iniciaremos nuestros habituales ciclos temáticos con una selección dedicada a los “Genios de la comedia silente”, dentro de esta VII temporada de la Filmoteca de Sant Joan d'Alacant.

A través de las cuatro películas de las que consta el ciclo nos dedicaremos a analizar y disfrutar con cuatro de los mayores artistas de este arte. Ellos decían mucho con sus películas, pero utilizaban sus cuerpos y rostros para expresarlo todo sin necesidad de la palabra. El arte de la interpretación gestual, de la pantomima, encontró su cúspide en plena era del cine mudo americano. Los genios del vodevil, el teatro cómico y los espectáculos de variedades de todo el mundo hicieron las maletas con destino a los Estados Unidos. Pronto se hicieron con un hueco importante en la taquilla americana y el público jovial de entreguerras demandaba cada vez más de estos cómicos, encumbrándolos a los altares de máxima popularidad dentro de la meca del cine. Empezaron rodando cortometrajes y evolucionaron hasta convertirse en películas que competían en igualdad de condiciones que los demás géneros. Las tramas pasaron de ser meros gags a historias más elaboradas. Las bufonadas y payasadas se convirtieron en un género propio llamado slapstick, el cual se caracterizaba por ser una comedia física repleta de acción en la que destacaba la violencia exagerada con golpes, caídas, persecuciones y gags visuales que llevaban a los espectadores de la época a la carcajada. El humor se universalizó en el cine silente, donde un tartazo en la cara causaba el mismo efecto gracioso en Nueva York que en Paris o Tokio. El Star-System, modelo de producción rentabilizado con el rostro del actor o actriz protagonista, convirtió a Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd en los verdaderos gurús de la comedia cinematográfica de la década de 1920. La aparición del cine sonoro hizo que la comedia se apoyara más en los diálogos que en los gestos y, poco a poco, fueron desapareciendo estos grandes intérpretes. A pesar de ello, el legado que dejaron fue recogido prontamente por el cine de animación y posteriormente por otros cómicos que, como Jacques Tati, demostraron que el humor podía carecer de palabras para convertirse en arte.

Desde el día 9 hasta el día 30 de enero, la Filmoteca de Sant Joan d'Alacant proyectará cuatro películas de cuatro genios de la comedia silente, clásicos imprescindibles de la historia del cine, con el que esperamos que la cuesta de enero sea menos dura.

Comenzaremos el próximo 9 de enero con la proyección de La quimera del oro (The Gold Rush, 1925), escrita, producida, interpretada y dirigida por el grandísimo Charles Chaplin. Dentro de Filmoteca Sant Joan d´Alacant, el director inglés es uno de nuestros favoritos, ocupando un lugar privilegiado en ciclos tan dispares como “Niños de la calle” o “La Sátira en Guerra” y protagonizando el cartel del XIV Festival de Cine de Sant Joan d´Alacant con motivo del centenario del nacimiento de su personaje Charlot. En esta obra maestra un solitario buscador de oro llega a Alaska, a principios de siglo, en busca de fortuna. El hambre y el frío le harán pasar por necesidades que el propio Charles Chaplin sufrió durante su juventud. En La quimera del oro se podrán disfrutar de las icónicas estampas del baile de los panecillos o la degustación de una bota como remedio para acallar el estómago. Todo un genio.

Continuaremos el 16 de enero con la proyección de Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de M. Hulot, 1953), dirigida e interpretada por Jacques Tati, el cual da vida a Monsieur Hulot durante unas vacaciones veraniegas en un balneario de la costa. La aparación de semejante personaje trastocará el pacífico relax de las familias que allí descansan. El film es heredero de la pantomima y el cine mudo americano y francés. Entre sus influencias cabría reseñar el francés Max Linder y el americano Buster Keaton. El tipo de humor de Jacques Tati y su personaje ha llegado hasta nuestros días con la película animada El ilusionista (L'illusionniste, 2010) de Sylvain Chomet o la repercusión que entre cómicos como Rowan Atkinson y su famoso Mr. Bean ha tenido.

El 23 de enero se proyectará El maquinista de La General (The General, 1926), dirigida por Buster Keaton y Clyde Bruckman, e interpretada por Buster Keaton. Considerada como la cima de su cine, en El maquinista de la General, Keaton, es una maquinista de un estado del Sur que tiene dos grandes amores: una chica y su locomotora. Durante la Guerra de Secesión intenta alistarse, pero el ejército considera que será más útil trabajando en la retaguardia. Su novia creerá que es un cobarde y lo rechaza. Durante la guerra tendrá la oportunidad de convertirse en un héroe y así recuperarla. Apodado “Cara de Palo” debido a su imperturbable rostro mientras efectuaba las más alocadas y peligrosas peripecias.

Por último, el 30 de enero se proyectará El hombre mosca (Safety last!, 1923), interpretada por Harold Lloyd y dirigida por Fred C. Newmeyer y Sam Taylor. El más exitoso del triunvirato formado por Chaplin, Keaton y él mismo. Llegó a ser el actor mejor pagado de su época, y en la primera gala de los Óscar retransmitida por televisión se le otorgó un premio honorífico a toda su carrera. Se hizo famoso cuando creó al personaje de gafas de pasta redondas y gorro panamá, un ciudadano corriente. Su obra cumbre es El hombre mosca, en la que un chico de pueblo marcha a la gran ciudad para conseguir dinero y casarse con su novia. La escena de la escalada y el reloj ha quedado grabada en los anales de la historia por su complicación, efectismo y vertiginosidad.

Todas las proyecciones serán a las 20:00 en el Auditorio de la Casa de Cultura de Sant Joan d’Alacant, en versión original subtitulada y con entrada gratuita. Os esperamos.

La Filmoteca.


TRÁILER PROMOCIONAL 
"GENIOS DE LA COMEDIA SILENTE"




AGENDA DE INVIERNO 2017. 
OCTUBRE-DICIEMBRE.