“Lo que ningún ojo humano es capaz de atrapar, lo que ningún lápiz, pincel o pluma es capaz de fijar, tu cámara lo atrapa sin saber qué es y lo fija con la escrupulosa indiferencia de una máquina.”
Robert Bresson,
“Notas sobre el Cinematógrafo”, 1975.
Con este dogmático aforismo expresaba el genial cineasta francés, Robert Bresson, en sus conocidas “Notas sobre el Cinematógrafo”, una de las cualidades más interesantes en el proceso cinematográfico y de la imagen en movimiento en pantalla, que él denominaba, simplemente, el cinematógrafo. En la visión pura de Bresson sobre el cinematógrafo, se aparca el drama a favor de la literalidad interpretativa y se enfatiza la austeridad de la puesta en escena con planos amplios y estáticos. En un nivel antagonista del teatro filmado, los actores son simples modelos; herramientas físicas carentes de emociones, al servicio del guión literario y, por lo tanto, ante la libre interpretación emotiva del espectador.
Es muy evidente, tras contemplar Las Horas del día (2003) de Jaime Rosales, ganadora en Cannes del premio FIPRESCI que otorga la crítica internacional, la más que notable influencia del cineasta francés en su forma de entender el cine. Rosales sigue de forma entusiasta los dogmas sobre el cinematógrafo de Bresson, especialmente en su debut, con una película tan especial en el panorama español.
Un estilo de cine escaso hoy día, y cuya virtud, en el punto de inflexión que supone el imparable crecimiento tecnológico de la alta definición en pantalla, puede ser principalmente esa escrupulosa indiferencia de la máquina cinematográfica, como expresaba en sus notas Bresson; la mirada apartada, casi voyerista del cineasta ante la narración pura, literal, sin artificios; es más, ausente de elementos de distracción natural ante la mirada estática, retando a la imaginación y sugestión del espectador.
La alta definición del cine de Rosales, heredado de Bresson, está en fuera de campo, tanto en los perfiles de los personajes principales y secundarios, como en la propia imagen y puesta en escena. Y esta definición es la más alta que se puede conseguir, pues no hay límites interpretativos, y está a merced de la predisposición del espectador.
En Las horas del día, asistimos al desencanto diario de Abel (Alex Brendemühl) un hombre estancado, estático emocionalmente, preso de la rutina y el aburrimiento. Jaime Rosales afirmó que la idea le llegó tras leer en el “Times” un artículo sobre la evolución de las diferentes teorías sobre el perfil psicológico de los asesinos en serie, que afirmaba la inexistencia de una teoría o tesis principal, con múltiples preguntas lanzadas durante muchos años, sin respuesta. Con este motivo, Rosales finalmente encuentra, con su particular modo de entender el cine, un escenario idóneo para la realización de una película. Siempre, con un estilo indiferente, cuya virtud no está en responder ni en cuestionar, sino en contemplar y mostrar, desde un punto de vista ajeno a la narración, pero cercano en la curiosidad.
El abanico de perfiles criminológicos mostrados en la Historia del Cine, abarca desde perfiles desarrollados en los ambientes socio-culturales más bajos, pasando por los de diagnóstico patológico más evidente, hasta algunos perfiles de características más sutiles, acomodados socialmente, atractivos y con éxito social. Algunas muestras son, M, el Vampiro de Düsseldorf ( M, Mörder Unter Uns, 1931) de Fritz Lang, Monsieur Verdoux (1947) de Charles Chaplin, La noche del Cazador (The night of the hunter, 1955) de Charles Laughton, Psicosis (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock, El fotógrafo del pánico (Peeping Tom, 1960) de Michael Powell, A sangre fría (In cold blood, 1967) de Richard Brooks, Henry, retrato de un asesino (Henry, portrait of a serial killer, 1986) de John McNaughton, El silencio de los corderos (The silence of the lambs, 1991) de Jonathan Demme, Asesinos natos (Natural born killers, 1994) de Oliver Stone, Se7en (1995) de David Fincher, o American Psycho (2000) de Mary Harron, , entre otras muchas.
En Las horas del día, el perfil de Abel y el modo en el que Rosales lo presenta, es de características muy ambiguas, de difícil diagnóstico prematuro, y sin embargo muy creíble. Abel es un joven sin motivaciones, sin proyección de futuro; anclado en sus relaciones sociales, laborales y sentimentales, que asume como parte de la aburrida rutina y el paso del tiempo, pero que desprecia profundamente. Cualquier expresión de felicidad, ya sea en su entorno familiar o amistoso, parece ir en contra de unos principios de hastío profundo en la sociedad. Sin embargo, sus víctimas son personas en cuyos perfiles se evidencia el paso del tiempo, como si el mayor desprecio de Abel fuese al propio paso del tiempo y su mayor temor, el reflejo existencialista de sí mismo en sus víctimas.
El reflejo de sí mismo; uno de los recursos más notables en el cine sobre asesinos en serie, con perfiles ensimismados, vanidosos y egocéntricos. La primera imagen que tenemos de Abel en la película es la reflejada en el espejo; afeitándose, como símbolo de la rutina diaria y mirando estáticamente durante un buen rato el espejo. Esta presentación, es una declaración de principios sobre la base del perfil de Abel, evidentemente disociada pero que no accede a respuestas sencillas.
¿Por qué mata Abel?, la evasión a la respuesta de esta pregunta, es el eje central de toda la película. Rosales, con su particular mirada alejada de los entornos íntimos del personaje, explicaba que no necesitaba más que elementos como el propio físico del actor, Alex Brendemühl, de expresiva mirada, para plasmar sus intenciones sobre la película.
El peculiar estilo bressoniano de Rosales, austero en artificios musicales o movimientos de cámara, de interpretaciones secas, y puesta en escena casi documental, en ningún momento parece adentrarse en planteamientos de fondo sobre cuestiones psicológicas o sociológicas; algo de agradecer, visto el exceso de artificios sobre el tema en su versión cinematográfica. Además de Bresson, es evidente en Rosales otras influencias como la de Jean-Luc Godard en la narración sistemática y dialogos, o la del recientemente muy aclamado Michael Haneke; éste último tal vez de forma indirecta, al converger influencias en el cine de ambos, tanto en los temas tratados como la puesta en escena.
Jaime Rosales retrata en "Las horas del día" el hastío y rutina diaria de Abel con un particular estilo heredado del cine europeo de autor como Godard o Antonioni, y especialmente de Bresson. Planos generales y fijos donde los protagonistas salen del campo de visión de una cámara situada oculta, casi voyerista. Un estilo de hacer cine tan arriesgado como necesario en el panorama español.
Por lo tanto, Las horas del día se presenta hoy, al igual que en la fecha de su estreno en 2003, como un “fresco” sobre el tema, abierto a todo tipo de debates. Atípico en el panorama nacional, gana con el visionado, y aporta una visión diferente sobre el estereotipado cine de asesinos en serie.
Es posible que nuestra rutina, hastío y aburrimiento en la vida moderna nos lleve a la perdición en muchos momentos. El temor es que la rutina y aburrimiento de otros, nos mate.
Javier Ballesteros