«Las películas checas, las películas de calidad, están tratando de mostrar la vida en el país tal como es, de manera entretenida, mientras que en Estados Unidos, la mayoría de las películas son cuentos de hadas maravillosos.»
Milos Forman.
Con ¡Al fuego, bomberos! de Milos Forman es tan conocida por la controversia política que generó como por su contenido. Protagonizada por un peculiar grupo de bomberos, la acción se sitúa durante un baile anual celebrado en el departamento de bomberos y voluntarios de un pequeño pueblo checoslovaco.
La trama retrata la serie inacabable de desastres que se producen en cada uno de los actos preparados por los bomberos, y que se supone que deben culminar con la entrega de un hacha al ex presidente del departamento.
Esta fue la última película que Milos Forman realizó en su Checoslovaquia natal, y la primera en color, algo muy oportuno a la hora de ridiculizar una burocracia totalmente descontrolada. La cámara de Forman captura todo tipo de rostros, jóvenes y mayores, que no esconden sus estados de embriaguez, de incompetencia o de disgusto con los continuos imprevistos.
Llevando el absurdo a su máxima expresión, Milos Forman se afianza como referente del humor checo más oscuro con esta película: desde los personajes del comité organizador hasta el público asistente, todos sufren las rivalidades de unos líderes incapaces de tener un solo momento de lucidez. Todas las decisiones que adoptan los protagonistas resultan esperpénticas; desde improvisar un concurso de belleza a realizar una tómbola sin ningún criterio de seguridad.
¡Al fuego, bomberos! juega a parecer un documental, y capta el comportamiento de una multitud sin aviso previo. Muchos de los actores no son profesionales y la mayoría de los bomberos lo eran también en la vida real, por ello resulta curioso ver como el extremismo de la propuesta parece perfectamente creíble.
El funcionamiento de las actuaciones se debe a la entrega de un reparto cuya clave es la naturalidad y la espontaneidad. Sin duda, Milos Forman está influenciado por la Nueva Ola francesa, que a su vez se inspiraba en el anterior neo-realismo italiano. Del mismo modo, la presencia de un realismo tradicional propio de las cinematografías socialistas consigue el enfoque necesario para integrar a la gente común en la imagen proyectada en cada momento.
No se puede aseverar que en ¡Al fuego, bomberos! ataque de una forma directa a un régimen político o a un gobierno concreto, pero es evidente su condena del burocratismo, la corrupción y las disputas sociales y políticas que se produjeron en el contexto histórico de la obra. A pesar de que Forman sostuvo que la película no tiene "símbolos ocultos o dobles significados", es lógico que en este escenario los soviéticos se dieran por aludidos.
La ambigüedad del mensaje también admite una crítica de una ciudadanía en bancarrota moral, que hace de la corrupción una política práctica. Cuando los agentes establecidos para garantizar el bienestar son severamente disfuncionales, el descalabro acaba en un efecto contagioso y generador de una ineptitud cada vez más predominante en todas las esferas de la vida pública.
Para explicar la ironía de ¡Al fuego, bomberos!, nada como repasar la escena de la quema de la casa del bombero. Sin duda, resulta una imagen muy poderosa, que hace pensar por un momento que la película puede pasar a ser seria, y sin embargo el compromiso con la comedia es completo. La regla de los momentos más ridículos, es esconder a su vez los problemas más críticos. Destaca también una escena en la que se pide apagar las luces para permitir la devolución de bienes robados de forma anónima, algo que solo conduce a que haya todavía más robos. Ciertamente, son ejemplos de una farsa, de un bagaje cómico y de una amenaza surrealista que nos pueden poner en antecedentes a la altura de la mismísima El ángel exterminador (1962) o de los logros formales de Jacques Tati.
La película generó controversia en su estreno. Entre otras cosas, las compañías de bomberos de Checoslovaquia dijeron que la película era un ataque a su integridad. Forman y su equipo se sintieron obligados a recorrer el país para disipar esta lectura literal.
A medida que el relato se descompone en un caos absurdo, el comentario subyacente se centra en la ineptitud de los bomberos para realizar incluso las tareas más sencillas. En este punto, más que enfocar el planteamiento como una alegoría directa, su mensaje adquiere cierto fundamento de universalidad: La película vislumbra un desbarajuste ético y moral tan prominente, que es perfectamente útil como burla del poder en cualquiera de sus formas.
Después del estreno de ¡Al fuego, bomberos!, Milos Forman salió de Checoslovaquia para hablar sobre la financiación de la película y poco después se produjo la invasión soviética de 1968, respondiendo así al reformismo de la Primavera de Praga y a lo que se denominó como ‘’socialismo de rostro humano’’. Una guerra no declarada que las potencias occidentales denunciaron, aunque sin presentar la oposición firme y consensuada que cabría esperar, probablemente por desestimar que el programa del régimen de Dubček fuera un elemento a proteger.
Forman no estuvo en Checoslovaquia durante la primavera de Praga, pero ¡Al fuego, bomberos! se pudo proyectar a nivel nacional hasta que la invasión militar de agosto de 1968 precipitó su prohibición. El partido comunista checoslovaco y los censores se opusieron al tono cínico de la película, y quizás también temieron que representara una alegoría política que atacara el sistema comunista. La película duró tres semanas en cartelera durante la era de Dubcek, pero después de la represión militar posterior fue "prohibida para siempre".
Carlo Ponti, el productor italiano de la película, también se ofendió por la película y retiró su financiación, dejando a Forman expuesto a una posible pena de prisión de 10 años por "daño económico al estado". Algunos productores residentes en París, como François Truffaut y Jean-Luc Godard, se hicieron cargo de los derechos y los cargos judiciales se resolvieron. La invasión soviética de Checoslovaquia ocurrió precisamente cuando Forman todavía estaba en París convenciendo a los nuevos productores.
Tras tomar la decisión de permanecer fuera de Checoslovaquia, Milos Forman fue nominado a Mejor Película de habla no inglesa en los Premios de la Academia de Hollywood de 1969. Finalmente no consiguió la estatuilla, pero junto a la también nominada y conocida internacionalmente Los amores de una rubia (Lásky jedné plavovlásky, 1965), es el mejor trabajo hecho por Forman en Checoslovaquia.
Dejando a un lado la política, ¡Al fuego, bomberos! es una farsa divertida, llena de actuaciones naturales y un antiautoritarismo alegre y enérgico.
La libre expresión y la vanguardia forman parte de la Nueva Ola Checoslovaca, y de esa manera surgió una generación de cineastas checos incomparable. Recordamos con cariño algunos de los principales protagonistas de este movimiento como el co-guionista de Milos Forman, Ivan Passer, que dirigió Iluminación íntima (Intimni osvetleni, 1965); Jan Nemec y La fiesta y los invitados (O slavnosti a hostech, 1966), Ján Kadár y la ganadora del Oscar a la mejor película extranjera La tienda en la calle mayor (Obchod na Korze, 1965); Vera Chytilova (Las margaritas, 1966) y el también galardonado con el Oscar Jiri Menzel (Trenes rigurosamente vigilados, 1967). En definitiva, fue un período en el que el cine checoslovaco encontró un viento que soplaba a favor y contaba con el beneplácito de la Academia.
Muchos de los directores checos de la Nueva Ola encontraron el éxito en América, pero ninguno superó la repercusión de Milos Forman, quien hizo dos de las películas más honradas por los Premios de la Academia ("Alguien voló sobre el nido del cuco" y "Amadeus"). Su primera película estadounidense fue Juventud sin esperanza (Taking Off, 1971), una sátira social que comparte con ¡Al fuego, bomberos! la apreciación por la vida cotidiana de personajes que no se dan cuenta de lo graciosos que son. La simpatía por los desvalidos e inconformistas se ve reflejada muchas veces en su filmografía, junto la ironía sobre las contradicciones de cualquier burocracia, de tal modo que obras aparentemente menores como el musical Hair (1979), El escándalo de Larry Flynt (The People vs. Larry Flynt, 1996) o Man on the Moon (1999), resultan ser tremendamente disfrutables para un amplio público.
Hay que reconocer que, en apenas 70 minutos, la flexible y nada lineal ¡Al fuego, bomberos! se erige como una de las sátiras más sarcásticas que se han filmado, y no ha dejado de estudiarse como un acontecimiento de gran relevancia en el desarrollo de la Nueva Ola checoslovaca.
Toni Cristóbal