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Baran de Majid Majidi


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Son “como Jesús”, pues también “él fue expulsado y tuvo que huir a Egipto para salvarse”.»

El Papa Francisco a un grupo de refugiados cristianos en Irak.


Además de dejarnos impresionados mediante las formalidades artísticas, hay películas que pueden conseguir cambiar nuestra percepción de la realidad. Hay tantas obras con las que darnos cuenta de situaciones injustas y con las que llegar hasta el trasfondo de numerosos problemas que supondría una eternidad nombrarlas.

Ha sido casi siempre a través del humanismo y la empatía, cualidades muy ligadas al cine, cuando hemos descubierto las penurias de muchos inmigrantes ilegales. Personas que deben esconderse de las autoridades, trabajar por salarios más bajos que los ciudadanos de los países donde buscan refugio y preocuparse por un futuro incierto. Baran (2001), dirigida por el iraní Majid Majidi, se realizó para ponerle rostro y sentimientos a uno de los problemas internacionales más candentes en la actualidad.

La presencia de refugiados afganos es, desde hace mucho, un problema sociopolítico en Irán, que se ha expresado recientemente en películas iraníes como Delbaran (Abdlfazl Jalili; 2001) o Kandahar (Mohsen Makhmalbaf; 2001). Según el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas, Irán alberga la tercera mayor población de refugiados del mundo, y la mayor de origen afgano, cuya generación más joven ya puede decir que nunca ha estado en Afganistán.

Esta situación genera siempre un clima propenso a tensiones laborales y sociales, de manera que una sola tarjeta de identificación iraní, que evite tener que huir con cada inspección de trabajo, puede valer más que todo el oro del mundo. De nuevo, las oportunidades del mercado negro y el tráfico de personas se abren para que los más rapaces puedan sacar tajada aprovechando el sufrimiento de los demás.

Pero toda la problemática derivada en cuanto a la integración, la discriminación y la precariedad de las migraciones, junto al resto de desigualdades planteadas, no parecen importarle demasiado al joven protagonista de Baran, un chico iraní obsesionado con el dinero llamado Lateef.


Cartelería internacional de Baran.


Lateef es asistente en un edificio en obras al norte de Irán, repleto de refugiados afganos ilegales. Trabajadores que sobreviven día a día como jornaleros, y que se ven obligados a tratar con un chico todavía inmaduro y conflictivo, que no es capaz de ser eficaz ni siquiera sirviendo té o haciendo simples recados. En palabras de su paternalista y áspero patrón, Lateef es "como un gallo de pelea, siempre listo para saltar y atacar".

Los problemas de los demás no parecen ser cosa suya mientras tenga donde guardar unos pocos ahorros. De golpe, todo cambia, y llega el momento en el que entra en escena un muchacho afgano silencioso y tímido, que parece dispuesto a todo con tal de suplir una baja en el edificio. El joven Rahmat hace lo que puede, pero es demasiado pequeño para manejar materiales de construcción, así que le acabará quitando a Lateef su cómodo puesto, de modo que el que era hasta entonces el sirviente pasa a ser un obrero más en las labores de la construcción, y no precisamente sin resentimiento y ansias de venganza.

Pero Lateef descubre que ese chico de cara lisa y angelical, es realmente una chica, cayendo rendido a sus pies como un ciego que de repente recupera la vista. De esta manera se produce el mayor giro de la película, un trampolín hacia la madurez de un protagonista que admira con desmesura la valentía y la responsabilidad de la joven Baran.

Baran pertenece a una tradición mitológica de personajes femeninos que renuncian a su condición de mujer por cuestiones de fuerza mayor. Un cometido, que ha fascinado al mundo desde la antigüedad, sirviendo como ejemplo Hua Mulan, Sor Juana Inés de la Cruz, Catalina de Erauso o Juana de Arco, verdaderas heroínas que arriesgaban su integridad al hacerse pasar por hombres en la consecución de innumerables hazañas.
Aprender que "él" (Rahmat) resulta ser "ella" (Baran) no es tarea fácil para una mente, la de Latif, llena de egoísmo. Al mismo tiempo, Lateef observará cómo Baran pretende ser un muchacho para poder trabajar —incluso ilegalmente—, se vale por sí misma y evita hacer algo que la pueda inculpar. Lateef, que es inteligente e inquieto, al descubrir la verdad sobre Baran prefiere no revelar el secreto de la chica. Lo que hace es enamorarse de la tranquila y bella jovencita mientras trata de reunir el coraje necesario para cortejarla. La pregunta es: ¿será Lateef capaz de declarar su amor antes de que Baran regrese a Afganistán?


Entre el día a día de los trabajadores afganos refugiados en Irán surge una historia llena de lirismo que nos habla de las apariencias, la madurez y la solidaridad.


En la búsqueda de un encuentro que se hace cada vez más imposible, descubrimos una cultura de afganos empobrecidos que han huido de la guerra y de los talibanes, y que ahora habitan los barrios pobres de Irán, atrapados entre el sueño de la libertad y la nostalgia por la patria de origen.

Así divide Majid Majidi su película, produciendo dos partes diferenciadas. En la primera trata la situación de los extranjeros afganos y de las condiciones de trabajo que enfrentan, repletas de peligros y opresión, salarios más bajos y una amenaza real de ser enviados de regreso a su país. Mientras Majidi despliega esta mirada sobre la vida de los refugiados en Irán, cambia de apariencia para contar una historia diferente a partir del flechazo de Lateef. El comentario político se convierte en una historia de amor no correspondido mientras Lateef se enamora de la tranquila Baran, dando un toque dulce a la película que contrarresta la descripción inicial sobre la dura vida de los refugiados.

Al margen de la trama, hay que comentar que Majid Majidi, director de una bien recibida Niños del paraíso (Bacheha-Ye aseman, 1997), quizás su obra más dulce y por ello aplaudida, crea en Baran una historia romántica muy contenida, en la que los amantes ni siquiera se llegan a besar, y que es una metáfora de la sociedad que les rodea, perfecta para hacerse entender dentro de un universo más amplio.

Baran te transporta a lo esencial en cada momento, y todo en un entorno sorprendentemente rico para la exploración cinematográfica del comportamiento humano. Majidi concibe su país dentro de la película con un escenario que se ve ocupado, conflictivo, destruido y, a la vez, en construcción. Un invernadero social en el que el resentimiento de los lugareños hacia los trabajadores extranjeros se retrata a través de los ojos de Lateef, un adolescente volátil y travieso, con un antagonismo simplista en su interior.

Mediante la interpretación de Hossein Abedini, el protagonista se muestra como una criatura de emociones puras, que acaba dominando sus impulsos, dentro de una historia enigmática, y estimulante, que gustó a espectadores de cualquier país.


La lluvia, a la que hace referencia el título de la película, no logra borrar la huella que deja esta historia de amor no correspondido.


El uso de talento interpretativo no profesional ayuda a dar a la película de Majidi una sensación documental, mientras ahonda en las vidas de los refugiados que viven en Irán. Los trabajadores viven con el temor a ser descubiertos por las autoridades y deportados, y estos momentos de tensión están representados con todo el realismo posible.

Recordemos que Majidi es el primer director de Irán en recibir una nominación al Oscar gracias a El color del paraíso (Rang-e khoda, 1999), un magnífico y sencillo cuento sobre un niño ciego en Irán. Un trabajo que sirvió para consolidar su nivel como cineasta que aborda emociones intensas y mágicas, un atributo al que con Baran se añade la habilidad de ordenar a un elenco actores no profesionales, dando continuidad a una mirada inocente y melancólica hacia el amor no correspondido.

El guionista/director Majid Majidi plantea así una evolución hacia la madurez que resiste la tentación de predicar el sentimentalismo. Aunque Baran podría ser más sutil en su puesta en escena, la confianza máxima que se deposita en cada una de sus imágenes suple lo que podría haber sido un volumen de diálogos mayor, pero nos hace disfrutar de una obra casi silente, llena de momentos mágicos.

Al final de la película, cuando Lateef decide renunciar a todo por la chica que ama, encuentra a su yo, verdadero y heroico. Su sacrificio es un acto reflexivo y revolucionario, que le despoja de las diferencias que lo separan de Rahmat. Sus acciones representan la respuesta de Majidi a las injusticias que reinan sobre los afganos. Se sugiere que sólo en el momento en el que reconocemos nuestra humanidad común, desprovista de limitaciones étnicas, sociales y religiosas, somos capaces de sanar la injusticia. Una declaración profunda y oportuna de un hombre al que, en estos momentos de crisis mundial, muchos no mostrarían tapujos para reducirlo a potencial terrorista, amenaza forastera, enemigo de la libertad o chiíta fanático.



Toni Cristóbal



Vídeo introductorio a Baran
por Toni Cristóbal.